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Jota notó el aire frío en cuanto salió de casa. Aún era pronto para que las temperaturas fuesen tan bajas, e incluso las calles parecían haber adoptado el aspecto sombrío de una estación más avanzada.

Por suerte, el inesperado vendaval había provocado la insólita circunstancia de que la gente permaneciera refugiada en sus casas, por lo que la ciudad parecía desierta.

«Este podría ser un buen día para deambular con el coche en busca de un local que pudiera saquear más adelante».

A Jota le gustaba observar minuciosamente la zona antes de llamar a algunos de sus compañeros y poner en práctica cualquiera de sus planes.

Por el momento, no había tenido demasiada suerte en su particular búsqueda. Ninguna de las tiendas que había divisado parecían satisfacerle.

«Cómo han cambiado las cosas... esto ya no es lo que era...»

Después de varias vueltas a la manzana, llamó su atención un pequeño grupo de personas riéndose ruidosamente en medio de un retirado parque en obras. Disminuyó la velocidad de su automóvil por si reconocía a alguna de ellas.

Parecía un grupo joven, perteneciente a alguna tribu urbana moderna.

Jota odiaba con todas sus fuerzas a esos muchachos volubles e influenciables que creían ser alguien por pertenecer a un grupo de estética llamativa. Por su experiencia, sabía que eran chicos cobardes y sumisos, incapaces de tener criterio y actuar por iniciativa propia, necesitaban la unidad grupal para hacer todo aquello que, de forma individual, jamás se les ocurriría.

No quitó ojo a esos chicos mientras bordeaba lentamente las inmediaciones del parque.

De repente su rostro se contrajo y un sudor frío descendió por su nuca.

Puso segunda para continuar la marcha en dirección opuesta. Sus manos se aferraron fuertemente al volante y su espalda se tensó en el asiento.

—Debo regresar a casa. Es tarde y lo que hagan no me concierne —se dijo en voz baja.

Inspiró profundamente y exhaló el aire haciendo ruido.

De repente, giró las ruedas del coche bruscamente y retrocedió en dirección al parque.

Su intuición le advertía del peligro: acudir allí le traería problemas. Sin embargo, una diminuta parte de él, le pedía a gritos vivir una pequeña emoción.

Estacionó cerca del parque y se adentró en él sin dudarlo. Caminó a paso ligero sintiendo el cruel azote del viento ensañándose contra su rostro. Metió las manos en los bolsillos de la cazadora y escondió la cara resguardándose en las solapas. A medida que se acercaba al grupo, su corazón bombeaba de forma rítmica y constante en el interior de su cabeza, a modo de alarma. Inspiró profundamente para disminuir la tensión, pero no consiguió trasladar la calma a todo su cuerpo.

Sabía que no podía echarse atrás, menos después de haber tomado la decisión de intervenir y entrometerse en los asuntos de esos chicos porque sí.

La adrenalina recorrió sus venas en cuanto estuvo a escasos metros de su objetivo.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó a la defensiva, apretando los puños en el interior de los bolsillos.

El grupo se abrió un poco dejando al descubierto a una chica atemorizada en su interior. Las risas de los jóvenes aumentaron al ver a Jota en actitud vacilante. Uno de ellos, el mayor, cogió a la chica y la atrajo bruscamente hacia sí para impedir que esta aprovechara la distracción para huir, los otros dos se acercaron de forma amenazante a Jota y se colocaron a metro y medio de él.

JOTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora