Capítulo 19

146 29 9
                                    

Pancreatitis e insuficiencia respiratoria a los veintitrés años. El tiempo se estaba agotando y era insoportable no poder hacer algo al respecto. Alex permaneció junto a mí en la sala de espera. No me soltó en ningún momento, parecía necesitarme mucho más de lo que yo la necesitaba a ella. Era muy difícil permanecer firmes, pero al menos nos teníamos los unos a los otros.

Cuando la doctora salió y nos dijo:

—Será mejor que comiencen a despedirse de él.

Sentí que el mundo se me vino encima.

Entramos uno por uno a la habitación para no abrumarlo, aunque yo me quedé a su lado todo el rato mientras los demás le decían, probablemente, sus últimas palabras.  Yo presencié cada discurso en silencio, sintiendo mi pecho cada vez más apretado. Comencé a pensar en las cosas que podía hacer.

Tenía un sentimiento incómodo de que algo me faltaba, pero al mismo tiempo sentía que ya había hecho todo lo que podía hacer por él.

—Puedes irte tranquilo —le dijo Alex cuando fue su turno. Le besó la frente y al apartarse rodeó el brazo de Brad y recostó la cabeza en su hombro. Luego me miró y sonrió—, nosotros cuidaremos de ella.

Bryce cerró los ojos y sonrió de alivio. Incluso en sus últimos momentos seguía haciéndome sentir amada, porque todavía estando en una cama de hospital a pocos respiros de dejarnos, estaba preocupado por lo que sería de mí.

Ese día fui a la misa del reverendo Cook que estaba haciendo para pedir por Bryce, porque ya la noticia se había salido del hospital y todos sabían lo que estaba pasando. Yo me quedé incluso cuando la iglesia quedó vacía, me arrodillé y recé tanto como pude. Ya no tanto para que Dios me concediera un milagro, sino para que Bryce se fuera en paz porque para ese momento era mi única preocupación.

Más tarde ese día, la doctora nos dijo:

—Esto no suele pasar. Bryce es increíblemente fuerte. Está tratando de permanecer y lo consigue, pero no sé cuanto tiempo le queda.

Entonces lo entendí. ¡Dios sí me había escuchado todo este tiempo! Y ahora estaba ayudándonos. Le estaba dando a Bryce la oportunidad para despedirse de todos y cada uno de nosotros. Le estaba dando algo que las personas con FQ no tenían.

Tiempo. Dios le estaba dando tiempo y aliento para hablarnos.

Mis padres fueron los últimos en entrar a la habitación. Mi madre salió con los ojos rojos e hinchados mientras abrazaba a mi padre. Papá tampoco se le miraba bien, por más que intentaba permanecer fuerte. Bryce había dejado huella en todos y cada uno de nosotros, así que todos estábamos experimentando el mismo miedo, incluso la gente del pueblo que no había llegado a conocerle. Tocaban la mansión tres a cuatro veces por día para recibir noticias o dejar presentes para Bryce y la familia. Siempre decían Estamos rezando por él, y aquello me hacía sentir más tranquila. Era reconfortante saber que muchas personas estaban pidiendo a Dios por su vida.

Maxine no había estado en el hospital hasta ese día. Aunque no era un lugar desconocido para ella, Margaret y el señor Johnson no querían que estuviera rodeada de tanto sentimiento de tristeza. Ella no entendía muy bien lo que estaba pasando, pero le dijo las palabras que había practicado en la mansión con Lily.

«Lily me ha dicho que vas a irte pronto, que ya no volveré a verte y que te voy a echar de menos. Prometo que voy a ser responsable y educada, voy a tener fe siempre y que no me olvidaré de ti. Voy a cuidar de papá, mamá y de Lily mientras no estés. Lo prometo»

Cuando fue mi turno, entré a la habitación, pero no dije nada. Bryce ya estaba sin aliento y no quería agotarlo más. Simplemente me senté en la silla, tomé su mano huesuda y helada y me incliné, pegándola a mi frente. Comencé a orar en voz baja. El dedo pulgar de Bryce se movía constantemente sobre mi mano, dándome caricias, como recordándome que todavía estaba ahí, que estaba aguantando, que seguía vivo y estaba escuchándome.

Fue entonces, cuando recordé algo que todavía no se había cumplido. Me sentí asustada de pensar que ya era muy tarde y me sentí impotente de no haberlo pensado antes. Bryce abrió los ojos por mi sobre salto y me sonrió. Le sonreí de vuelta.

Estaba pálido, con ojeras oscuras bajo sus ojos y los labios casi sin color. Estaba tan cansado que quise pedirle a Dios que le dejara descansar de una vez, pero me dije que si todavía seguía con nosotros, era por una razón.

—Te quiero como nunca he querido a nadie —habló primero, quitándome la palabra de la boca. Era su forma de despedirse de mí—. No soy de los que cree en la suerte, pero qué suerte haber coincidido contigo. Un poco tarde, pero en el momento exacto.

Sonreí con lágrimas en los ojos. Hablaba entrecortadamente y por ratos se detenía para tomar bocanadas de aire.

—¿Harías una última cosa por mí? —le pedí a cambio, llevándome su mano a mi boca. La apreté y la besé.

Bryce no dudó ni un segundo para asentir con seguridad y sonreírme. Un nudo se formó en mi garganta y comencé a llorar en silencio, porque sin importar que estuviera muriendo, seguía dispuesto a darme el mundo.

—Claro —me dijo—. Lo que sea.

Honestamente, incluso veinticinco años después, no estoy segura de cómo describir lo que sentí en ese momento. Nunca dejé de sentirme asustada, pero tenía algo más. Tenía la fe que había perdido. Me sentía impotente, aterrada y dolida, incluso cansada, pero había recuperado la fe, porque Dios le estaba dando la fuerza para permanecer unos minutos más con nosotros

La oportunidad de permanecer un ratito más conmigo.

—¿Cumples tu promesa?

Las cejas semipobladas de Bryce se contrajeron en confusión. —¿Mi promesa? —me preguntó, comenzando a hacer funcionar los engranajes de su cabeza. Yo levanté la mano y con el pulgar me acaricié el anillo. La mirada de Bryce se iluminó y sonrió con honestidad. Había dejado de sonreír desde hacia tanto tiempo que me quebré al verla porque la había echado de menos.

Bryce asintió de nuevo y me tomó la mano. Me dio un ligero apretón y luego respondió:

—De acuerdo.

Quizás mañanaWhere stories live. Discover now