8. La falta que me haces.

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—espérate que no me ha quedado claro, entonces Mimi y tú habéis estado liadas 7 meses y no me habéis dicho nada –dijo Miriam indignada, Ana suspiró.

—¿enserio te preocupa eso únicamente Miriam? Que no te lo contáramos –dijo Ana tumbándose en la cama, había aprovechado que sus padres trabajaban y que solo estaba Alfred para que Miriam fuese a su casa y así poder hablar tranquilamente.

—no, no, no, no me preocupa, me ofende –dijo Miriam riendo, y sacándole una pequeña sonrisa a Ana.

Miriam era la única capaz de sacarle sonrisas en este momento.

—Miriam entiende que no se lo podíamos contar a nadie, que cuanta más gente lo supiera peor, porque antes se enterarían nuestros padres. –dijo Ana, aunque al final no sirvió para mucho, pensó después.

—entonces Mimi y tú empezasteis a salir, tus padres os pillaron por besaros, y después de ese día no has vuelto a saber nada de Mimi, tú estás aquí básicamente encerrada, y no podemos hablar con ella, ya que seguramente habrá cambiado de número, o a lo mejor ni siquiera tiene móvil. –dijo Miriam recopilando toda la información que tenían.

—¿has probado a ir a su casa? –le preguntó la de rizos.

—yo no, no puedo salir ¿lo recuerdas? Pero Alfred sí que fue, y no estaba. –dijo Ana.

Miriam y ella se miraron a los ojos, pensando en alguna forma de contactar con la rubia, Ana se empezó a rascar la muñeca, levantándose le un poco la camiseta de manga larga que llevaba puesta.

—¿que tienes en la muñeca? –preguntó Miriam mirándola, Ana abrió mucho los ojos y bajo su manga.

—nada –contestó rápido, pero Miriam le agarró la muñeca con algo de fuerza, subiéndole la manga de la camiseta.

—Ana por favor dime que no lo has hecho –dijo Miriam, rozando con cuidado las heridas de la muñeca de Ana con las yemas de sus dedos.

Ana le miró con unas pocas lágrimas en los ojos que amenazaban con salir.

—lo siento, no sabía que hacer, no sabía que hacer para dejar de sentir el dolor que sentía, la soledad. –dijo Ana empezando a llorar, bajo la vista aunque Miriam podía ver como sus lágrimas caían, le soltó la muñeca y la abrazó muy fuerte.

—Ana....

—por favor no se lo digas a nadie, ya tengo suficientes problemas, te juro que solo fue una vez, y que no lo voy a volver a hacer. –decía Ana llorando en los brazos de Miriam, Miriam le acarició la muñeca, tenía las heridas casi cicatrizadas, suspiró.

—esto te va a dejar cicatrices –dijo Miriam, Ana la miró todavía llorando.

—no se lo voy a decir a nadie, pero no lo vuelvas a hacer –le dijo Miriam, Ana asintió.

—Miriam le echo de menos. Mucho.

Y así se quedaron las dos chicas abrazadas.

Que Ana estuvo castigada mucho tiempo, pero mucho tiempo, es verdad, llevaba desde ese fatídico día cuando tenía 14, muy controlada y sin casi salir, ahora tenía 17 y estaba todo igual. Más o menos.

Ahora tenía un poco más de libertad.

Alfred siempre la intentaba ayudar, ya que cada vez que salía tenía un tiempo muy reducido, y la llevaban y la iban a buscar a todas partes. Ahí es donde entró Alfred, que la iba a recoger muchas veces, dejándole más libertad, poniéndole excusas a sus padres de que él y Ana se iban a pasar tiempo como hermanos. Para que así Ana pudiese estar más tiempo con sus amigos.

Después de 10 años // warmi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora