Ace XIII: El ejército de los afligidos

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El ruido de miles de pasos me despertó a mitad de la noche. Abrí los ojos luchando contra un poderoso cansancio y me senté en la cama.

—¿Qué es eso? —pregunté sobándome la cabeza.

Gili hizo un chitón para que me callara.

—No lo sé, pero hay demasiadas personas afuera —dijo Gili entre susurros—. Hay que avisarle a Lucio.

Gili tomó su espada y se dirigió cojeando a la puerta. Me paré y fui detrás de él. El hecho de que fuera tan cauteloso me ayudó a estar alerta y luchar contra el sueño, pero aún seguía cansado.

—Espera, Gili. Aún no te has recuperado. No intentes nada —dije en voz baja—. ¿Serán fardianos?

—No lo creo, pero tampoco son de esta villa.

—¡Lucio! —exclamó una voz desde afuera de la cabaña.

Gili se asomó por la ventana y vio que la puerta de la casa de Lucio se abrió con lentitud. El vampiro salió de golpe con la espada en mano y se detuvo en el pórtico de la cabaña.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Gili con autoridad—. ¿Qué hacen aquí?

Salí detrás de él y vi que no se trataba de un simple grupo de personas. Había cientos de farcros y vampiros ahí afuera, tal vez miles, y sus filas se extendían hasta fuera del pueblo y se perdían entre las colinas de Htrir.

Lucio dio un paso en frente y salió de su cabaña.

—¿Tú eres Lucio? —preguntó un farcro que montaba un tangmus.

—¿Quién quiere saber? —dijo Lucio.

Gili se mantenía en silencio listo para pelear.

—Somos atirios. Venimos de distintas partes de Gefordah. Recibimos tu mensaje —dijo el farcro esperando una respuesta favorable.

En ese instante, las puertas de todas las cabañas se abrieron y todos nuestros atirios salieron a recibir al ejército que aparentemente se nos quería unir. Lucio mantuvo un semblante serio y se acercó al farcro.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Lucio.

—Xumanda —contestó el atirio.

—Bienvenidos a Htrir, Xumanda —finalizó Lucio extendiendo su mano.

El ejército que esperaba detrás del farcro celebró con gritos y risas y nuestros atirios se unieron ofreciendo sus aplausos.

Con la llegada de tantas personas, nuestros hombres empezaron a cambiar las expresiones que habían mantenido los últimos días desde que Lucio dijo que atacaríamos Gargos. El miedo fue desapareciendo poco a poco y sus rostros se fueron llenando de esperanza. Gili aplaudía emocionado. Hice un paneo viendo cómo se iluminaban las caras de todos. Sisa se mantenía de brazos cruzados, pero con una sonrisa en el rostro. Návala aplaudía y gritaba de emoción como el resto, y Cartos se mantenía inmóvil y pensativo. De repente, una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro y sus ojos se llenaron de lágrimas. Cartos se las limpió con la mano y se sumó a los aplausos.

 Cartos se las limpió con la mano y se sumó a los aplausos

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El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora