Wattpad Original
Te quedan 4 partes más de forma gratuita

8

4.4K 380 15
                                    

Claudia se acercó lentamente al rostro indefenso de Jota.

La boca permanecía entreabierta, emitiendo un fino y constante ronquido y esos bonitos ojos, ahora cerrados, mostraban un conjunto tranquilo y relajado. Claudia no pudo más que sonreír al verle ahí tumbado como un niño, ajeno a cualquier problema o perturbación.

Sus labios apenas le rozaron el lóbulo de la oreja al reproducir con una voz dulce y baja su nombre:

—Jan...

Jota reaccionó automáticamente a la claridad de su nombre. Se incorporó sobresaltado y en un movimiento veloz, cogió a Claudia por el cuello tumbándola de espaldas sobre la cama.

Al darse cuenta de dónde estaba y contra quién se defendía se retiró rápidamente.

—Lo siento —se disculpó apartándose todo lo posible de ella—, no sabía dónde estaba, yo... yo... —tartamudeó.

—¡Vaya! ¡Menudos reflejos! —reconoció Claudia mientras se masajeaba el cuello de arriba abajo.

—No sé qué me ha pasado... ¿cuánto tiempo llevo durmiendo? —preguntó aturdido.

—Pues, va a hacer doce horas.

—¿Tanto? —la miró con incredulidad—. ¡Tengo que irme! —confirmó con prisa.

—¡Tranquilo, es sábado!

Jota se levantó y buscó su camiseta debajo de la cama. En cuanto la encontró se dio cuenta de que estaba manchada de sangre. Un vago recuerdo de la noche anterior reapareció en su mente y se tocó la ceja para corroborarlo. Aún le dolía e incluso le producía un dolor punzante, como si una diminuta máquina taladradora tratara de perforarle el cráneo.

—Te he preparado el desayuno. No sé lo que te apetece, así que te he traído un café y unos bollos. Luego será mejor que te tomes una pastilla, aunque por lo que veo, la ceja no está tan hinchada...

Jota miró inquieto a su alrededor, cambiando el peso de una pierna a otra como si el suelo quemara bajo sus pies.

—Puedes darte una ducha si quieres... —le ofreció Claudia.

—¿En serio?

—¡Claro! Además, no tienes por qué preocuparte, hace rato que mis padres han ido a pasear.

—Gracias—respondió con dificultad.

Claudia le acompañó al baño y le dio toallas limpias y una camiseta vieja para sustituir la suya.

La ducha fue un gran alivio. El agua espumosa resbaló por su cuerpo llevándose restos de sangre y tierra que aún permanecían adheridos a su piel.

Se secó deteniéndose en los hematomas rosáceos y examinó con detenimiento las facciones de su rostro. A excepción de la ceja, todo estaba bien.

Se peinó con los dedos y antes de enfundarse la camiseta se la llevó a la nariz y cerró los ojos mientras su cerebro procesaba la información que el olfato le proporcionaba. No había ni una pizca de colonia en el tejido, ni cualquier otro producto químico, el embriagador aroma se quedó grabado en su mente proporcionándole una agradable sensación de déjàvu.

Finalmente, se enfundó la camiseta. Le quedaba algo ajustada, pero, al menos, estaba limpia.

Claudia sonrió nada más verlo entrar en la habitación.

—Te sienta bien —aprobó dedicándole su mejor sonrisa.

Jota le devolvió forzosamente la sonrisa. Se sentó en la silla del escritorio y bebió de golpe el café que tenía preparado.

—Tienes una casa muy bonita—dijo mientras engullía un bollo.

—Sí... está bien. Quizá queda algo alejada del centro, pero es grande. ¿Dónde vives tú?

—En el polígono.

Claudia mostró indiferencia, no conocía lo suficiente la ciudad como para saber dónde se encontraba ese lugar.

—¿A qué se dedican tus padres? ―continuó él.

Vaciló unos segundos antes de contestar.

—Mi padre es profesor. Mi madre ama de casa.

Jota se encogió de hombros y dio otro bocado al bollo.

—Y tú estudiante de filosofía... deben de estar muy orgullosos... —comentó sin alzar la vista del desayuno.

Claudia arrugó el entrecejo y desvió la mirada.

—Supongo... aunque no recuerdo haberte mencionado nunca que estudio filosofía.

—No lo has hecho —reconoció encogiéndose de hombros.

—¿Entonces, cómo lo sabes? —preguntó intimidada por su gran astucia.

—He visto tus trabajos en el ordenador... están bastante bien. No obstante, he sentido la necesidad de corregir algún que otro párrafo. Nunca está de más poner referencias y citas de autor para complementar tus teorías.

—¿Entiendes de filosofía? —preguntó alucinada.

—He leído algo de Descartes, Platón, Sócrates... los clásicos, vaya.

Claudia sonrió ilusionada.

—¡No me mires así!, no es para tanto. Todo el mundo ha oído hablar alguna vez de ellos...

Claudia volvió a mirarle con fascinación. Abrió su boca para formular una pregunta, pero Jota intervino interrumpiendo en el acto el hilo de sus pensamientos.

—Bueno... ha sido una agradable charla, pero... tengo que irme ya.

—Lo comprendo —aceptó ella con resignación—, pero nos vemos mañana, ¿no?

Jota rio al tiempo que se ponía su cazadora de cuero negra y se recolocaba el cuello.

—Ni hablar. Tengo cosas que hacer.

—¿Durante todo el día?

—Durante toda la vida, para ser exactos.

Claudia sonrió y se colocó divertida delante de él impidiéndole el paso.

—Te espero por la mañana. A eso de las nueve, ¿vale? Tienes que llevarme al centro a recoger un vestido.

—Oye, mira, te agradezco mucho que me dejaras tu cama, la ducha, el desayuno y todo eso. Pero aquí se acaban nuestros encuentros. Procura no meterte en demasiados líos.

La apartó sutilmente de su camino y abrió la puerta de la habitación.

—A las nueve en la gasolinera de abajo —le recordó sin darse por vencida.

—Te he dicho que no. No me levanto a las nueve de la mañana un lunes, lo voy a hacer un domingo... pídeselo a alguno de tus amigos, seguro que estarán impacientes por acompañarte a donde tú les digas.

—No conozco a nadie que tenga coche —suspiró—. Eres mi única opción.

—Mira, niña, no me marees, ¿quieres? —Sus ojos duros le advirtieron de su irritación.

Antes de salir de casa, Jota reconoció el monedero de Claudia sobre el recibidor.

Lo abrió sin preguntar.

—¿Solo tienes diez euros? ¡Con esto no tengo ni para gasolina!

—Si te lo llevas voy a quedarme sin nada.

Jota la miró dedicándole media sonrisa diabólica.

—Qué pena me das...

Cogió los diez euros y salió apresuradamente de la casa. Claudia lo observó mientras se alejaba en su coche negro a toda velocidad. Sonrió, pues estaba convencida de que el domingo volvería a verle.

Y no se equivocaba. 

JOTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora