Lars XV: Otro Gargos

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Abrí los ojos sintiéndome profundamente adolorido, sin embargo, a pesar de que estaba cubierto de heridas, no era precisamente eso lo que más me lastimaba. Me enderecé lentamente y noté que estaba de vuelta en la casa de huéspedes del castillo. Observé la ventana con cierta tristeza, entendiendo cada vez más rápido que lo que estaba afuera era un mundo sin Morscurus y sin Daria.

La ausencia del primero me hacía sentir solo, y la falta de la segunda producía un vacío indescriptible en mi pecho. Aún así, ninguna lágrima salió de mis ojos. Estaba decidido a enfrentar ese lugar tan terrible y extraño para mí. Muchos habían dado su vida para que lo lograra, y pensaba honrar ese sacrificio.

De repente, la puerta se abrió y Viderius apareció frente a mí acompañado de Lucio, el líder de los atirios, y Ace. Los tres tenían varias vendas alrededor de su cuerpo, pero se veían mucho más enteros que yo. Los saludé con un gesto y ellos se sorprendieron gratamente al verme despierto.

—¡Querido Lars, qué gusto me da verte consciente! —exclamó Viderius con una sonrisa y me dio un abrazo paternal que le devolví con cierta timidez.

—Aunque jamás creí que diría esto —dijo Lucio amablemente—, también estoy contento de verte bien, fardiano. Por mucho tiempo te he considerado un terrible enemigo, pero hoy las cosas son distintas.

—¿Los garguianos ya fueron informados de lo que sucedía en La Bóveda? —pregunté expectante—. ¿Cómo reaccionaron?

La mirada de Viderius disminuyó un poco su buen humor y suspiró pesadamente.

—La mayoría ha reaccionado como tú y yo, Lars, pero muchos no piensan aceptar a los atirios —respondió el anciano.

—Y no son solo los ciudadanos de aquí, lamentablemente —añadió Lucio con pesimismo—. Una buena porción de nuestras fuerzas ni siquiera quiere considerar la idea de vivir en Gargos o perdonar a la ciudad por lo que les hizo. Nos queda un largo camino que recorrer...

—Pero lo recorreremos, yo ayudaré en todo lo que pueda —aseguró Viderius con decisión. Lo volteé a ver sorprendido—. Empezando por atrapar a los secuaces de Morscurus y ponerlos en su lugar.

—¿Lo dice en serio, Coronel? ¿El Consejo de Guerra lo apoyará?

—Ahora es ‹‹virrey interino››, Lars —corrigió Viderius con una sonrisa—. Ni siquiera los cínicos del Consejo se pudieron quedar callados al ver lo que sucedió en La Bóveda, y mucho menos al ver una bruja levantar una sombra terrible sobre Aratraz. Esa visión expuso muchas cosas de nosotros mismos que nos habíamos negado a ver por siglos. La presencia de los esclavos, el odio entre atirios y fardianos, el complejo de superioridad de una ciudad que se eleva gracias al derramamiento de sangre de seres inocentes... Tuvimos que aproximarnos a la destrucción para ser capaces de verlo.

—Pudo haber sido peor —agregó Lucio—. Si no fuera por ti y por Ace, no habríamos tenido oportunidad de ganar. —sonrió levemente antes de continuar—. Es extraño. Por meses he estado contando con Ace para equilibrar la balanza, pero ahora que todo se ha acabado, de cierta forma se siente inapropiado que dos Medares solucionen los problemas de los farcros y vampiros.

—Eso no es cierto —dijo Ace de repente, observando la ventana con aspecto enigmático—. El punto de quiebre no fuimos ni Lars ni yo, fue Daria. Ella fue el verdadero puente. La primera que tomó una decisión que nadie más habría tomado.

Volteé a ver a Ace y me di cuenta de que en sus ojos había un profundo dejo de admiración y respeto. También dirigí mi mirada a la ventana y dejé que la luz del Angmar me calentara. Apreté los puños a la vez que sentía que una terrible nostalgia me invadía.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora