Lars IV: Las órdenes de Morscurus

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—¡Y el capitán por fin se digna en aparecer! —exclamó Yrfa en cuanto me vio. Sus guardaespaldas seguían detrás de él como siempre, pero el panorama estaba cargado de una tensión muy distinta.

Detrás de mí venían una decena de fardianos y Daria, y todos nos quedamos perplejos al ver que casi la mitad de los hombres de Yrfa estaban muertos, heridos o inconscientes en el suelo. Utilicé mi vista para encontrar información que sabía que Yrfa no me diría, y descubrí varias cosas que me preocuparon.

—Si los atacaron hace poco más de una hora, ¿por qué no mandaron a alguien a buscarnos? —pregunté enojado.

—Pues, porque serías tan inútil ahora como lo fuiste ayer cuando todavía podíamos atraparlos. Mandé a alguien a que trajera nuestros tangmus. Con ellos podremos alcanzar a estos molestos atirios —contestó el teniente, pero su mirada no lucía burlona y relajada como usualmente era. Se veía fastidiado y molesto.

—No es mala idea, pero necesitas más fardianos —contesté—. Podías al menos contactarme para que nos apresuráramos. La única razón por la que estoy aquí es porque supuse que se habían escabullido.

—Ah, sí, ¡qué grandes deducciones haces! —exclamó con sarcasmo Yrfa poniéndose de pie y dándome la espalda.

—¡Oye, justamente estabas aquí en caso de que lograran escapar de nosotros! —dijo Daria sin poder contenerse—. ¿Por qué no los atrapaste tú? Tus hombres están heridos, pero a ti te veo intacto.

—El bosque es bastante grande, Vastroo. Yo estaba cubriendo la zona a casi medio kilómetro de distancia de aquí cuando la pelea inició. Quizás, si hubiera contado con los hombres que usaron para hacer su inútil búsqueda, las cosas hubieran sido distintas —contestó Yrfa como si estuviera sorprendido de la acusación de Daria. Luego se volteó hacia mí con una expresión falsamente amable—. Capitán, le recomiendo que controle a su Vastroo; puede que sus arranques emocionales sean mal interpretados por personas con un genio menos comprensivo que el mío. Algunos, incluso, podrían dudar todavía más de sus capacidades como líder.

Suspiré pesadamente y callé. Ni siquiera volteé a ver a Daria, porque estaba seguro de que ella sabía demasiado bien que estas respuestas nunca suscitaban nada bueno. Bajé la mirada y decidí actuar como si Yrfa no existiera, cosa que él pareció apreciar. Se notaba que no le interesaba lidiar conmigo en ese momento. Seguro sabía que quien había metido la pata era él.

—Ayuden a los heridos. Tristan, ve de vuelta a la ciudad y asegúrate de que, además de traer a los tangmus, vengan con un transporte para llevar de vuelta a los que no puedan continuar.

Tristan asintió con la cabeza, dio media vuelta y se fue. El resto de los soldados se apresuró a ayudar a sus compañeros y Daria se acercó a mí con cara de pocos amigos.

—Ni se te ocurra regañarme — comentó Daria tajante.

—No lo pienso hacer.

—Más te vale. Sé que las cosas siempre empeoran cuando hago esto, pero también hay un precio por no hacer nada, y está más que claro que cada vez lo pagamos más. Un capitán también debe tener algo de amor propio.

Volteé a verla un poco enojado, pero me pareció ridículo responderle. Daria sostuvo la mirada por unos segundos, pero luego la desvió, arrepentida por lo que había dicho. Por mi parte, lo cierto es que sentía que sería hipócrita atacarla ahora cuando no hice nada contra Yrfa.

Además, lo que me enojó es que tenía razón. Cuando estas cosas pasaban, no me sentía como un capitán, ni como un Medar. Me sentía como alguien pequeño y débil. ¿Cómo podía esperar que Morscurus se enorgulleciera de mí si me comportaba así? Pero ¿qué otra opción tenía? Ya le causaba demasiados problemas por el simple hecho de vivir en Gargos junto a los garguianos en lugar de las casuchas de los esclavos...

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora