Huellas del pasado

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EMILY WILSON

Cuando eres pequeña son muy pocas las cosas que puedes entender y más cuando se trata de temas de adultos. El amor para mí era territorio desconocido aún. El único que conocía era el que sentía por mi familia, especialmente por Emma, mi única y amada hermana.

Éramos inseparables. Me gustaba hacer todo con ella, aunque era seis años mayor que yo. Teníamos gustos totalmente diferentes y no nos parecíamos en nada. Emma era divertida, auténtica, arriesgada, y la bondad la tenía como una de sus principales cualidades. Apasionada cuando de defender una causa se trataba y yo la admiraba con cada parte de mi ser. Cuando cumplió quince, las fiestas se convirtieron en su pasatiempo favorito, pero eso no le impedía estar pendiente de mí. Me gustaba verla arreglarse antes de salir. Era como tener dos hermanas en una. En el día llevaba anteojos y en la noche el escote y la mini falda dejaban ver los atributos que no podías apreciar con su clásico outfit de sweaters y jeans. Siempre antes de irse, me leía un cuento y hasta que no me durmiera, no me dejaba sola. Mi hermana era mi persona favorita en el mundo, pero no lo sería por mucho tiempo

Sin saber cuándo, las cosas empezaron a cambiar. Los días que decía que no saldría de fiesta, la escuchaba salir en silencio sin leerme ningún cuento ni darme beso de buenas noches. Llegaba a altas horas de la madrugada evitando ser vista, pero en una de esas escapadas, la sorprendí y me pidió que no les dijera nada a nuestros padres. Que sería nuestro secreto y como no me gustaba que me dejara de hablar o se molestara conmigo, obedecí. No le dije a nadie. Un día Emma empezó a estar rebelde. Discutía seguido con mis papás. Cuando nos dejaban en la escuela, ella se iba a otro lugar y regresaba a la hora de la salida antes de que fueran por nosotras. Me decía que la acompañara al cine y me dejaba con Isa, su mejor amiga. Nunca me dijo a dónde iba o con quién. Me preguntaba por qué no confiaba en mí. Si ella hubiese estado conmigo, sería la primera en saber lo que me pasaba con Victoria, porque más allá de ser mi hermana, la veía como mi mejor amiga, y me rompió el alma saber que yo no representaba lo mismo.

Eran las tres de la mañana de un jueves cuando empecé a escuchar gritos afuera de mi habitación. Emma se escuchaba muy alterada. Lloraba descontroladamente. Mamá intentaba calmar a mi padre que reflejaba mucha furia en su rostro. "¿Puedes entender que es amor y quiero estar a su lado?" fueron las palabras que dijo mi hermana antes de que mi papá volteara su cara con una bofetada. Corrí hacía él y comencé a empujarlo mientras le gritaba que era un salvaje. Que a las niñas no se les pegaba. Estaba tan fuera de sí, que sin darse cuenta me empujó y al caer, mi cabeza se golpeó con el borde de la escalera dejándome inconsciente, ocasionándome convulsiones como consecuencias del golpe. Tenía casi catorce años y me encontraba en la habitación de un hospital con diagnóstico de CTE (Traumatismo craneoencefálico). Los doctores les dijeron a mis padres que el golpe pudo haber sido mortal.

Cuando desperté lo primero que hice fue preguntar por Emma. No me decían nada y ella tampoco iba a visitarme. Llegué a pensar que estaba molesta conmigo por haberle dicho esas cosas a nuestro padre, pero ¿qué quería que hiciera? Ella misma me había enseñado a defender lo que yo creía que era una injusticia. Me cuidaba y yo quería hacer lo mismo. Verla llorar me rompió el corazón y quería decirle que cambiaría todas sus lágrimas por poder llorarlas yo. Y que si pudiera pedir un deseo, sería que nadie le hiciera daño y que si se lo hacían, quería estar a su lado, pero no pude. No me dio la oportunidad de hacerlo. Se fue y ni siquiera se despidió de mí. Solo me dejó una carta que rompería mi corazón en pedacitos y dejaría más preguntas sin responder.

Emma se convirtió en un tema prohibido en mi casa. Nunca me dijeron qué fue lo que pasó y yo empezaba a odiarla por haberme abandonado. Comencé a odiar la música que escuchábamos a todo volumen, sus programas favoritos, así como también los lugares que visitábamos juntas. Como ese parque de diversiones al que llevé a Victoria; pero la odiaba más, cada vez que veía a mi madre llorar en silencio, o cada vez que papá creía que había hecho algo mal y que por eso habían terminado así las cosas. Siempre hicieron todo lo mejor por nosotras. Su sacrificio se veía en el día a día. Eran los mejores padres y no merecerían tener una hija como ella. O por lo menos eso fue lo que quise creer las veces que me obligaba a odiarla más, en mi afán de lograr olvidarme de que existía. Cuando trataba de convencerme de que no me hacía falta y de que ya no tenía hermana.

El espacio entre tú y yo -Katherine H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora