Parte 12

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AÑOS ATRÁS...

Siempre voy a recordar esa piel morena, esos dientes, esos colores y esa pasión al tomarme. Juré por mi vida nunca rebajarme ante nadie, y estoy seguro que él juró por su vida, nunca tomar a alguien que desprecia tanto. Pero al final, su deseo por mi sangre, mi deseo por su cuerpo, fueron más fuertes.

– ¡Ah! ¡AH! – no pensé que esa cama fuera tan cómoda, ni que esa almohada de plumas preciosas fuera tan suave. Ni que el ardor de las mordidas que me daba me provocase tanto placer. Solo podía notar esos ojos encendidos, esas grecas con luz, como si estuvieran vivas, esa cola de quetzal suave y brillante, y esas alas, que aparecían en el momento del clímax. – ¡Azteca!

– Silencio. – dijo, mordiendo con fuerza mi cuello, tomando más de mí, sintiendo como esos grandes y filosos dientes penetraban mi piel sin aviso. Azteca era enorme, seguramente más alto de lo que fue URSS. Y tan sensual y fuerte, que mi cuerpo se derretía a su toque. Quiero más, necesito más de él. – Que preciosa adquisición. – susurró, mirándome, lamiendo la sangre que brotaba de mi herida, para al final, siempre poner una mano en mi pecho, sintiendo mi corazón latir solo por el deseo del libido.

– Tómame, has lo que quieras conmigo. No pares. – jadeé, envuelto en deseo, envuelto en todo. – Hazlo antes de que... acabe destruyendo todo de ti.

Él sonrió.

Solo sonrió, su gente moría por enfermedades, los estaba esclavizando, había ultrajado a su mujer, y él solo sonrió mirándome. Después, puso un dedo en mis labios, y recuerdo bien sus palabras, las recuerdo, aunque, en ese momento no las entendí.

– Me destruirás, y moriré. Este cuerpo mortal morirá, pero, nunca matarás a mis dioses, porque hay algo que no entiendes España. Yo no soy un country, todo mi territorio ni mis antiguas caras son un Country, ni mi esposa, ni mi hijo. Tenemos otro nombre, y me pregunto, si en tu estúpida cabeza, alguna vez lo descubrirás.

– ¿Qué? – dije, y él sonrió de nuevo. – ¿Azteca?

– Cuando me veas regresar, y sientas miedo de mí. Recordarás mis palabras. Mi pequeña puta personal.

– ¿Qué diablos eres? ¿Qué diablos es tu sangre?

No recibí ninguna respuesta.

Nunca recibí ninguna respuesta. Él murió, Mexica murió, y yo me quedé con su hijo. Intentando cambiarlo, alejarlo lo más que pudiera de él, queriendo tenerlo bajo mis ordenes, porque sabía que si un día, su hijo sabía lo que realmente era, no solo yo sufriría las consecuencias. Si México no es un country, ¿Qué diablos se supone que es?

¿Qué diablos es México?

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Escuchaba muchas voces.

Creo que escuche a mi madre, y después a mi padre. Sentía el abdomen arder, y sentía que alguien me cargaba. ¿Dónde estoy? Pensé que había muerto, pero ahora, no estoy muy seguro de ello. No sé cuánto tiempo ha pasado, solo siento a alguien cargándome en su espalda. ¿Dónde estoy? Recuerdo el dolor de mis heridas, recuerdo el martirio de mis penas, recuerdo su rostro, mirándome.

Rusia...

Acabé desmayándome de nuevo, sin recordar mucho de lo que estaba pasando.

– ¿Estas despierto? – una voz, una voz gruesa me habla, debo abrir los ojos, ¿Por qué no puedo abrir los ojos? – México. Es hora de despertar.

– Vale verga... – dije abriendo un poco la mirada, viendo a un enorme y jodido perro que era más grande que mi casa, con llamas en su cuerpo, de sombras y esquelético, con colores en sus huesos y rostro, como maquillaje único de día de muertos. – No mames...

LAZOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora