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Diez meses antes, Jota se abrochó hasta el cuello su cazadora de cuero mientras dedicaba una fugaz mirada al espejo de su cuarto. El mismo espejo que hacía años se le había quedado pequeño y desde cierta distancia, no podía abarcar la amplitud de sus hombros y su metro ochenta y nueve de altura.

Su cabello castaño oscuro lo llevaba siempre despeinado, a veces con un poco de gel fijador para evitar que le cayera sobre sus ojos marrones.

Contempló su ceño fruncido y sus ojos rasgados, luego recorrió la habitación con la mirada, pasó de la estantería abarrotada de libros a la cama recién hecha y de esta a su amplio escritorio de madera aglomerada antes de regresar al pequeño espejo que colgaba de la pared.

Salió al comedor. Esa habitación, al igual que todas las demás, era fea. Vivía en una amplia y despejada nave industrial que había sido una carpintería tiempo atrás, ahora ya no quedaba nada de eso, pues había acondicionado el espacio para crear su hogar.

La pared central estaba ocupada por un modesto sofá en tonos marrones, decorada a su vez con grafitis y dibujos pertenecientes a otra etapa de su vida. Sobre la pintura colorida se advertía el paso del tiempo por los enormes desconchones que se habían producido al ir cambiando la decoración del inmueble, adaptándose a sus nuevas necesidades.

En toda la estancia no había una planta, ni retrato, ni pintura, ni luz ambiental... nada que pudiera otorgar un atisbo de calidez. Aunque sí disponían de una enorme televisión en la pared central de la sala, una mesa de madera maciza, quizás el bien más valioso del que disponían, y cuatro sillas que rodeaban la mesa.

Además de la habitación de Javi, a la que no se atrevía a entrar por el habitual caos que reinaba en ella, había un baño minúsculo que compartían y una cocina carente de lujos, pero que disponía de un amplio ventanal que daba a un patio interior sombrío y húmedo.

Pese a vivir sin demasiadas comodidades, todo estaba estratégicamente acondicionado para ellos. No les hacía falta nada y juntos se compenetraban a la perfección para hacer de esa pequeña nave en ruinas, un lugar relativamente confortable.

Jota arrastró los pies por las abombadas lamas de madera desgastada y agujereada por algunas zonas, y se detuvo justo antes de abrir la puerta. Repasó mentalmente todo lo que llevaba, constatando que no le haría falta nada más. Finalmente, salió al exterior, dejando a su espalda la confortable seguridad de su hogar para emprender rumbo hacia su siguiente desafío.

Javi sintió un enorme alivio al verlo aparecer. Jota llevaba la etiqueta de "seguridad" fuertemente cosida al rostro y eso le hizo sentir mejor.

—¿Lo tienes? —dijo a Javi nada más abrir la puerta del coche.

—Sí, lo he conseguido, tengo una réplica exacta de las llaves del edificio, ahora solo nos queda el asuntillo de la alarma... ―comentó mientras se acomodaba en el asiento del copiloto desde el interior del vehículo para dejar sitio a su amigo.

—No te preocupes por eso. Bueno, ¿salimos ya? —insistió impaciente.

—¡Adelante!

Las bajas temperaturas habían asomado precisamente aquella noche. La carretera rasgada por el desgaste de los neumáticos de los coches, parecía trazar el camino que les conducía hacia la universidad.

Las farolas parpadeaban sintiéndose presas de la inminente humedad, que había cubierto las aceras de un negro brillante.

Jota se puso los guantes al tiempo que movía el volante de su vehículo con toques de rodilla.

—¿Estás nervioso?

Javi asintió.

—No tienes por qué. Hemos hecho cosas peores...

JOTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora