El espacio entre tú y yo -Katherine H.

Sobre el abismo

VICTORIA BROWN

El lugar quedaba bastante retirado. Al llegar, la paz se palpaba con solo respirar. La naturaleza era nuestra anfitriona y a nuestro alrededor no se veían viviendas. Eran hectáreas y hectáreas de puro pasto, árboles y al fondo solo colinas.

Ella me estaba presentando un pedacito de su mundo, y yo me enamoraba de todo lo que representaba, pero conocer su faceta más desinhibida fue sin duda, mi parte favorita del viaje.

Desde que conocí a Emily, las fiestas y mi definición de "vivir la vida", cambiaron completamente. Ella me enseñó que hay personas por las que vale la pena convertirse en calma. Que te dicen que ir despacio, también es una forma de vivir, porque te permite apreciar hasta los pequeños detalles. Detalles tan simples como poder apreciar el olor a verde o el baile de los colibríes alimentándose del néctar de las flores.

Mi concepto de libertad nunca me llevó a tener intimidad con otra mujer. Ni siquiera me llamaban la atención. Y aunque el sexo nunca estuvo ausente en mi cama, lo que viví con ella, se resumía en el todo que siempre me faltó.

Sentir su cuerpo desnudo temblar de placer. Escucharla gemir mientras gritaba mi nombre. Saborear cada parte de ella, al tiempo en que la hacía mía y le entregaba mi alma en cada caricia, fue como descubrir una nueva forma de amar. Porque sí, yo la estaba amando con cada fibra de mi cuerpo, sin importarme si era muy pronto para sentirlo o si al final, se quedaría con él.

―¿Estás bien? ―le pregunté, al ver que se quedó mucho tiempo en silencio mirando hacia el horizonte.

―No sé exactamente cómo estoy, pero tú haces que todo parezca más fácil y menos doloroso ―respondió, dándandome un beso con sabor a desahogo―. Vamos, todavía hay algo más que quiero enseñarte ―agregó.

Se levantó para vestirse y no podía creer lo que estaba a punto de descubrir.

―¡Espera! Esto yo lo he visto antes ―solté, en el instante en el que vi el tatuaje que tenía en la parte baja de su espalda.

―¿Ya lo recordaste? ―pronunció, con una sonrisa en su rostro que no lograba entender a qué se debía.

―¿Recordar qué? Ese infinito roto solo lo he visto en mis sueños. ¿Cómo es que...? ―Las palabras no me salían por la confusión que me generó ver el tatuaje que apareció en mis sueños aquel día que desperté con Nico.

―Imaginé que no lo recordabas, pero lo que sí es una sorpresa es enterarme de que soñabas conmigo desde ese día en el club ―respondió coqueta, sentándose otra vez junto a mí para acercarse a mis labios sin llegar a besarme.

―¿Me vas a contar lo que pasó ese día o quieres que use mis métodos de tortura para hacerte hablar?

Su cara casi hace que me le lance encima, para repetir lo que habíamos hecho unos minutos antes, pero la curiosidad del tatuaje me estaba matando, así que saqué fuerza de donde no tenía y me controlé.

―Amor, es una historia muy larga, pero trataré de resumirla ―respondió, y escucharla llamarme así ocasionó un revoloteo en mi estómago.

―Si vuelves a decirme "amor", creo que no podré controlar mis ganas de besarte y hacerte el amor otra vez. Porque no es normal lo que sentí al escucharte llamarme así.

Me calló con otro beso.

―¿Quieres saber la historia del tatuaje o no, "Amor"? ―hizo énfasis en eso último, dejando en evidencia lo mucho que le gustaba volverme loca.

―¡Perdón! Ya me controlo, lo prometo ―respondí, levantando mi mano derecha en señal para que siguiera hablando.

―Ese jueves yo ni siquiera debía estar en ese club. Amanda organizó una fiesta privada para alimentar su vanidad. Santiago asistió porque Nico se presentaba a cantar; y Laura también fue porque supo que Joaquín asistiría. Eran casi las dos de la madrugada cuando me llamó ebria con una crisis. Estaba llorando porque mi tonto amigo se encontraba coqueteando con otra chica. Fui por ella y al intentar calmarla, tiró accidentalmente su trago sobre mi ropa. Fui al baño a limpiarme y olvidé cerrar la puerta con seguro (es un mal hábito que tengo, pero ya lo sabes). Me quité la camisa y justo en ese momento apareciste tú.