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A diferencia del resto de los mortales, Javi luce su mejor cara al levantarse.

Se viste mientras se programa el día de la mañana a la noche.

Esta tarde ha quedado con alguien. Sonríe frente al espejo. Sabe que no debe hacerse ilusiones, pero a esas alturas es inevitable.

Sus ojos vivos y redondos, como aceitunas negras, se mueven de un lado a otro del cuarto de baño buscando una maquinilla de afeitar.

Al fin encuentra una, es de Jota, pero no le importa. Se afeita concienzudamente dejando su cara suave y limpia.

El pelo tiene poco trabajo. Lo lleva rapado al dos. Se pasa rápidamente la mano de adelante hacia atrás perfumándolo ligeramente con un poco de colonia.

Javi tiene el rostro castigado. Antes debió ser inocente, ingenuo y aniñado, pero los últimos años le han pasado factura. Pese a todo, hay un punto divertido en su serio rostro capaz de conmover al corazón más duro.

Físicamente es flaco como una caña de bambú, pero extraordinariamente fuerte. Su atuendo no realza precisamente las cualidades de su físico: Una cazadora preferiblemente oscura, vaqueros y deportivas forman la parte más extensa de su vestuario habitual.

En cambio, la naturaleza le ha dotado con otra cualidad más práctica que una protuberante musculatura; en la periferia, Javi es conocido como "el Patas", le llaman así por su flexibilidad y por su rapidez. Incluso pudo haber sido un atleta de éxito si se lo hubiese propuesto. Algunos ojeadores acudieron al centro de menores donde había pasado gran parte de su adolescencia para verle correr. Pero todo aquello no quedó más que en un sueño inalcanzable cuando consiguió salir de ahí.

Jota es el único que le llama por su verdadero nombre. Para él es como un hermano. Ambos se encontraron hace años, en momentos difíciles de sus vidas y juntos decidieron volver a empezar. La inteligencia de Jota y la rapidez de Javi les sirvió de mucho para ganarse un respeto entre los delincuentes más jóvenes de la ciudad. A esas alturas cuentan con un buen número de seguidores, dispuestos a hacer cualquier cosa por ellos si se lo piden.

Javi extrae del cajón de la mesita un billete de cincuenta euros y se lo mete en el bolsillo.

Mientras se encamina hacia la puerta, tiene tiempo de mirar de reojo a Jota.

Frunce el ceño extrañado al ver que ha vuelto a desempolvar su vieja guitarra. Hace más de dos años que la había dejado aparcada, alegando que no es más que una mariconada absurda. Sin embargo, Javi sabe que tocar le hace ponerse sentimental, y si hay alguien que huye de demostrar públicamente sus sentimientos y emociones, ese es Jota.

La avenida por la que se encamina está abarrotada de transeúntes. Es hora punta y el sol brilla con intensidad tras haber pasado dos días de incesantes lluvias.

Javi camina a paso ligero esquivando un grupo de japoneses que hace fotos frente a la casa Batlló. Cuando por fin llega a Plaza Cataluña, asciende por el pequeño montículo de césped y se coloca delante de la fuente, dejando El Corte Inglés a su izquierda.

Pamela luce un minivestido negro y unos leggings grises a juego con sus botas y su pañuelo.

Su cabello resplandece con intensidad y se alborota ligeramente cuando gira la cabeza buscándole.

Javi desciende dando un salto y silba para llamar su atención.

—¿Cómo estás, preciosa? —La rodea con los brazos y le da un espontáneo beso en la mejilla.

—¿Lo has traído? —pregunta Pamela con urgencia.

—Sabes que sí —saca una pequeña bolsa de marihuana del bolsillo de su cazadora y se la entrega.

JOTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora