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Ella peinó frente al espejo de su cuarto su larga melena oscura, que como piel de foca, invadía la totalidad de su fina espalda. Sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas y sus ojos de un tono gris azulado parecían mucho más brillantes que de costumbre.

Su rostro inocente y delicado mejoraba cuando sonreía, una sonrisa tan llena de vida daba alegría a quien la recibía.

Su padre la observó largo rato desde la puerta, cuando al fin se decidió a interrumpirla. Caminó lentamente hacia ella y le levantó el rostro para besar tiernamente su frente.

—¿Cómo estás, cariño?

—¡Perfectamente! —contestó con energía—. Además, hoy parece que va a hacer un día maravilloso.

—Me alegro. ¿Quieres que te acerque a la universidad?

—No, cogeré el transporte público.

Su padre asintió.

—Está bien, preciosa, ve con cuidado.

Se colgó la mochila al hombro y recolocó un poco más su cabello con los dedos antes de salir de la habitación.

—¡Claudia Pérez! —El grito provenía desde el otro lado de la verja—. ¿Esto es tuyo, por casualidad?

Su maletín negro asomó entre los barrotes de la verja.

—¡Sí! ¡Increíble, has encontrado mi ordenador!

Claudia hizo ademán de querer cogerlo cuando Jota lo retiró súbitamente de su alcance.

—No tan rápido... —sonrió con autosuficiencia—. Este viejo ordenador tiene un precio... Deduzco que aparte de su valor sentimental, dentro tendrá información importante para ti.

—La verdad es que me has salvado la vida —admitió—, pensaba que tendría que volver a empezar todos los trabajos. Verás, tengo la mala costumbre de no guardar nada en otros dispositivos, mi padre es el primero que siempre me dice que...

—No he venido aquí para que me cuentes tu vida —le interrumpió—. Si lo quieres son trescientos euros, no hay nada más que hablar.

—¿Trescientos euros? —preguntó con horror en la mirada.

—Todo depende de lo importantes que sean para ti esos trabajos...

—Está bien —aceptó Claudia—, veré qué es lo que tengo...

Abrió su monedero y rebuscó en su interior bajo la extraña mirada de Jota.

—No... no llevo tanto dinero... —sacó un billete de veinte euros y se lo mostró—.Esto es lo único que tengo.

—¿Veinte euros? ¿Estás de broma? ¡Tan solo el maletín vale más!

—Lo sé... —se encogió de hombros—, soy estudiante, no tengo ingresos.

Jota la miró de arriba abajo arrugando el entrecejo.

«¿Me está vacilando? ¿Realmente piensa que está en condiciones de negociar conmigo? ¡¿Pero de qué va esta estúpida niñata mimada?!»

—¡Pues ya puedes volver a empezar los trabajos, no hay trato!

—Es una lástima... —sus ojos se entristecieron súbitamente—, he invertido tanto tiempo en ellos...

—A mí no me engañas—volvió a interrumpir Jota—. Llevas unos Levi's y vives en un adosado, seguro que puedes reunir esa cantidad pidiéndosela a papi, así que no intentes quedarte conmigo.

—No puedo pedirle a mi padre ese dinero sin más. No acostumbro a hacerlo y lo vería raro.

—Pues entonces ya sabes lo que hay.

JOTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora