XVI. Me estrellé contra mí

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−¿Falta mucho?

−Si dejaras de quejarte cada diez minutos, va a faltar menos.

−Me llega a picar algún bicho raro y ya vas a ver.

−El único bicho raro sos vos, Peter -y él se ríe tan fuerte que se escucha en toda la montaña.

La anteúltima madrugada, antes de que los chicos vuelvan a Buenos Aires, Lali los invita a una pequeña excursión. Alrededor de las dos de la madrugada y sin dormir, salió de su pequeño departamento y tocó la puerta de Gastón que tardó quince minutos en salir porque no podía coordinar los movimientos después de dormir tres horas. En las casas de Rocío y Eugenia las luces estaban apagadas y no las sumó a su idea porque una está embarazada y la otra tiene un lema que dice que la noche se usa para dormir. Ellos dos bajaron del morro sin tener una conversación fluída a causa del sueño y caminaron hasta el hostel en donde Peter, Agustín, Federico y Diego los esperaban. Ninguno tenía en claro en qué consistiría esa pequeña odisea, pero supusieron que iba a ser ardua cuando Lali les exigió que se cambien las ojotas por zapatillas. El Pico del Papagaio es una montaña que está en la cima y que puede verse desde cualquier punto de la isla; tiene la forma de un papagayo y es el punto que los turistas siempre quieren conocer porque lo encuentran al levantar la vista llamándoles la atención. Es por eso que Lali le propuso a Gastón llevarlos hasta allá como obsequio antes de su partida, y él no dijo que no porque le está haciendo un favor y también porque le encanta subir al pico. Los que más se quejaron durante el trayecto fueron, elementalmente, Federico y Diego porque la oscuridad de la noche no los dejaba ver con el trayecto que estaban escalando. Agustín, por su parte, se creía Moisés usando una rama larga y gruesa cual bastón que lo ayudaba a estabilizarse, anticiparse del suelo que iba a pisar y que le imponía un cierto nivel de importancia. Gastón quedó último con el propósito de cuidarlos mientras que Lali tomó la delantera marcándoles el recorrido. Solo había que seguirla a ella y el único que pudo hacerlo fue Peter que casi caminaba a su par aunque de vez en cuando se retrasaba por culpa de alguna telaraña inmensa que lo atrapó o algún otro animal autóctono que lo observaba fijamente.

−Tené cuidado con las rocas -le indica y señala con una linterna- acá hay que empezar a subirlas. No te resbales.

−Okey -él toma más aire y obedece sus órdenes. Tiene que destaparse los oídos por culpa de la presión- ¿Cuántas veces subiste?

−La primera vez cuando recorrimos toda la isla. La segunda fue vez lo hice con Maicon que me pidió el favor de acompañarlo porque quería llevar a sus amigos que vinieron a visitarlo de Brasilia -le cuenta a medida que trepa y, cuando llega a la cima, da media vuelta para chequear que él esté bien- la tercera vez lo hicimos con los chicos porque Eugenia no la conocía. Y ésta es la cuarta... −se acuclilla y le extiende la mano para ayudarlo.

−Gracias -y con un poco de envión sube el último tramo. Al levantar la cabeza, se encuentra con el pico que es mucho más grande de lo que podría verse desde abajo- wow... -pero al girar unos grados, descubre que puede ver todo el cielo y toda la isla- ¡Wow!

−Sí, todos dijimos lo mismo la primera vez -y se aleja algunos pasos para buscar el lugar perfecto en el que sentarse.

−Es hermoso esto, Lali -Peter está erizado de solo ver como el cielo está empezando a aclararse porque va a salir el sol. La caminata lleva alrededor de cinco horas.

−¿Viste? -de su mochila saca un termo y un mate. También una manta- cuesta mucho subir pero tiene su recompensa. Vení, sentate -le pide. Él camina con cuidado de no tropezarse porque allá abajo está la nada- qué exagerado.

MI ÚLTIMA CANCIÓNWhere stories live. Discover now