II. La tristeza no es para mí

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Lo mejor de mi vida eres tú - Ricky Martin

Los ruidos de la naturaleza y el sol que ingresan sin previo aviso por la ventana, atraviesa sus rayos de luz por las cortinas blancas hasta impactar en los párpados de quienes duermen, quemándoles las pestañas y obligándolos a despertar. Peter prefiere darle la espalda al sol, por eso gira en su cama-cucheta y se cubre hasta la cabeza. Está dormido pero también está despierto, porque escucha la voz de Agustín quejándose, el ruido que hace la cama cuando Federico baja de la suya y el insulto de Diego cuando éste le pisó el brazo. Su mente planea continuar durmiendo unos minutos más porque todavía no sonó la alarma para que los cuatro desayunen en el comedor del hostel, hasta que un insulto en mayúscula –de esos que exponemos con naturalidad cuando algo nos golpea, nos choca (o nos moja, como en éste caso)– lo obliga a empezar a abrir los ojos. 

−¿Qué pasa? 

−¡Me mojé las medias! –se queja y se frustra. Federico se apoya en una pared, se arranca las medias y se las tira a Agustín porque se ríe– hay un charco. 

−¿Pierde el baño? –consulta Diego levantándose de a poco. 

−No, creo que no. El agua no viene de acá. 

−Habrá una gotera... –deduce Peter. 

−¿Para que se inunde media habitación? Tendría que haberse partido el techo, tarado. 

−Bueno, no me insultes, pelotudo –y le tira con un almohadón que Federico ataja– nunca se puede dormir con ustedes. Si no es el agua, son los mosquitos; si no son los mosquitos, es porque tomaron mucho café; si no es el café, es porque les duele la panza.

−Mi dolor de estómago fue real –Agustín se defiende desde la cama de abajo y con los pies le levanta el colchón– y si tuvieron que soportar el olor de mis pedos fue porque no me dejaste ir al baño en su debido momento. 

−Y lo de los mosquitos también lo fue –agrega Diego– aunque yo no los llamaría mosquitos, sino helicópteros –pero antes de que alguien refute, escuchan dos golpes que llaman a la puerta. 

−Buenos días –una muchacha de mediana estatura, ojos redondos y oscuros, y pelo negro lleno de rulos que le caen por encima de los hombros, saluda en castellano sin abandonar su tonada portuguesa– ¿Ustedes son los argentinos? 

−Sí. ¿Pasó algo? 

−Nada grave. Se rompió una cañería, está el pasillo inundado y quería saber si les había entrado agua. 

−Ah, sí. Justo estábamos hablando de eso porque no entendíamos de donde había salido éste charco –Federico explica– pero nosotros lo secamos, no te preocupes. 

−No hace falta. Después nos encargamos nosotros y mil disculpas por la molestia –sonríe amable– ¿Recién se levantan? 

−Algo así. 

−Aprovechen que hay cosas muy ricas en el desayuno y el día está hermoso para comer afuera.

−Vamos a aprovecharlo –Peter se asoma por atrás, saluda al levantar una mano– aunque todavía no sé si viajé con amigos o con mis padres –susurra, y se esconde en el baño.

MI ÚLTIMA CANCIÓNWhere stories live. Discover now