10. Romeo Y Julieta [1]

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One-shot (Tom Holland): Romeo y Julieta [1]

Allí estaba él, de nuevo junto a las escaleras centrales, jugando con una espada de madera y recitando sus versos.

Thomas Holland, el actor más reconocido de la compañía del Almirante, ensayaba con otros compañeros Henrique VIII, y a mi se me caía la baba.

Pero no tenía tiempo para quedarme embelesada, no cuando mi puesto estaba en juego.

Tamborileaba con mis dedos en la madera de una de las columnas del teatro, y miraba inquieta el fondo del escenario.

La tela que envolvía mi pecho me dificultaba respirar, y el bigote de pega comenzaba a picarme como si tuviera hormigas. Sin embargo, si aquello era el precio a pagar por cumplir mis sueños, que así fuera.

—¡Aquí lo traigo! —gritó Henslowe, agitando un papel sobre su cabeza.

Mi corazón se detuvo.

—Los papeles ya han sido asignados —comunicó, colocándose en medio del escenario y carraspeando, para seguir vociferando.

Thomas golpeó de forma amistosa a su compañero Alleyn y bajó del  escenario de un salto, sin molestarse en usar las escaleras y robándome el aliento.

Cuando alzó la cabeza se dio cuenta de que lo observaba, y entonces me mantuvo la mirada. Yo tragué saliva y me retorcí el pulgar, temerosa de que me hubiera reconocido.

Unos días atrás...

El teatro estalló en aplausos cuando Alleyn cayó muerto a los pies de Thomas, que apenas podía recitar sus últimos versos sin que fueran ahogados por la bulla de los espectadores.

Espectadores entre los que se encontraba servidora.

Un gran sueño, ¿eh? En realidad sí que era espectadora, pero me encontraba entre bambalinas, terminando de coser uno de los trajes, y mirando entre columnas y cortinas la espalda del hombre que habitaba en mis sueños.

—¿No es maravilloso? —pregunté en un suspiro, notando que mi amiga se ponía a mi lado y seguía la dirección de mi mirada.

—Es mono, pero no es ni la mitad de  hombre que mi Ned —dijo con tono burlón, y se dio la vuelta para seguir zurciendo unos pantalones.

—Que Thomas no me obligue a hacer cosas que yo no quiera no significa que sea menos hombre —contesté, un tanto molesta por su actitud.

—No te obliga porque ni siquiera sabe que existes, tesoro —respondió con retintín, y yo, en un arrebato de rabia, me pinché con la aguja.

La sangre manaba de mi dedo de manera alarmante; nunca antes me había hecho año de esta manera, y ya podía ver al médico diciéndome que Dios me reclamaba.

—¡Maldita sea, Rosemary! —exclamé, provocando que la joven se estremeciera.

Me levanté de golpe y caminé hacia fuera, con el dedo en alto. Tenía prohibido salir cuando había representaciones, pero ya la gente se estaba marchando y podría moverme tras el atrezo sin ser vista; además, mi vida estaba en juego.

Iba tan metida en mi papel de moribunda que ni me di cuenta de todo lo que había en el suelo, cayendo estrepitósamente hacia delante.

Y, ¿adivinan lo que pasó?

Exacto; casi rompo el suelo con la cabeza.

—¡Pardiez! ¿Estáis bien? —oí a alguien preguntar, y cuando alcé la cabeza para descubrir quién había sido sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo.

Tom Holland (One-shots/Imagines)Where stories live. Discover now