6. Callejón Diagon

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Ahí estaban en el callejón Diagon. Theo y Blaise habían decidido no ir por como estaban las cosas. Si había mortífagos rondando, los reconocerían, por lo que mejor se quedaron en la Madriguera y pidieron a los demás para que les compraran los útiles.

-Mantente junto a nosotros, Issa. -dijo Annie observando el callejón Diagon. Era muy diferente de la última vez que había ido. Todo estaba cerrado, ya sea con tablas o las cortinas corridas. Todo el ambiente se veía muy triste y solitario, a la vez que peligroso.

Los llamativos y destellantes escaparates donde se exhibían libros de hechizos, ingredientes para pociones y calderos, ahora quedaban ocultos detrás de los enormes carteles de color morado del Ministerio de Magia que había pegados en los cristales (en su mayoría, copias ampliadas de los consejos de seguridad detallados en los folletos que el ministerio había distribuido en verano). Algunos carteles tenían fotografías animadas en blanco y negro de mortífagos que andaban sueltos: Bellatrix Lestrange, por ejemplo, miraba con desdén desde el escaparate de la botica más cercano.

-¿No quiere una para su hijita, señora? -abordó a la señora Weasley lanzándole una lasciva mirada a Ginny-. ¿Para proteger su hermoso cuello?

Annie atrajo a Issa hacia si, mientras Harry estaba al otro lado de Annie.

-Si estuviera de servicio… -masculló el señor Weasley mirando con ceño al vendedor de amuletos.

-Sí, pero ahora no detengas a nadie, querido, que tenemos prisa -le rogó su esposa mientras consultaba una lista, nerviosa-. Me parece que lo mejor sería ir primero a Madame Malkin; Hermione quiere una túnica de gala nueva y Ron enseña demasiado los tobillos con la del uniforme. Y tú también necesitarás una nueva,
Harry, porque has crecido mucho. Vamos, por aquí…

-Molly, no tiene sentido que vayamos todos a Madame Malkin -objetó su marido-. ¿Por qué no dejas que Hagrid los acompañe a ellos cinco y nosotros vamos con Ginny a Flourish y Blotts a comprarles los libros de texto?

-No sé, no sé -respondió ella, angustiada; era evidente que se debatía entre el deseo de terminar las compras deprisa y el de mantener unido el grupo-. Hagrid,
¿crees que…?

-No sufras, Molly, conmigo no va a pasarles nada -la tranquilizó éste agitando una peluda mano del tamaño de la tapa de un cubo de basura. La señora Weasley no parecía muy convencida, pero permitió que se separaran y salió presurosa hacia Flourish y Blotts con su marido y Ginny.

Caminaron mirando hacia todos lados, hasta llegar al establecimiento. Hagrid decidió esperarlos afuera, mientras ellos pasaban para medirse.

A primera vista parecía vacía, pero tan pronto la puerta se hubo cerrado tras ellos, oyeron una voz conocida detrás de un perchero de túnicas de gala con lentejuelas azules y verdes.

-…ningún niño, por si no te habías dado cuenta, madre. Soy perfectamente capaz de hacer las compras por mi cuenta.

Alguien chascó la lengua, y luego una voz que Annie identificó como la de Madame Malkin dijo:

-Mira, querido, tu madre tiene razón; en los tiempos que corren no es conveniente pasear solo por ahí, no tiene nada que ver con la edad…

-¡Quiere hacer el favor de mirar dónde clava el alfiler!

Un adolescente pálido, de facciones afiladas y cabello rubio platino, salió de detrás del perchero. Llevaba puesta una elegante túnica verde oscuro con una reluciente hilera de alfileres alrededor del dobladillo y los bordes de las mangas. Dio un par de zancadas, se colocó ante el espejo y se miró; tardó unos instantes en ver a Harry, Ron, Annie y Hermione reflejados detrás de él, y entonces entrecerró sus ojos grises.

Annie y el Misterio del PríncipeWhere stories live. Discover now