Capítulo 23

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Cerré la puerta y me senté en el suelo. Estaba bloqueada y en fase absoluta de negación. No entendía nada. No era capaz de pensar con claridad. O Alba se había reído de mí en mi cara o yo me estaba perdiendo algo. Quizá, el simple recuerdo me había afectado más de la cuenta. Fuese lo que fuese, las mangas de la chaqueta estaban cada vez más empapadas y la cabeza no dejaba de darme vueltas. La fiesta seguía su curso. La música seguía sonando. Pero para mí, el mundo acababa de pegar un frenazo que me había lanzado de cabeza contra un muro, dándome una hostia bastante dolorosa.

-Natalia – Alba entró como un huracán, abriendo de par en par. Estaba tan cerca que me dio un golpe con la puerta en el tobillo

-¡Uffff! ¡Joder! – me quejé, frotándome la zona dolorida y llorando aún más

-Perdón.  Perdón – Se agachó justo delante de mí, observando con cuidado el lugar en el que me había golpeado

-Da igual – bufé, escondiendo de nuevo la cabeza entre las rodillas

-Natalia. Mírame por favor – rogó, apoyada en ellas. Me negué – Por favor – volví a negar

-Alba, déjame sola. Por favor – pedí

-Natalia. Escúchame. Entiendo perfectamente que estés así, pero las cosas no han pasado como crees – explicó, acariciándome la pierna – Yo no he ido a bailarle a Carlos. Yo estaba a mi rollo y él se puso detrás de mí. María lo ha visto todo. En cuanto se ha dado cuenta de lo que había pasado, me ha dicho que lo habías visto y que te habías ido llorando. Por eso he venido

-¿Qué? – erguí la cabeza por fin, mirándola - ¿En serio?

-Pues claro – sonrió ligeramente – No podía dejarte aquí, así - Acunó mis mejillas entre sus manos, delicadas. Con mimo, fue retirando con los pulgares una a una las lágrimas que se habían negado a desaparecer. El llanto se me había cortado de golpe, quedándose en pequeños hipidos que poco a poco lograba aplacar. – Eres la única que me interesa y me gusta, Natalia. De verdad. He sido totalmente sincera cuando te lo he dicho en la habitación hace unas horas. Y te lo voy a demostrar. Si me dejas

Se puso de pie, tendiéndome la mano para que me levantase. Cogí una servilleta, me limpié la nariz y me recoloqué la ropa. Como en la habitación, Alba volvió a colocarme correctamente el cuello de la camisa. Musitó un “vamos”, tirando de mi mano hacia el salón.

Todo seguía exactamente igual que antes de marcharme. Nadie parecía haberse inmutado de nuestras respectivas ausencias. Excepto la Mari, claro.

-Gracias – susurré al pasar junto a ella. Asintió, satisfecha

-Ven – Me situó casi en el centro y se colocó justo delante de mí, sujetando mis manos sobre sus caderas. Notaba cómo movía el culo, pegado a mi cuerpo, siguiendo perfectamente el ritmo

-Alba, se supone que perreas sola. Lo está diciendo la canción – bromeé, con la cabeza apoyada sobre su hombro, moviéndonos al unísono – Además, ¿mañana qué?

-Uy, no me voy a acordar. Estoy muy borracha – argumentó, zanjando el tema – Y ahora, disfruta

El resto no tardó en unirse. La Mari me guiñó un ojo, celebrando en silencio mi pequeño triunfo sin perder de vista los sugerentes movimientos de Sabela. Aquello se convirtió en un desmadre. Es lo que tienen los temazos. Y en lo que a mí respecta, el desmadre lo llevaba por dentro. El roce más que intencionado de Alba comenzaba a afectarme. Con la excusa de bailar, dejé que mi cuerpo actuase por instinto, sin pensar a penas. Mis manos aprisionaban sus caderas con firmeza. Incluso a través de la tela de su vestido, el calor me penetró la piel, ascendiendo por los brazos hasta nublarme la mente. A veces resbalaban, instalándose en sus muslos con la misma seguridad. Sus dedos se aferraron a mi nuca, casi abrasándome la piel del cuello. Me permití incluso, entre vaivenes, dejar algunos besos en su clavícula con maestría.

A otro ladoWhere stories live. Discover now