Epílogo: Nuestros tesoros en el fondo del mar

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Solo tus canciones - Daniela Herrero

La corriente de aire caliente que entra por el balcón, choca con las astas del ventilador de pie y rebota en el cuerpo de Lali que se arranca las sábanas sacudiendo las piernas. Pasarán los meses, pero nunca se acostumbra a esa humedad que le calcina la piel y la hace transpirar aún dormida. Termina de desperezarse escuchando a los animales autóctonos y se cepilla los dientes en el baño mientras observa a un pájaro multicolor reposar en la ventana que está sobre la bañera. Sale al balcón para corroborar la temperatura y certificar que hoy será otro día soleado y caluroso. Chequea los mensajes de su celular mientras escucha la voz de una cantante argentina en un parlante ajeno, y desayuna con el ruido del mar que choca contra las rocas y moviliza a una oleada de aves. Ajusta las tiras de la malla enteriza, ata el pareo violeta a la cintura del short de jean, busca las ojotas con plataforma debajo de la cama, cruza una riñonera al torso y busca un paquete chiquito de galletitas rellenas de frutilla antes de salir de su casa. Cruzo a la casa de atrás, golpea dos veces la puerta y después encuentra al gato negro del matrimonio durmiendo en la hamaca paraguaya. Baja los escalones y, cuando cruza el puente, Eugenia sale de su casa con una vincha blanca atada a la cabeza y la mochila colgada del hombro. Abre mucho la boca al bostezar y se le achinan los ojos, pero después expulsa una risa y saluda con un beso a Lali que la espera con el paquete de galletitas abierto para que robe una. Cruzan la puerta de madera, la traban con la soga, caminan por el sendero de piedras, esquivan el agua de la cascada que se acumula en un hueco y esperan a un costado cuando escuchan la voz de Lupe que las saluda desde el comedor de su casa vestida solo con un pañal, alpargatas rojas y el pelo atado en un rodete. Rocío sale enfundada en un vestido largo de flores, con un brazo levanta a su hija, en el otro hombro sostiene un bolso y baja la escalera para unirse a sus amigas.

–Pensé que ya se habían ido. Buenos días –las saluda con un beso y Lali la sostiene de un brazo porque resbala con una piedra– ¿Gastón?

–Durmiendo –responde Eugenia y agarra una mano de Lupe para plantarle un beso– o tocando a Lautaro, vaya a saber cuál es el menú de hoy –y las dos se ríen a medida que descienden por el morro.

–Le toqué la puerta, pero no respondió. Debe seguir durmiendo, anoche volvieron tarde. ¿Cómo la pasaron en la inauguración?

–Estuvo muy lindo –cuenta Rocío– se armó un lindo ambiente y terminó más tarde porque los turistas no se cansaban de querer ver más. Noté a mucho argentino exacerbado.

–¿Viste a los que revolearon la panera? –pregunta Eugenia y Rocío ríe después de recordar la escena. Lupe se mueve inquieta en su brazo y la baja para que camine tambaleante porque siempre le gusta sentir esa adrenalina de bajar el morro a velocidad– pero más allá de eso, estuvo muy cálido y se nota que lo construyeron con mucho amor. Hablé bastante con el hijo del dueño, que a la vez también es el encargado del salón, y me dijo que, el primer día que vayamos a comer, invita la casa.

–Eso y que te quiera levantar es casi lo mismo –acota Lali– ¡Hola, Adri! –saludan a coro a Adriana que se asoma por la ventana de su posada al correr las cortinas.

–Fue una lástima que no hayas venido, te hubiera encantado –agrega Rocío.

–Estaba muy cansada, trabajé todo el día.

–¿Te pudiste comunicar con tu papá? –Lali asiente– ¿Cómo anda?

–Muy bien. Está organizando venir para fin de año con Mecha, pero todavía no está muy seguro porque le tiene miedo a volar.

–¿Y hablaste con el quetejedi? –consulta Eugenia, a lo que Lali revolea los ojos– me vas a decir que no quisiste aprovechar tu cansancio para quedarte sola en casa y hablar con él.

MI ÚLTIMA CANCIÓNOù les histoires vivent. Découvrez maintenant