Quedarse aunque duela

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VICTORIA BROWN

No podía quedarme. No quería escuchar la respuesta que le daría, así que decidí irme. Me subí a mi moto y manejé hasta mi departamento. Llegué y en él se encontraba la última persona que deseaba ver en ese momento.

―¿Qué demonios estás haciendo en mi departamento y cómo entraste, Eleanor? ―

―¡No me llames Eleanor! Soy tu mamá y cuida tu vocabulario, por favor. Solo quería verte. Hace tiempo que no sé nada de ti. Quería saber cómo estabas... y tu hermana no deja de preguntar cuándo irás a visitarla. Abel me dejó entrar, ya que tenía mucho rato afuera tocando la puerta, pensando que estarías aquí. No estaba al tanto de que habías empezado un nuevo instituto. Es increíble que el conserje sepa más de mi hija, que yo que soy tu madre ―me dijo en un intento por hacerme sentir culpable, pero para su pesar, no existía sentimiento alguno que ella lograra producir en mí.

―¿De verdad tienes moral para venir a reprocharme algo? ¿Me estás hablando en serio? Porque de ser así, puedo sentarme y recordarte por qué es que estoy viviendo aquí y por qué ya no me nace llamarte mamá ―le dije, y sentí el hielo en cada palabra que salió de mi boca. La mujer que tenía en frente, solo lograba sacar lo peor de mí. Cuando la tenía cerca, me convertía en una persona fría, seca. Ella corrompe mi alma y hace que desaparezca cualquier pizca de bondad. Por su culpa, mi definición de amor y mis sentimientos, estaban marchitos.

―No puedes odiar a tu madre toda la vida. Las cosas que se hicieron, no podían hacerse de otra manera. Los débiles cayeron en el camino y nosotras tuvimos que seguir. Cuando seas grande lo vas a entender. Eres una Hamilton y por más que quieras escapar, llevas mi sangre en tus venas. Ahora, deja de ser una infantil y ven a ver a Violet. Ella te necesita y no tiene la culpa de nada de lo sucedido.

―Iré a verla cuando esté lista para hacerlo, no tienes que venir hasta acá para decirme lo que tengo que hacer. No quiero ser grosera, pero te voy a pedir que te vayas ―me dirigí a la puerta indicándole que saliera y al hacerlo, intentó acariciar mi rostro, pero no se lo permití. No podía tenerla cerca sin que me produjera un mal sabor de boca. Verla, revivía recuerdos que solo necesitaba eliminar de mi mente.

Hay marcas que por más que quieras, nunca se borran, porque están grabadas en tu alma. Cuando la persona que más amas, te rompe, es difícil volver a unir esos pedazos. Cuando te falla la gente que se supone que no te tiene que fallar, la confianza se convierte en algo utópico. Algo dentro de ti deja de creer y sin querer, pero tampoco, sin poder evitarlo, tu interior se convierte en una habitación que solo ve pasar el invierno por su ventana. Todo es frío. Mi propia madre me presentó el dolor. Gracias a ella conocí lo que es la traición. Se llena la boca diciendo que nos ama con el alma, pero por ella, entiendo que el amor es basura. Que nadie tiene la capacidad de amar a otro por encima de los propios intereses. Somos egoístas. Convenientes. Amamos pero mentimos. Decimos amar, pero traicionamos. Y esas manos a las que le entregas tu corazón para que lo cuide, son las mismas que sin piedad, lo aplastan hasta convertirlo en cenizas. Mi padre, me presentó a través de su mirada, la tristeza de un corazón roto. Con él aprendí que cuando amas, la brecha para perderte a ti mismo es muy estrecha. Mis padres, eran el reflejo de lo que no quería ser jamás.

La presencia de esa mujer me alteró y la tranquilidad que fui a buscar a mi departamento se fue a la basura. Regresé al instituto aunque era el último lugar en donde quería estar y Santiago me lo terminó de corroborar cuando tomó su guitarra, y no le pareció suficiente la declaración de amor que le hizo a Emily delante de todos, también pensó que era necesario dedicarle una canción. Que fuera tan perfecto estaba sacándome de quicio. No puedo negar que lo hacía muy bien, era sin duda el sueño de toda chica. Pero de algo estoy segura, si hubiese vomitado en ese momento, serían corazones los que saldrían de mi estómago de lo empalagada que estaba gracias a sus cursilerías. Era perfectamente detestable. Me puse los auriculares y reproduje una de mis PlayList e intenté aislarme, pero Emily no me la estaba poniendo fácil. No dejaba de enviar mensajes y yo no quería hablar con ella. Sé que suena estúpido. No tenía por qué ponerme así. Pero saber que le había dicho que sí, inevitablemente hizo que mi corazón se partiera en pedazos.

El espacio entre tú y yo -Katherine H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora