XVIII. Solo yo fui quién amé

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Si mi corazón se pierde - Bandana

−No hacía falta que vengas todos los días acá, Gala –Peter tiene la valija abierta sobre la cama y la observa con los brazos de cada lado de la cintura como quien analiza por dónde empezar a desempacar.

−Es que quería que esté todo limpio... –mientras acomoda las cajitas con comida china que pidió por delivery– encontré medias sucias detrás del sillón y si no venía, después de un mes  iba a formarse una familia de hongos.

−Pero no sos mi sirvienta –y esboza una sonrisa. Gala sube los hombros no dándole importancia y arrastra los vasos con jugo de naranja hasta la mesa redonda que hay a un costado de la cocina– ¿Te dejé una copia de llaves? –le pregunta después, dudando.

−No, se la pedí a tu papá –responde en voz baja– deja eso para después, Peter. Vení –lo llama cuando ocupa una de las sillas y da un par de golpecitos sobre la mesa como quien le indica a su perro que puede subir al sillón.

−Hay muchas cosas que están húmedas y me gustaría sacarlas antes de que se forme esa familia que vos decís.

−Una hora más no va a solucionar el problema. Dale, sentate –le vuelve a indicar– y contame todo. ¿Cómo la pasaron?

−Bien... −exhala y después agarra su tenedor– estuvo bueno. Te imaginarás lo que nos divertimos.

−Sí, no voy a indagar mucho. ¿Hicieron excursiones? ¿Comieron cosas raras? Es cierto que la isla es hermosa, ¿no? –no habla rápido, solo que él le otorga el espacio perfecto para que ella pueda meter tres preguntas al hilo.

−Creo que la isla es mucho mejor de lo que vimos en las fotos –responde después de masticar– hicimos excursiones y comimos cosas raras que en realidad no son tan raras.

−¿Te cuento un secreto? –pregunta retóricamente y se limpia la boca con una servilleta de papel– después de que vimos las fotos me pareció una locura la isla y, por un momento, tuve la idea de caerte de sorpresa y casarnos allá –cruza los brazos por encima de la mesa y sonríe tanto que los dientes parecen brillarle. Su pelo largo, ondulado y castaño le cae por la espalda y sus ojos almendrados se iluminan de solo pronunciar la palabra mágica: casamiento.

−Una locura –es la mejor definición que encuentra y que puede esbozar con un pedazo de pollo entre los dientes.

−Los casamientos en las playas son hermosos y muy idílicos –Peter afirma y prefiere no darle el detalle de que organizó uno.

−¿Vos cómo la pasaste acá? –cambia de tema y bebe un trago largo de jugo.

−Como siempre. Con mucho calor, laburando... y algunos días me quede en la quinta de los padres de Cami.

−¿Al final no organizaron ningún viaje para éstas vacaciones?

−Son las vacaciones o el casamiento, Pitt –y la mente de él implora que sean las vacaciones– haceme acordar que después te muestre un par de cosas que me ofreció mi hermano para la música. Tiró la idea de bandas en vivo y no me pareció mala.

−Okey.

−Estás cansado, ¿no? –le consulta al mirarlo durante un lapso de varios segundos en que no cambió su posición cabizbaja.

−Bastante. Fue mucho viaje.

−Hagamos una cosa. Terminamos de comer, limpio todo, vos date una ducha y anda a dormir mientras te acomodo la ropa de la valija.

−Gala, no hace falta –dice sonriendo–  prefiero dejar todo para mañana y dedicarme a dormir.

−¿Te querés quedar solo?

MI ÚLTIMA CANCIÓNWhere stories live. Discover now