Capítulo 33

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La fiebre, lejos de abandonarme, le había cogido el gusto a estar conmigo. A veces me daba una tregua de un par de horas, pero siempre volvía más fuerte. Las dos primeras veces no quise molestar a Alba; bastante desvivida estaba ya por mí como para encima no permitirle descansar. Pero alrededor de las cinco y media de la mañana no podía más. Sentía que iba a derretirme, todo me ardía, especialmente la garganta, por la que a penas podía circular la saliva que tragaba. 

Como si hubiese desarrollado ese instinto que tienen las madres de saber cuándo un hijo está mal, Alba se despertó inmediatamente al notar cómo me revolvía en la cama.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? – Encendió rápidamente la luz y se incorporó, nerviosa

-Me…me…encuentro…mal – A penas podía articular palabra – Agua. Porfa – rogué

Agarró la botellita que había encima de mi mesilla, colocándola entre mis labios con nerviosismo

-¿Mejor? – Asentí

Me costaba mirarla. Los ojos me ardían y apenas podía mantenerlos abiertos.

-No puedes seguir así – soltó de pronto, más para sí misma que para mí, dándose un golpe en la mano con el puño, decidida

-¿A dónde vas? – me recosté de nuevo, tapándome los ojos con el dorso de la mano

Me habría gustado detenerla pero no me quedaban fuerzas. Desapareció en la oscuridad del pasillo, que la engulló por completo. Oí llamar a una puerta, pasos pesados y un cuchicheo que se acercaba a la puerta. 

María entró con una mascarilla puesta y el pelo revuelto. Quise matar a Alba por haberla despertado. Mi amiga se sentó en la cama, manteniendo una distancia prudencial conmigo aunque sin quitarme la vista de encima.

-Tienes razón – confirmó

-¿Con qué tiene razón? – bufé

-En que tiene que verte un médico, Natalia – intervino Alba, de pie junto a la puerta

-No pienso permitirlo – mi intento de incorporarme con ímpetu se vio frustrado por las manos de María obligándome a tumbarme

-Nos da exactamente igual, Natalia Lacunza. A ti te va a ver un médico

-Mari – repliqué – El hospital está muy lejos y si nos pilla la policía…

-¿Quién ha dicho nada de hospital? – se encogió de hombros con una sonrisa pícara

-¿Cómo pretendéis…? – mis neuronas estaban haciendo un esfuerzo inmenso por sumar dos mas dos - Ah, no, no. Ni de coña os vais a dejar la pasta en un médico privado

-Shhhh – chistó Alba – Vas a despertar a todo el mundo. Eso lo primero. Y lo segundo. Por supuesto que vamos a hacerlo

-Exacto. Además, prefiero hacerlo a que te dé un parraque y vengas a darme el coñazo después de muerta, que encima tendrías la poca vergüenza de recriminármelo

-Sí. El fantasma de tus puteríos pasados – esbocé una media sonrisa sin ánimo de más – No sé cómo tengo ganas de reírme

-Eso digo yo

-Bueno Mari – cortó Alba – Mañana a primera hora llamamos

Mi amiga asintió, marchándose con un bostezo intencionadamente sonoro

-Estáis locas

-Nos preocupamos por ti – susurró, metiéndose de nuevo en la cama

-Un médico privado es carísimo, Alba – objeté. Las cuencas de los ojos volvían a arderme

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