Más humanos

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EMILY WILSON

Es común escuchar decir que de los errores ajenos no se aprende. Que debemos equivocarnos y degustar con nuestra propia lengua el desagradable sabor de nuestras fallas, pero ¿es eso cierto? ¿Es necesario tocar fondo para salir del hoyo en el que te encuentras sumergido?

Santiago había despertado y a la primera persona que pidió ver fue a mí. Su mamá se opuso. Estaba desesperada por entrar a verlo, pero el señor De Luca tenía la última palabra y la petición de su hijo fue muy clara, así que eso era lo que iba a hacer su padre, quien se encargaba de cumplir siempre los deseos de su único heredero.

Yo también insistí en que debía ser la señora Lucrecia quien pasara primero, pero mi intento de huir a un encuentro para el que todavía no estaba lista, fue inútil.

Aunque Santiago estaba fuera de peligro, verlo tan quieto en esa cama me quemaba por dentro, y los sonidos de las máquinas a las que se encontraba conectado comenzaban a convertirse en esa canción que odias y que no puedes escuchar ni un segundo más. Cada pitido me hacía pensar en lo vulnerable que somos. En que la brecha entre la vida y la muerte es demasiado angosta y no nos damos cuenta hasta que ya es tarde.

Al verme llegar, me regaló esa sonrisa que lo caracterizaba. Siempre alegre, siempre lleno de vida.

―Princesa ―dijo, estirando su mano hacia mí―. Ven, siéntate conmigo ―solicitó con amabilidad.

―¿Cómo te sientes? ―le pregunté.

―¿Sabes esos días en los que Nico me daba a tomar Vodka con tequila mezclada? Bueno, peor ―Soltó una risa, la cual le salió con dificultad.

―No puedes hacer esfuerzo. No te hagas el gracioso ahorita, por favor ―le pedí.

―Es bonito saber que todavía te preocupas por mí ―Sujetó mi mano.

―Siempre me voy a preocupar por ti. ¡Deja de decir tonterías!

―Lo sé. Eres hermosa. Y no debes preocuparte. A este mundo le falta mucho por conocer de Santiago de Luca, además, las fiestas de la universidad no me las perdería por nada ―Me guiño el ojo.

―Tú no cambias ―sonreí, y me daba felicidad verlo animado, pero todavía podía ver tristeza en su mirada.

-Te equivocas. ¡El cambio es inevitable cuando te encuentras frente a frente con la muerte, princesa! Y sí, mis ganas de vivir al máximo siguen intactas, pero la definición que tenía sobre varios aspectos de la vida, cambiaron por completo ―expresó, y parecía que intentaba ir a un punto más importante.

―Ahora te me convertiste en Filósofo. No vayas a querer hacerle competencia al profesor Erick ―Bromeé.

―¡Para nada! ―sonrió, apenado, pero volvió al semblante serio y reflexivo―. Entendí muchas cosas ¿sabes? Tuve algunas revelaciones, pero aunque intente explicarte lo que vi en ellas, es posible que no entiendas, porque es algo que me supera, a mí y quizás al raciocinio humano, pero que me transformó por completo.

―Puedes intentarlo y me esforzaré por entender lo que me digas ―me animé a decir.

―¡No! No te lo voy a complicar mucho y solo te diré lo que vi de nosotros dos ¿te parece? ―preguntó, y yo asentí.

El espacio entre tú y yo -Katherine H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora