Capítulo 35

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-¿Estás…completamente segura?

Fruncí el ceño. La respuesta de María me desconcertaba. Era la primera vez que reaccionaba de forma completamente calmada sobre el asunto.

-Sí – respondí sin cambiar el gesto – No. Bueno, creo que sí. Es decir… - Ahí estaban de nuevo las dudas y el miedo, frenándome – Quiero hacerlo, Mari. Me gusta. Me gusta muchísimo y…

-¿Qué es lo que tanto te gusta?

La diosa rubia a la que yo le rezaba sonreía desde el marco de la puerta, incapaz de ocultar ninguno de sus sentimientos en ese momento. Y mi devoción barrió en ese momento cualquier atisbo de temor

-La cerveza, evidentemente – respondí para salir del paso, danto un trago tan largo como me era posible

Mi amiga se escabulló rápidamente del lugar, dejándonos completamente solas. Un punto para la Mari

-¿Sólo? – Enarcó una ceja en un gesto claramente seductor al que mi corazón no podía resistirse y mi boca tampoco

-Y tú también – admití, dejando a un lado la bebida para poder asirla de la cintura – Estás preciosa

-Eres un amor – respondió, acunando mi mejilla izquierda en su mano – Vamos a cenar, anda. Me parece que te esperan

-Oh, sí. Anuncia la llegada de la reina – bromeé, siguiéndola a través del diminuto corredor que conectaba la cocina y el salón

***

Algo parecía haber cambiado desde la última fiesta. No sabría decir qué exactamente, pero estaba claro que había algo que, aunque me resultaba completamente agradable, no me encajaba. A parte de la cara de pitbull mellado de Carlos, claro. El ambiente era completamente distendido. Charlábamos igual de animados que la primera noche que habíamos cenado en la casa, incluso más; quizá era porque sabíamos que en breve se acabaría la tortura del confinamiento y podríamos retomar nuestra vida con más o menos normalidad, o quizás era otra cosa. 

Alba, sentada a mi derecha (toda una novedad que al principio hizo que me saltaran las alarmas), posaba en ocasiones la mano en mi pierna, más con inocencia que con pudor y vergüenza, como quien no quiere la cosa. Al principio intentaba hablar conmigo, lo que obviamente me ponía en sobre aviso. Una vez que comprobé que nuestro “repentino” cambio de actitud no alteraba las expresiones del resto, comencé a relajarme hasta poder mantener con ella una conversación sin que me explotase una neurona. 

-¿Qué pasa? – preguntó con una carcajada

-¿Por qué nadie nos mira con cara rara? – solté, verbalizando mis preocupaciones

Frunció el ceño divertida antes de responder

-¿Tú qué crees? 

-No lo sé – esbocé una media sonrisa – Por eso te lo pregunto

-A ver – Se inclinó en mi dirección, susurrándome – María y Sabela ya lo sabían. Contigo y conmigo somos ocho. Faltaban otros tres. ¿Te crees que quedarme cuidándote aun a riesgo de tener el virus no iba a levantar sospechas? Digo, yo quiero mucho a Miki pero es un poco cortito. Cris no

Visto así tenía bastante sentido. Todo el del mundo, de hecho

-¿Entonces qué? – me giré en el asiento, mirándola directamente - ¿Actuamos con normalidad? 

-No estaría mal – Sonrió

-Pero…¿Y…? – señalé hacia el otro lado del comedor

-El unga unga de Carlos me da exactamente igual, Nat – esbozó, escrutándome con la mirada – Me importan nuestros amigos y sobre todo, me importa tú. Lo que piense él es su problema

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