Ace II: La oferta del fuego

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Al sentir las puertas de La Bóveda cerrarse detrás de nosotros, supe que el infierno era un lugar real y que no hacía falta morir para visitarlo. La habitación era oscura y no me permitía diferenciar muchas cosas, pero estaba llena de toda clase de aparatos de tortura. Aunque no podía diferenciar para qué era cada uno, sabía que todos tenían algo en común: hacían que el usuario rogara una muerte rápida.

El sufrimiento es algo que se puede ver con claridad hasta en la más densa oscuridad. Todas las máquinas tenían grilletes y estaban decoradas con manchas y salpicaduras de sangre. No había ninguna que no tuviera un esclavo encadenado a ella.

A pesar de lo indignante y aterrador que era ese escenario, una parte de mí sentía alivio de que no hubiera aparatos desocupados. Sin embargo, a medida que nos introducíamos más y más en La Bóveda, me daba el presentimiento de que quizás nos esperaba algo peor a Atala y a mí.

Algunos esclavos sollozaban de desesperación mientras los soldados que operaban las máquinas clavaban largas y afiladas agujas en sus espaldas; algunos recibían el pinchazo en el estómago. Otros colgaban atados por los brazos en posición de crucifixión. Las ásperas cuerdas cortaban sus muñecas, mientras que los tobillos sufrían aún más, ya que soportaban el peso de una herropea oxidada. Toda esa lóbrega maquinaria era operada por farcros y vampiros aún más tétricos que los del patio. No sé qué los hacía diferentes, porque no había nada en su aspecto físico que los separara de sus compañeros de afuera, pero la manera en la que disfrutaban hacer sufrir a los esclavos y su total ausencia de piedad me confirmaban que La Bóveda también les quitaba algo a ellos; algo espiritual. Sí, todos aquí eran crueles y perversos, pero sus miradas trágicas y sus risas repugnantes indicaban que había algo más... o algo menos.

El carmesí suele ser el aviso de una amenaza inminente, y esta vez no fue diferente. Atala y yo nos detuvimos al sentir que nuestros pies pisaron un charco tibio. Al mirar al suelo, nos dimos cuenta de que el líquido sobre el cual estábamos parados no iba a limpiar la mugre entre nuestros dedos, sino a mancharla de rojo. El charco de sangre siguió su camino y se continuó expandiendo detrás de nosotros. Lo seguí con la mirada hasta que me encontré con el cadáver drenado de un pobre esclavo. Sus muñecas estaban mal atadas a una soga que las unía elevando los brazos sobre su cabeza y dejando el resto del cuerpo colgado a la deriva. Unas mangueras provenientes del techo estaban conectadas a su espalda. Traté de encontrar a qué estaba instalado el otro extremo, pero el rastro de las mangueras se perdía en la oscuridad. El rostro avejentado del esclavo era irreconocible y sus ojos muertos dejaron plasmada una última mirada de terror.

Miré a mi alrededor preocupado. Los puntos oscuros de la habitación no me dejaban determinar cuántos guardias había presentes. En ese momento, Toren, que nos acompañaba desde el patio, se dirigió a nosotros con desinterés y tranquilidad.

—No se alarmen. Esto acabará antes de lo que creen.

En ese momento volteé a ver a Atala. Ella no dejaba de observar la oscuridad que se tragaba las mangueras desde las alturas. Sus ojos temblaban de pánico mientras se inundaban con lágrimas de impotencia y su piel blanca se hacía cada vez más pálida. Creo que ni en todos estos años faltos de libertad la había visto así.

Ella siempre lucía calmada y segura, hasta en la más deprimente situación. No se me ocurrió nada mejor que tomar su mano, la cual temblaba más que un ratón en un nido de serpientes. Inmediatamente, Atala se tranquilizó un poco y su cuerpo fue recuperando algo de color. Respiró profundo, cerró los ojos y volteó a verme. Me sumergí en sus ojos y pude escuchar a su alma decirme que todo iba a estar bien, aunque su pulso delataba su miedo. El farcro nos empujó con brusquedad para que siguiésemos caminando hasta llegar a la tenebrosa instalación. Atala me apretó la mano con fuerza antes de continuar.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora