Ace VIII: Presentando al dragón

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Los tangmus no habían parado de correr desde que salimos de Rigulba. La montaña de Htrir se hacía más grande mientras más nos acercábamos, pero también se veía más lúgubre y tétrica. Desde la distancia era hermosa: una enorme piedra gris que se aclaraba con la altura hasta terminar en una punta tan blanca como la nieve, pero era decepcionante ver cómo la belleza iba desapareciendo y los colores del paisaje se iban haciendo más oscuros. Los árboles estaban sin hojas y el suelo era negro y sin señales de vegetación. Poco a poco nos fuimos adentrando en un campo de tierra, rocas y troncos muertos.

—¡Este lugar es deprimente! —le grité a Sisa al oído para que el viento no se llevara mis palabras.

—¡Así ha sido por cientos de años! —contestó Sisa—. ¡Desde el ataque de Nadgor nada volvió a crecer en la montaña de Htrir y sus alrededores!

—¿Quién es Nadgor? —pregunté con curiosidad.

—¡Mejor te cuento cuando lleguemos!

Seguimos galopando por un rato hasta que llegamos a un sendero angosto y oscuro. Finalmente, llegamos a una villa escondida entre las colinas de Htrir. El lugar estaba refugiado por grandes paredes de roca negra que se alzaban a su alrededor. Todas las casas estaban construidas con madera vieja y quemada. Los troncos y las tablas eran negros como el azabache y el lugar olía a cenizas.

—Bienvenido oficialmente a la resistencia, Ace —dijo Lucio complacido.

Miré hacia arriba y vi cómo las altas y carbonizadas colinas nos protegían con su oscuridad.

—Gracias... supongo.

Entramos caminando entre las casas y cientos de atirios empezaron a asomarse. Uno que otro niño corrió frente a nosotros cruzando de una casa a otra y ocultándose detrás de los adultos que observaban desde las puertas de sus hogares. Todos saludaban a Lucio y al resto del equipo con la mano, pero inmediatamente me veían con curiosidad e interés. Una que otra persona me miraba con recelo. Un farcro y una vampira se pararon delante de nosotros y obstruyeron nuestro camino.

—¿Y bien? —preguntó la vampira con ojos ansiosos—. ¿Mataron a Morscurus?

—Lars y su Vastroo estaban ahí... —dijo Gili, pero la chica lo interrumpió.

—No digas más. Otro fracaso para la lista —continuó ella.

—Pero de este fracaso salió algo bueno, Návala —dijo Gili señalándome con la cabeza. La vampira se interesó en mí y me preguntó.

—¿Quién es tu nuevo amigo?

—Su nombre es...

—Ace —interrumpí—. Me llamo Ace.

—Un extrovertido —dijo la vampira sonriente—. Me encanta. ¿Y qué hace un mordar con atirios? Eras un esclavo en Gargos, ¿no?

Los atirios de la villa murmuraban entre ellos. Algunos se hablaban al oído, otros hacían comentarios con un tono un poco más alto.

—Bueno, es una larga historia...

—Es un Medar —dijo Lucio con una sonrisa soberbia que se acentuaba en su mejilla derecha.

Todos se callaron a la vez generando el silencio más brusco que jamás había escuchado, si es que eso tiene sentido.

—Un... —dijo la vampira acercándose a mí por un costado de mi tangmus—. Un Medar.

La chica posó su mano sobre mi rodilla y me miró fíjamente a los ojos.

Nos vimos en silencio por un instante. Sus ojos vibraban esperanzados. Luego volteó a ver a Lucio con ilusión. Nadie pronunciaba ni una letra. Cartos, Gili y Neville miraban a la vampira esperando que dijera algo.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora