Años pasaron tras la separación de los padres de Brooklyn Bedling, sin embargo esta seguía reprimiendo las ganas de matar a su padre por el hecho de como terminaron las cosas; y más ahora, que ella estaba destinada a volver con ese cincuentón que ha...
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Había besado a Cole.
Mi hermano.
Y me había gustado.
De hecho, fue el mejor beso que alguien pudo haberme dado en mi vida.
Por dentro era un mar de emociones. Ni siquiera existían las palabras correctas para definir todo lo que pasaba por mi mente, corazón y cuerpo en ese momento.
Me alejé velozmente de él.
El pecoso imitó mi acción.
Nuestros pechos subían y bajaban, mientras los dos nos mirábamos fijamente, con el semblante serio.
Tragué saliva. Relamí mis labios, mojados por el contacto con los del muchacho a metros de mí. Él, en cambio, tocó el suyo inferior con la yema de su dedo, ya que pareció dolerle la herida que tenía.
—Creo...que es mejor que vayamos a casa.—Masculló, rascando su nuca, en un gesto nervioso.
Asentí con la cabeza.
Subimos al automóvil. El coche nos quedaba demasiado chico para la increíble incomodidad que nos inundaba.
Jamás lo había sentido así.
Quería que la tierra me tragara.
Restregué mis ojos con fuerza. Me estaba faltando el aire y necesitaba estar lejos del pelinegro por un rato.
Si bien logré aceptar que me gustaba, el beso lo cambiaba completamente todo. Nuestra relación. Nuestra rutina. Nuestros amigos.
¡Por dios había compartido saliva con mi propio hermano!
Mi misma sangre. Hijo de la misma madre que yo. Mismo hermano en común. Misma familia.
La angustia se apoderó de mi pecho. Así que abrí cautelosamente la ventanilla para respirar algo de aire fresco.
Cole a mi lado se mantenía firme mirando a la carretera. Su mandíbula estaba tensa y las venas de su brazo en el volante eran visibles.
Me frustraba que fuera tan apuesto.
Mordí mi labio inferior, con la vista en el paisaje que pasaba velozmente a mi lado.
—Brooklyn...no podemos decirle nada de esto a nadie.—Que me tomara de estúpida me dolía más que cualquier otra cosa.
