Capítulo 24

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Estábamos en su cama abrazados con las sábanas tapando nuestros cuerpos mientras Sam trazaba círculos en mi pecho y yo trataba de dejar de sonreír. Pero no podía. Estaba tan feliz y tan... no sabía cómo describirlo.

Completo era una buena palabra.

Me sentía tan feliz y completo que no podía hacer que la sonrisa resbalara de mi cara. Feliz, completo y totalmente enamorado, aunque se escuchara cursi.

Podíamos superar un mes, seis veces menos tiempo del que se había establecido antes que estaríamos separados. Un mes no era nada.

—Solo un mes —susurré, más para mí mismo que para ella, pero igualmente me escuchó.

—Así es, y luego estaremos juntos.

—Sí... —aseguré. La pegué más a mí, su mejilla contra mi pecho, y besé su cabeza—. E iremos juntos a la universidad.

—Y viviremos juntos.

—Y nos casaremos. —Sentí la sonrisa que se le iba formando en sus labios y luego giró su cabeza para mirarme con amor.

—Y te amaré toda mi vida —sentenció.

—Más te vale. —Besé sus labios y no pudimos evitar sonreír de nuevo.

¿Sería así de ahora en adelante entre nosotros?

Eso esperaba. No podía imaginarme sin ella en mi futuro. No me importaba que la gente dijera que éramos jóvenes y que así se sentía el primer amor; yo estaba seguro de que lo de nosotros si era real y no solo un capricho que duraría algunos meses.

Yo sabía que ella era la mujer de mi vida.

Estaba todavía pensando en eso cuando Sam se separó de mí y se empezó a vestir.

—¿A dónde vas? —pregunté incorporándome sobre mis codos, viendo cómo la tela resbalaba sobre su suave piel. Ella me miró por encima de su hombro y sonrió.

—A comer que estoy muriendo de hambre. —Agarró su cabello en una coleta alta y se detuvo en la puerta del cuarto—. Te espero abajo. —Y luego salió.

Cuando escuché sus pasos alejarse, me puse de pie y me coloqué mis boxers y mi pantalón. Encontré mi camiseta arrugada hecha bolita en una esquina de la habitación. Cómo había llegado tan lejos era todo un misterio.

Salí de su cuarto y me encaminé a la cocina donde Sam estaba calentando algo en el horno microondas. La miré durante unos segundos antes de que se percatara de mi presencia y me mirara con una sonrisa de disculpa.

—Lo siento, pero no sé cocinar —admitió divertida al tiempo que comenzaba a acercarse a mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, rodeó mi cuello con sus brazos y yo coloqué mis manos sobre sus caderas.

La sonrisa que adornaba sus labios decía muchas cosas.

—¿Qué?

—Nada —respondió—, solo estaba pensando. —Mordió su labio inferior y luego desvió la mirada al suelo. Apoyo su cabeza en mi pecho y suspiro—. No quiero irme.

—Y yo no quiero que te vayas.

Enterré mi nariz en su cabello e inhalé, queriendo absorber su aroma y que se quedara impregnado en mí para siempre.

—Pero es lo mejor, supongo. Es mejor irme un mes que seis, ¿no? —Elevó su cabeza y me miró con tristeza.

—Sip. —Acaricié su mejilla con dulzura y ella cerró los ojos inclinándose hacia mi toque. Cuando los volvió a abrir de nuevo, parecía algo insegura—. ¿Qué tienes? —cuestioné.

Ella mordió el interior de su mejilla y suspiró.

—¿Me vas a extrañar? —preguntó. Yo asentí.

—Como loco.

—¿Y me vas a llamar?

—Todos los días.

—¿Y me vas a esperar?

Miré a sus ojos inseguros y sonreí.

—Toda la vida si es necesario.

Un suspiro de alivio salió de sus labios.

—Me alegra escuchar eso.

—No deberías dudarlo. Nunca —la reprendí con dulzura. Barrí un mechón de cabello de su rostro y besé su frente—. Yo te amo, Sam; a ti nada más. Soy capaz de esperarte cuatro vidas si tú me garantizas que al final volverás.

Sonrió y sus ojos brillaron.

—No es necesario tanto tiempo, con un mes bastará.

—Pues eso espero.

El microondas sonó y nos despegamos para que ella pudiera sacar lo que sea que estuviera dentro. Cuando abrió la pequeña puerta, el olor a pizza inundó la habitación y mi estómago rugió.

—Ayúdame a sacar los platos de la alacena, por favor —me pidió. Eso hice y entonces nos ocupamos de devorar toda la pizza mientras nos lanzábamos miradas el uno al otro.

***

—No quiero que terminé el día —confesó una vez que anocheció y nos metimos en la cama... completamente vestidos.

Acababa de enviarle un mensaje a Jan para hacerle saber que no llegaría a dormir y ella me había llamado alterada. Despotricó contra mí durante unos minutos, hasta que la voz de Derek al otro lado la calmó y convenció de que nos dejara ser jóvenes.

A veces amaba a mi cuñado.

—Ni yo —dije, y era verdad. Quería que ese día durara un mes, así no tendría que separarme de ella.

Nos quedamos en silencio, yo pensando en lo que haría el resto de mis vacaciones sin Sam, y ella... Bueno, ella empezó a besar mi cuello. Escalofríos recorrieron mi cuerpo y ella sonrió.

—Me gusta cuando reaccionas así —susurró. Giré mi rostro un poco y besé la punta de su nariz. No podía verla muy bien en la oscuridad pero la poca iluminación que había hacia destellar su cabello.

—Te gusta provocarme, eso es lo que te gusta.

Soltó una risita.

—La verdad es que sí.

Rápidamente me di la vuelta sobre el colchón y quedé suspendido sobre ella.

—Me he dado cuenta. —Y la besé.

No entraré en muchos detalles de lo que pasó después. Solo diré que dormí con una sonrisa en el rostro y que, en ese instante, era el hombre más feliz del mundo.

Al día siguiente, me desperté sobresaltado. Sam me estaba sacudiendo el hombro y su rostro lucía asustado, por lo que me alarmé.

—¿Qué sucede? —pregunté alterado. Ella me miró a los ojos y luego su mirada cayó a mi pecho desnudo. Habría sonreído de no ser porque estaba un poco asustado.

—Mi mamá acaba de llamar para decirme que viene en camino —susurró como si alguien nos pudiera escuchar. No necesitó decir más.

Inmediatamente me puse de pie y busqué mi ropa mientras que Sam hacía su cama y trataba de ordenar un poco la habitación. Cuando estuve vestido y ella arregló un poco, me acompañó hasta la entrada.

—¿Quieres que venga en un rato más? —pregunté en el umbral de la puerta. Enarqué mis cejas y le hice un puchero esperando a que no se negara. Debió de haber funcionado porque se echó a reír y colocó ambas manos sobre mi pecho.

—Claro.

Le di un beso, salí de su casa y me encaminé al auto. Una vez dentro del reducido espacio, una carcajada brotó de mí.

¿Quién hubiera imaginado esa situación?

Yo, Dean Ferrati, saliendo a escondidas de la casa de una chica.

Qué rara es la vida.

Un día eres feliz y al siguiente... Al siguiente ya no se sabe.

Vencedor [PQY #2] ✔ versión 2014Where stories live. Discover now