III. Dos anzuelos en un mismo río

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Salvapantallas - Jorge Drexler

−¡Excursión! –Agustín grita emocionado con los brazos en alto cuando llega a la mesa donde sus amigos terminan de desayunar. Lleva una gorra azul con visera, una musculosa blanca que le resalta la piel que ya empezó a tostarse, bermudas naranjas y ojotas en composé. 

−Por favor... −Federico resopla con mitad de una medialuna en la boca. A su lado Diego bate un licuado y Peter bebe un exprimido de naranja. 

−¡Excursión! –repite y va uno por uno a dejarle una gorra en la cabeza. 

–Baja la voz que van a pensar que sos nuestro amigo. 

−Dale, va, va, va, no quiero que lleguemos tarde –da aplausos al aire y junta las cosas de la mesa. 

−¡Para! ¡No terminé de comer! –Diego se queja– ¿No vas a desayunar? 

−Ya piqué algo que encontré en la mochila, no hay tiempo. Vamos, vamos –y zamarrea a Federico como si fuese un niño pequeño que va a ir por primera vez al cine. Federico se aparta el vaso porque los movimientos le hacen volcar leche. 

−¿Acaso lo que encontraste en la mochila tenía algún tipo de estupefaciente? 

−Es temprano y no se van a ir sin nosotros –aporta Diego– ¿Qué clase de persona puede estar tan exaltada por una excur-? 

−¡Excursión! –grita Peter interrumpiéndolo al terminar su jugo y levanta los brazos con la misma emoción que su amigo. Corre la silla para salir de la mesa y se cuelga de la espalda de Agustín que lo arrastra hasta la salida entre festejos y movimientos de baile. 

La noche anterior, Peter decide que ya es el momento de sumarse a una excursión de esas que viajan en bote o lancha y que los llevan a conocer otras playas ubicadas en la misma isla. Después de la cena en un restaurante, fueron a pasear por el centro y se detuvo a leer los carteles de un local de viajes turísticos. Agendó en su celular el horario de salida y le contó la idea a los demás. Federico y Diego no estuvieron de acuerdo, lo contrario a Agustín que ya estaba planeando en que parte del bote se sentaría y cuánta comida llevaría en su mochila. Por eso es que cuando regresaron al hostel, preparó cuatro bolsos con todo lo necesario para un día de viaje en bote. Había más de una razón por la que Federico y Diego no querían formar parte de la excursión: la primera porque Federico es reacio a los encuentros obligatorios con mucha gente en la que debe compartir espacio, aire y, seguramente –y más importante–, comida; la otra razón porque los dolores de cabeza de Diego no lo dejan disfrutar de los viajes extensos y se prometió así mismo no consumir tantas pastillas porque después sufría dolores de estómago. Pero también había una única razón por la que Peter y Agustín quieren formar parte de esa excursión y de todas las que encuentren en el lapso de los veinte días que estarán instalados en la isla: están de vacaciones y no hay lugar para fobias o dolores. 

−¿Por qué está tan cargada la mochila? –pregunta Peter acomodándose las tiras que se le desdoblan en los hombros a medida que caminan costeando la playa. 

−Hay galletas, tres o cuatro botellas de agua para cada uno –Agustín enumera– remeras o mallas por si queremos meter algún cambio de ropa, zapatillas porque vamos a escalar, los protectores solares, abanicos, anteoj- 

−¿Abanicos? –Federico interrumpe– creo que la pregunta no es para qué los queremos, sino cómo los conseguiste. 

−Soy un boy-scout, siempre estoy listo –pero los tres lo miran– mi vieja los metió en el bolso por las dudas. 

−¿Por las dudas de que en algún momento tengamos que bailar "Locomia"? –acota Diego con humor– ¿Se sabe de dónde salimos? 

−El punto de encuentro es ahí, debajo de ese árbol –Peter señala– hay gente, así que ellos también deben viajar. 

MI ÚLTIMA CANCIÓNWhere stories live. Discover now