¿Enamorada de Tom Holland? ¿Desesperada porque ya te has quedado sin fanfics que leer? ¡Estoy aquí para solucionar tus problemas! En este libro escribiré one-shots, imaginas y, en general, un poquito de todo.
¿Romance? Seguro. ¿Ternura? Obviamente.
...
Allí estaba de nuevo, tan guapo como la primera vez que lo habías visto en la plaza de los leones.
Si no fuera por detalles en los que sí había cambiado, como en sus maravillosos pómulos y mentón, hubieras jurado que en ese momento te habías transportado unos cuántos años atrás, cuando lo más difícil era hallar el valor de la x.
La primera vez llevaba una perca azul marina que le quedaba endemoniadamente bien, agrandando sus brazos que, por aquella época, aún no estaban musculados, y dándole el toque de niño bueno por el que sería tan conocido en los años posteriores.
Reía junto a sus amigos a carcajada limpia, con el característico estallido de felicidad que te pone los pelos de punta. Ojos brillantes, pelo revuelto, tez pálida... siempre lo veías de la misma manera.
Desde la lejanía.
Suspirabas embobada mientras la profesora pasaba lista para poner a sus revoltosos alumnos en fila, el día de la excursión anual al National Gallery; una excursión en la que todos los colegios de la zona se juntaban por el Día internacional del arte y veían las mismas pinturas un año tras otro.
La única vez en todo el año que coincidías con él.
Y ahora, además de tu fecha favorita, era la fecha de vuestro aniversario.
—¡Tom! —alzaste un brazo para llamar su atención entre el gentío.
Los niños armaban jaleo, pues sus visitas habían acabado y era hora de regresar a los colegios.
Esto no impidió que tu novio te viera, y pusiera una sonrisa que te derretía las entrañas.
Avanzó a grandes zancadas, casi cayendo escaleras abajo, pero esquivaba cualquier obstáculo y no reducía la marcha. Estaba tan emocionado de verte.
Paró de golpe a pocos pasos de ti, escaneándote de arriba a abajo con los ojos como platos.
El sonrojo no tardó en acudir a tus mejillas, y te llevaste una mano a la boca para ocultar la sonrisa mientras negabas con la cabeza.
"Qué tonto que es", pensaste.
—¡Que llamen a la policía! —exclamó de pronto, llamando la atención de muchos, que no tardaron en darse cuenta de quién era—. ¡Han robado una obra de arte del museo!
En un pestañeo estaba a escasos centímetros de tu boca, con una sonrisa que no le cabía en la cara.
—Y el ladrón soy yo.
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