VII. A mí me vuelve loco tu forma de ser

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Loco tu forma de ser - Los auténticos decadentes

−Me acaba de llegar un e-mail adjuntando los textos que hay que leer para el final –cuenta Federico con celular en mano y caminando en el medio de sus tres amigos mientras costean la playa. Y, como es costumbre, los turistas descansan al sol, a la sombra y al agua– ¿Me querés decir qué clase de profesor te manda une-mail con esa información al principio de enero? 

−Uno al que le gusta mucho su trabajo –responde Agustín que usa anteojos negros. 

−Uno que no tiene nada que hacer –corrige– ¿No tenés una vida, una familia, unas vacaciones en las que concentrar las energías? 

−Solo es un e-mail, Fede –minimiza Peter– ni que hubiese ido a buscarte a tu casa a llevarte los apuntes. 

−¿Cómo vas con eso? –interfiere Diego y da un salto para no pisar las algas que llegan a la orilla– ¿Te recibís éste año? 

−Me falta rendir un final, hacer el coloquio de la tesis y estoy entregado. 

−¿Eso sería en febrero o vamos a tener que esperar hasta diciembre como el año pasado? –Peter lo pincha y por eso Federico lo mira de reojo. 

−Sorry, habló míster aprobación –pero él se caga de risa– existen personas que recursan materias, ¿sabes, Peter? 

−Yo también recursé materias. 

−Una de treinta –acota Agustín. 

−Ser nerd me dio tiempo a estudiar dos carreras, a poder hacer una maestría e ir a estudiar al exterior –se defiende con un dedo levantado y mucha sabiduría en la espalda– no me quejo. 

−Nadie dice que no, Einstein, pero dejanos en paz a los que tenemos una vida desacomodada –y Federico se agacha a sacarse las ojotas porque le molestan– ¿Vos arrancás a laburar apenas llegamos, Diego? 

−Una semana después. Solo es hacer presencia en el colegio porque las clases arrancan en marzo, aunque tengo a un par que deben rendir examen en febrero. 

−¿Por qué alguien es capaz de hacerles llevar educación física a febrero? –cuestiona Agustín. 

−Porque el que no juega al fútbol, no te hace cinco abdominales, no me corren ni cincuenta metros o faltan a clase –y achina un poco los ojos por la culpa del sol– así que tendrán que rendir escrito los reglamentos de todos los deportes. 

−¿Y nunca te pusiste a pensar en que quizás el problema no son los alumnos sino el estilo de las clases? –consulta Peter, y Diego queda estancado en sus pensamientos– una buena propuesta para que discutas con los demás profesores y directivos. 

−Yo no llevé a nadie a marzo –acota Agustín con su título de profesor de historia sobre los hombros– a los que tenían notas bajas, les hice hacer un par de trabajos prácticos para que la levanten. No tengo ganas de laburar en vacaciones. 

−Oh, profesor modelo –esboza Federico. 

−¿Alguno ya pensó si va a acompañarme al seminario de filosofía? –pregunta dos segundos después. Y silencio– bueno, gracias por ser tan buenos compañeros. 

−Decir filosofía e invitarme a dormir una siesta, es casi lo mismo –opina Diego– pero gracias por pensar en nosotros, fue muy amable. 

−Ya vendrán con algún cuestionamiento sobre la vida −los apunta y ellos ríen hasta que una pelota de fútbol golpea la cabeza de Federico. 

−¡¿Quién fue?! –grita con media cara tapada por culpa del impacto. 

−¡Perdón! –y cuando los cuatro giran las cabezas, ven que Lali levanta una mano en son de disculpas. Está en el centro de una cancha dibujada sobre la arena con dos arcos en cada lado y escoltada por niños y adolescentes de ambos sexos divididos en equipos según los colores de sus chaquetas– ¿Estás bien? 

MI ÚLTIMA CANCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora