Capítulo 3

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A la mañana siguiente me desperté con un buen ánimo, pero en cuanto abrí los ojos recordé que ese día era primero de diciembre y que era la fiesta en la playa. Mas que emocionada, estaba nerviosa. No tenía la menor idea de a quien me encontraría ahí ni qué sucedería, porque, por supuesto, algo iba a suceder. Con Alex siempre ocurría algo.

Cinco de las cientos de fiestas a las que asistíamos estando en el instituto habían terminado sumamente mal. El primer puesto era para el auto de mi madre, el segundo sería para la fiesta en casa de Mathew Miranda. Math había hecho una fiesta sumamente despampanante por haber pasado matemáticas en el ochenta y cinco. Alex y yo bebimos y fumamos un poco de hierba en el patio trasero con Math y un par de amigos. Luego de eso no recordábamos absolutamente nada, pero ambas amanecimos en el jardín delantero del vecino de enfrente de mi casa. Creo que intentamos entrar y al no abrir la puerta nos dormimos en su césped recién podado.

En mi defensa, las casas del barrio se parecen mucho. Pude haberlas confundido al estar tan ebria. En todo caso, aunque mi madre nos regañó por vernos en ese estado, estaba tranquila de que al menos estábamos bien.

Mamá a veces pensaba que Alex y yo nos tomábamos la vida a la ligera, pero lo cierto era que no éramos ignorantes a lo que podía pasarnos afuera. No subir ebrias al auto de un desconocido, no ir a una fiesta de gente desconocida, no recibir bebidas de desconocidos, eran una de las tantas reglas que Alex y yo teníamos. No mentiré diciendo que nunca rompimos ninguna; lo hicimos.

Sanders, un amigo de Finch, en el ochenta y cuatro nos trajo a casa demasiado ebrias. Yo no le conocía de nada, Alex tampoco, pero Finch le había pedido a su amigo que nos hiciera llegar sanas y salvas a casa. Era un desconocido para nosotras, así que definitivamente rompimos la primera regla.

Fuera como fuera, no me arrepentía de nada de lo que había hecho en mi adolescencia. Pude tomar mejores decisiones, pero fue divertido equivocarme.

—¡Buenos días! —dije alegremente, besando la cabeza de mi padre que ya estaba desayunando y luego pasar por mi madre, que estaba sirviendo el café.

—Buen día, cariño. ¿Dormiste bien? —asentí— ¿Quieres desayunar?

—Seguro.

Mi madre traía el cabello enredado en un terrible moño mal hecho. También traía puesto una camiseta de mi padre; le llegaba a las rodillas, si me lo preguntas. De espaldas parecía tener veinte años menos, pero en cuanto se daba la vuelta, era evidente que poco a poco estaba comenzando a envejecer.

Giré a ver a mi padre y sonreí cuando lo noté observando a mi madre. Luego sonrió, como si hubiera recordado algo y continuó leyendo el periódico.

—Toma, cariño —mamá me dejó un plato lleno de huevo, tocino, tostadas y queso. Luego se sentó—. Mark, ¿Me pasas el azúcar?

—¿Qué tienes planeado para hoy? —preguntó papá, mientras le tendía el azúcar a mi madre.

—Creo que saldré en la tarde con Alex. Harán una fiesta en la playa.

—¿Una fiesta en la playa?  —mamá le regaló una mirada a mi padre— Pensé que ya no hacían eso.

Encogí un hombro. —Sólo he ido a una y no fue muy buena. Alex pasará por mí a las cinco.

Mi madre dejó los cubiertos sobre su plato y suspiró.

—Blair, sé que Alex y tú son amigas desde hace muchísimo tiempo, pero ahora que está despechada me da miedo que haga locuras.

—No está despechada —dije, pero papá me tomó la mano y asintió.

—Lo está —de acuerdo, sí lo estaba, pero ya no tenía diecisiete. No haríamos más locuras—. Pero lo que tu madre intenta decir es que te cuides.

Quizás mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora