×× Asesino de La Luna ××

235 17 6
                                    

Ʉ₦ Đí₳ ØⱤĐł₦₳ⱤłØ.

Los periódicos sacaban los mismos reportajes acerca del equipo de béisbol que no ganaba un partido desde hace tres temporadas, en la televisión pasan las repeticiones de programas que terminaron tiempo atrás y las actividades del lugar eran estar en casa durante el día o ir a trabajar turnos doble recibiendo un mísero salario porque la economía se desplomó luego que las empresas que una vez ayudaron a éste pueblo cerraron desde que la ineptitud de la policía creció a nivel colosal.

La vida en Orville había sido aburrida hasta que él llegó a ese poblado situado junto a la Ciudad de Broussard.

Acompañado de su hermano y su abuela materna, una dulce anciana que a pesar de tener más de ochenta años aún seguía luchando por ellos, no le importaba que el paso de los años y el deterioro de su cuerpo le impidiera seguir adelante, esa anciana se convirtió en lo que debió haber sido su madre.

Su madre.

Odiaba recordarla, apenas el recuerdo de aquella mujer aparecía en su cabeza tenía que buscar la manera de olvidarla.

Su principal distracción era abrir la ventana de su habitación, sentarse en el borde del marco de madera y dirigir la vista a un enorme reloj que se encuentra en la parte alta de una iglesia que está a un par de metros de su casa, algunas veces logra escuchar los rezos de los fieles que asisten con fervor a lo que llamaban la casa de dios.

Mayormente los días domingos se realizan las reuniones en esa iglesia aunque un par de viernes al mes los jóvenes del pueblo asisten a una charla que el pastor da acerca de la bondad y esas cosas.

Él se quedaba un buen rato mirando a cada persona salir con una enorme sonrisa pintada en el rostro.

"como si eso lograra que sus pecados se esfumen" Pensó.

Cada quien tiene derecho a creer en lo que sé le de la gana, entonces él creería en lo que fuera conveniente.

Tener la iglesia junto al parque es un regalo caído del cielo, podía escoger entre tanta gente para que formese parte de sus amados trofeos.

Se acomoda en el borde de la ventana y suelta un suspiro, es inútil buscar a su víctima si a está hora casi no hay personas caminando en el pueblo, pero de pronto su vista se posa en un hombre alto, de complexión delgada, cabello castaño que hablaba agitado por celular. La pinta que traía le llamó la atención, pantalón negro, saco del mismo color, camisa blanca sin ninguna arruga y una corbata roja mostraba un hombre de negocios dedicado a su trabajo. Lo extraño es que Orville no se caracteriza porque el género masculino vista de esa manera, en cambio visten camisas que compran en tiendas de rebaja y jeans desgastados, su presupuesto no les alcanza para más.

Él se levantó de prisa dándose cuenta que aquel hombre subía en un brillante auto azul.

—se irá—musito tomando la chaqueta que colgaba de un perchero cerca de la cama.

Le gustaba seguir a sus víctimas, mirarlas de lejos y aprender de memoria su rutina, eso le exitaba. Ansioso esperaba que dieran las 12:00 am, la hora en que la obscuridad esta en un punto clave, perfecto. Sacaba un cuchillo afilado que mantenia oculto bajo la almohada y cubría la mitad de su rostro con una máscara negra, sus ojos y cabello quedaban descubiertos pues según él sería lo último que su presa vería antes de morir.

Estiró su mano dispuesto a abrir la puerta y antes que lo haga ésta se abre mostrando del otro lado a su hermano, la expresión en su cara lo decía todo.

—¿¡que mierda te pasa!?—le lanza un periódico que por reflejo él atrapa.

Lo ojea ante la atenta mirada de su molesto hermano. Las letras gigantes en la portada no son una sorpresa, lo que sorprende es cómo los estupidos policías tardaron una semana en encontrar el cuerpo del anciano, se aseguró de dejarlo cerca del sendero que lleva a la comisaría, la próxima vez dejaría una nota o los llamaría personalmente.

—el primer día de clases no es culpa mía—ironizó

—no puedo con ésto, lo sabes—levanta sus manos al aire y las deja caer a sus costados, frustrado—se supone que tú...

—¡no lo digas!

Rodeando a su hermano sale de la habitación, a mitad del pasillo le oye decir...

El asesino de la Luna

Se ríe del nombre que le puso ese estúpido detective, parece que la modalidad de atacar cuando la Luna ilumina sus acciones le valió ese título

—no sé cómo aún no te catalogan de asesino serial, las muertes están por llegar a cien, confías que no te pillen, sin embargo investigue un poco, Darril llamó a un amigo y descubrió que mañana llega otro detective que formará parte del caso, eso quiere decir...

—que tengo que  llegar a mi número cien ésta semana.

Salió de casa pese a las súplicas de su hermano para que ésta noche no derrame más sangre, es una pérdida de tiempo pedirle algo imposible, él no puede evitar ser lo que és, un maldito sin corazón.

Ya en la acera el frío golpea su cara, sonríe imaginado que el clima se sincroniza con lo que hará en unas horas.

Camina en un sendero rocoso adentrándose en el bosque y se dirige a las afueras de Orville, la carretera en esa zona es muy transitada, cualquiera que desea ir a la ciudad tiene que pasar por ahí.

Llegando a un punto donde ve la Luna salir en la obscuridad del cielo, se coloca detrás de un árbol, sopesa el plan en su cabeza y espera el momento exacto para ejecutarlo, apenas un vehículo se asoma en la carretera, él se pone la máscara y asegurando que cubra hasta su nariz sale de su escondite quedando a mitad del camino, entonces el conductor del auto reacciona y logra frenar a centímetros de su cuerpo.

La puerta del piloto se abre y mira a la chica bajar del vehículo.

—¿estas bien? —dice acercándose a él

Parece preocupada más no asustada.

¿Acaso no ve el cuchillo que sostiene en su mano?.

Avanzó unos pasos observando al chico que sigue sin moverse, gracias a la luz de la luna nota que el color de sus ojos es esmeralda, un color que a decir verdad es favorito puesto a que su madre y abuelo tienen el mismo color de ojos.

—¿que hacías a mitad del camino?

Acortó la distancia que los separaba y detrás de la máscara sonrió así como ella lo hace, la chica siendo amable y él malicioso.

—¿no hablas?—interroga confusa.

Negó.

Prefiere no indagar, quizás la máscara que cubre su boca es porque oculta marcas de quemaduras o una cicatriz y sería grosero si preguntase si era el motivo por el que no quería hablar con ella.

—soy Lexi por cierto—extendió su mano presentándose ante el extraño.

Él actua rápidamente y sujeta con fuerza su muñeca, la chica saltó del susto e intenta alejarse.

Demasiado tarde, pues aprovechando que la joven voltea su rostro en busca de ayuda, le da un golpe en la cabeza dejándola inconsciente.

AEDUS ©Where stories live. Discover now