A ESCONDIDAS

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hugo.

16 de marzo de 2020.

Podía ver las gotas que se deslizaban por la ventana formando una carrera. Yo apostaba por la más pequeña, aunque se posicionaba la última. Apostaba por la pequeña, también era la más veloz, incluso más intrépida de la grande. Los pocos árboles por el camino corrían en dirección contraria a la misma velocidad que mi gota de lluvia favorita. También podía ver a varias personas camufladas por paraguas rojos, negros y lilas, todos son su abrigo y nariz roja. Cada una de esas personas eran diferentes, aunque todas coincidían en que ninguna prestaba atención al coche negro en el que me encontraba. Andaban cada uno a su ritmo, en su dirección.

El coche paró a la vez que mis comparaciones con cada cosa que veía por la calle; las gotas se habían convertido en mis sentimientos, mientras que yo veía quién ganaba: el miedo o las ganas. Creo que no tengo que mencionar cuál era mi gota ganadora. Los árboles que venían en mi contra eran mis pensamientos, esos que aparecían en las películas representados como ángeles y demonios, uno en cada hombro. Todos sabemos que soy más de demonios, supongo que por eso me gustan tanto los ángeles. Por último, las personas diferentes con sus paraguas de camuflaje, éramos nosotros. Los dieciséis. Unidos, iguales y distintos. Cada uno con su camino, pero en la misma calle.

En el avión más de lo mismo, aunque esta vez las nubes andaban conmigo.

Por mucho que tan solo me separaban asientos del resto de la gente, yo me sentía solo en aquel avión. Aún así, en un abrir y cerrar de ojos volví a sus brazos. La dueña de ellos era el amor de mi vida, la persona que había conseguido salir de sus problemas sin apenas un rasguño. Mi madre.

Me senté en el sofá, sin calzado ni calcetines, dejando que mi olor tan especial de pies inunde un poco la casa. Intentaba acurrucarme al lado de mi perra, no quería soltarla. Mi familia me contaba un pequeño resumen de mi paso por el programa y cómo lo habían vivido fuera, que, sinceramente, apenas estaba escuchando. Caminaban de un lado a otro, ofreciéndome comida o enseñándome imágenes a la vez que narraban la historia.

Todo se paralizó cuando escuché su nombre.

Mis piernas temblaban, los dedos de mi mano derecha bailaban con los de la izquierda al mismo compás que mi lengua se paseaba por mi labio inferior. Mis mejillas se volvieron aún más blancas cuando el momento de la despedida pasó por mi cabeza. Actúe sin ella.

Actúe por impulsos, esos impulsos que solo me traían malas jugadas. Había actuado de una forma mezquina, un tanto desagradable y poco comprensiva. Había actuado por la parte que pensé que sería más sencilla, más cómoda. Sin pensar apenas en la que de verdad deseaba.

Había sido frío, distante, incluso formal. Un abrazo y un simple beso en la mejilla. Puede que haberme convencido de que alejarme de ella iba a ser la mejor opción no era tan buena idea como parecía en aquel momento. Puede que ella no quiera recibir un mensaje, una llamada o una mención en mi historia después de hoy. Puede que el daño que le he vuelto a hacer no se borre con caricias. Puede que la relación que estábamos restaurando vuelva a desplomarse arrasando con todo y con todos. Incluido nosotros mismos.

Me levanté de aquel sitio dejándole la palabra en la boca a mi hermano, mirándome ambos extrañados. No sabían qué me pasaba, el porqué de saltar tan rápido del sofá a mi habitación. Tampoco preguntaron nada, solo me dejaron espacio y libertad.

Tenía que romper la pequeña promesa de no utilizar nada de aparatos móviles, pero para mí era una urgencia. Sabía que muchos iban a hacer lo mismo. Busqué el teléfono que había escondido por el cajón de mi cuarto, al lado del papel con las contraseñas. Me conocía y sabía que alguna de ellas se me iban a olvidar, ¿por qué soy tan precavido con cosas insignificantes y las verdaderamente importantes un desastre?

29Where stories live. Discover now