Lars XIV: Huérfano

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La multitud observaba aterrada a Morscurus y la bruja. Yo también estaba asustado, pero más que nada estaba triste y me sentía profundamente solo. El rostro del virrey, sus palabras y sus acciones... era como si realmente no lo conociera.

Se sentía como si me hubieran despertado con una cachetada. Estaba adolorido y confundido. Ni siquiera podía mirar a mi alrededor y determinar quién era mi aliado y quién mi enemigo. Curiosamente, levanté la cabeza y vi que los atirios y los fardianos parecían estar en un dilema similar al mío.

Las palabras de Morscurus: ‹‹el que no me siga, deberá morir›› parecían estar causando estragos en cada uno de los presentes. Algunos parecían querer mantenerse fieles a sus convicciones y otros debatían en su mente si valía la pena enfrentarse contra dos criaturas tan terroríficas. Sin embargo, lo que más me perturbó fue ver las miradas que observaban a Morscurus como si lo entendieran, como si su búsqueda de poder fuera algo que genuinamente les atraía.

—Ace —dije en voz baja—, ¿todavía puedes pelear?

—Sí, pero no sé de qué nos servirá. Ese desgraciado es inmortal. Le corté la cabeza y se la volvió a poner como si le hubiera tumbado el sombrero. La bruja le hizo algo extraño —dijo Ace mientras se colocaba de pie.

—¿Inmortal? —repetí aterrado, pero respiré profundo e intenté calmarme—. No, debe haber alguna forma de derrotarlo. Quizás podremos lograrlo si trabajamos juntos.

Ace frunció el ceño, pero sonrió levemente un segundo después.

—Eres muy raro, Lars.

Asentí con la cabeza y me di la vuelta. Morscurus me observaba decepcionado y negaba con la cabeza.

—Después de todas las molestias que pasé porque no quise utilizar tu sangre, Lars.

—¿Mi sangre? —dije levantando una ceja—. Entonces, ¿por eso querías que fuera a La Bóveda? ¿Para usarme y convertirte en esta abominación? Parece que esa piedad te duró hasta que te pusieron contra las cuerdas.

—Exacto, solo la dejé ir cuando no quedó de otra —afirmó Morscurus—. Que vinieran con un ejército así, era obvio que Daria les había dicho más de la cuenta antes de que Yrfa llegara. Los atirios tienen un buen instinto de supervivencia, sabían que era ahora o nunca. ¿Me puedes culpar por pensar lo mismo?

—Debes estar bromeando. ¿Esperas que justifique el hecho de que quisieras matarme? Ni siquiera yo puedo ser tan ingenuo, am irio.

—Como dije antes, solo morirás si no hay otra opción, Lars —agregó Morscurus. Por un momento, me pareció ver algo de tristeza en sus ojos, pero estaba muy escondida detrás de toda la ambición de su expresión—. Para mí, siempre has sido como un hijo y preferiría que te quedaras a mi lado hasta el final.

Agaché la cabeza sintiendo un profundo agujero en mi estómago. Morscurus sonaba sincero, y quizás justo por eso me dolía tanto ser incapaz de aceptar sus palabras. Ya había pasado el punto sin retorno.

—Ya no seré reclutado al lado de nadie, Morscurus. Ahora solo seguiré aquello que considero correcto —apenas terminé de hablar, saqué mi espada y me puse en posición de batalla.

—Que así sea, querido muchacho —respondió Morscurus con un dejo de tristeza y luego levantó la voz con autoridad—. ¡Última oportunidad, atirios y fardianos! Decidan, pues, si están conmigo o en mi contra. No habrá vuelta atrás.

La muchedumbre dio un paso hacia atrás intimidada y observó al virrey y luego a la bruja. Entonces, unas cuantas decenas de soldados de ambos bandos caminaron hacia Morscurus con expresión seria y se situaron a su alrededor. Al ver esto, muchos más, temblando, se aproximaron a toda velocidad al virrey.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora