Capítulo 12

1.5K 138 4
                                    

Después de tanto tiempo ahí está. Plantado frente a la puerta, mirándome con odio, y ya hecho todo un hombre. Una copia de mí. Ocho años sin verle, y ahora no sé exactamente cómo reaccionar ante esto.

–¿Hijo? – Pregunto incrédulo, asimilando que de verdad es él.

– Por desgracia sí, pero no he venido a hacer las paces contigo, sino a que me expliques que mierdas le has dicho a mamá. – Me desafía con la mirada. Está realmente cabreado, lo sé porque tiene las mismas expresiones que yo.

–¿A qué viene esto?, ¿tu madre está bien? – Pregunto con miedo a haber causado con mi estúpido mensaje daños irreparables.

–¿Es que te importa?, te fuiste hace años y decidiste formar parte de otra familia, no he venido a hablar, solo dime que narices la has dicho- trato de guardar la compostura después de sus palabras.

No quiero, no puedo enfadarme con mi hijo. Entiendo que se preocupe por su madre, ha debido verla tocada por mi culpa. Pero no eran esas mis intenciones, yo solo quería que me explicase la situación.

– La he preguntado porque tu hermana ha vivido con tus abuelos y no ha sido capaz de responderme. – Me cayo un momento antes de continuar. – Y no se lo ha tomado bien.

–¿Y a ti que te importa eso?, no es asunto tuyo, y no quiero que la recuerdes nada de esa época, es más, no vuelvas a hablar con ella, te lo pido por favor. – Su enfado se desvanece, y ahora su voz es suplicante.

Me alarma. No entiendo porque no iba a querer hablar del pasado, de lo que pasó cuando me dejó tirado y consintió que ambos fuéramos infelices. Ahora sé que nunca dejó de quererme y no me voy a detener. Quiero saberlo todo, saber los verdaderos motivos por los cuales me soltó la mano y se aferró al dolor. Yo la amé siempre, por no hablar de lo que siento ahora, así que yo no soy el único culpable. Es cierto que intenté tener otra vida. No me quedó otra tampoco. Ana no me dejó otra opción, no quiso volver conmigo y yo seguí, y seguí llamándola, poniéndola mensajes que nunca me respondió. Tampoco pude hacer más.

– Te equivocas, por supuesto que es asunto mío, tu madre me dejó, ¿lo entiendes? – Al mencionarlo no puedo evitar elevar el tono de voz. Me duele que me dejase, entonces y ahora. Nunca me dejará de doler. – Y tengo derecho a saber los motivos. – Ahora soy yo el que le desafía con la mirada.

Ted es incapaz de sostenerme la mirada. Pero tampoco parece que se haya rendido.

– Escúchame. – Vuelve a alzar la mirada. – No quiero que la hagas preguntas, ni tampoco que la veas, porque es evidente que pasas de ella, ocúpate de tu familia y deja a mi madre, no se te ocurra recordarla el pasado, o te juro que te vas a arrepentir. – Me da un toque en el pecho y hace amago de irse.

Antes de que se vaya le agarro del brazo, y no le dejo de observar en ningún momento. Es valiente, pero sé que en el fondo tiene miedo.

– Tu madre es asunto mío, y preguntaré lo que considere conveniente, ¿estamos?, no voy a consentir que nadie me diga como tengo que actuar con tu madre, ni tú, ni nadie. – Termino de perder la compostura. Me pasa siempre que alguien me dice que debo pasar de Ana cuando simplemente no puedo. Desde luego no está en mis planes dejarla, y menos ahora que iba todo tan bien.

– Entonces hazlo por ella, si tanto te importa déjala, no necesita que la recuerdes el pasado, no sabes nada y es mejor que no lo sepas, te lo pido como hijo tuyo que soy, no te dirigas a ella. – Dice, continuando en sus trece. Parece que rendirse no está en sus planes.

– Hijo, lo siento, pero no voy a dejar a tu madre. – Aclamo autoritario, dejando claro que no lo haré ni aún sabiendo las consecuencias. – No puedo hacer eso.

–¡Si que puedes!, ¡no pretendas hacerla daño! – Grita histérico. – Ya ha sufrido lo suficiente. – Añade en un hilo de voz

Me quedo cayado, y me pregunto en silencio el motivo de su sufrimiento. Pero justo cuando quiero decir algo...

–¿Qué está pasando aquí? – Leila hace acto de presencia, y parece cabreada tras haber interrumpido su sueño.

–¿Y por esta la has cambiado? – Mi hijo me mira incrédulo. - ¿Sabes que no la llega ni a la suela?

–¿Qué está diciendo este?, ¿y quién es?, responde Christian. – Exige saber Leila.

– Soy Ted Steele, su hijo, y ya me iba, te lo dejo para ti solito. – Responde Ted por mí.

–¿Cómo que tu hijo?, ¿y qué hace aquí? – Rechista, sin mostrar ni una pizca de amabilidad por mi hijo, cosa que me ofende. Nadie me tiene que pedir explicaciones sobre porque veo a mi familia o no.

– Es mi hijo y puede venir cuando quiera, ¿te ha quedado claro?, y si no estas conforme, puedes irte de mi casa cuando quieras. – Termino diciendo todo lo que pienso.

– No, si yo no voy a volver más, continuar con vuestro amor tan único en el mundo, yo solo he venido a decirle a tu novio, o lo que seáis, que deje a mi madre en paz. – Ted cierra la puerta bruscamente y se marcha.

No me da tiempo a reaccionar, ni de salir a buscarle. No tengo fuerzas para nada más.

–¿Y por qué tu hijo ha venido a pedirte que dejes a su madre?, ¿es que has vuelto a saber algo de ella? – La expresión de su rostro cada vez es menos pacífica. Sé lo mucho que la molesta que la mencionen a la mujer por la que siento algo realmente. Solo me enamoré una vez, fue de ella, y siento mucho no haber podido hacerlo, y haber seguido queriéndola.

– Eso no te incumbe Leila, y si no te importa, me voy a ir a dormir. – Hago como si no existiera y me dirijo hasta mi habitación para encerrarme.

Me siento un idiota por todo. No he sido capaz ni de cuidar de mis hijos, ni tampoco de Ana

Me tiro a la cama, y antes de cerrar los ojos, mi móvil empieza a sonar. No me molesto en mirar de quien se trata.

–¿Se puede saber quién llama a estas horas? – Respondo, sin poder ocultar mi irritación.

Ahora no puedo hablar de buenas con nadie. Todo este asunto me ha puesto muy nervioso.

– Hola Christian, ¿podemos hablar en el Hoffman?

Su voz me hace temblar. Es ella, y quiere hablar justo ahora. En este puto instante que me siento una mierda.

– No, no podemos hablar, vete a la cama y déjame en paz. – Estoy a punto de colgar cuando...

– Yo voy a estar allí esperando a que vengas. – Dice, y cuelga el teléfono

MamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora