Ace IX: El cambio

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Mi cara ya estaba prácticamente entumecida. Los primeros golpes habían sido dolorosos, pero pude soportarlos. Sin embargo, la frecuencia de los impactos en mi rostro casi me había hecho perder el conocimiento. Caí al suelo y mi cabeza retumbó como un gong en un templo. Ver la tierra negra una y otra vez me confundía; no sabía si ya mi mente se había nublado o si seguía viendo el oscuro suelo.

Ese espacio abierto entre las colinas de Htrir era un poco menos lóbrego que la villa de los atirios, pero la falta de color mantenía la planicie deprimente. Una pared de roca negra se elevaba a unos cuantos metros de donde estábamos, y en ella había un pasadizo oscuro y camuflado que llevaba de vuelta a la villa atiria. El banderín rojo que debía agarrar para completar el ejercicio que Neville me había puesto aún ondeaba amarrado a la rama de un árbol quemado y muerto.

Me llevé la mano a la mandíbula para verificar que no estuviera dislocada, y efectivamente estaba en su lugar.

—¡No bajes la guardia! —reclamó Neville—. ¡Estás completamente distraído!

Me dolía demasiado la cara como para responder, pero me levanté para darle a entender que podía continuar.

—¡No has podido golpearme ni una vez y solo has bloqueado unos pocos de mis ataques! —exclamó Neville con cierta molestia en su voz—. Morscurus no será un Medar, pero créeme cuando te digo que es excesivamente poderoso. Y ni siquiera tienes la experiencia suficiente para vencer a Lars.

Lars... no había pensado en él en semanas. Me había obsesionado tanto con Morscurus que no se me había ocurrido que probablemente tendría que enfrentarme a Lars primero si quería cumplir mi objetivo.

—¿Te has enfrentado a Lars alguna vez? —pregunté ilusamente.

—¡Ja! —rió Neville con burla—. Un centenar de veces, pero nunca hemos tenido una batalla lo suficientemente larga. Es mucho más fuerte que yo, y por ello aprendí a respetarlo como guerrero, y como no me ha matado cuando ha podido, creo que él también aprendió a respetarme a mí.

—¿¡Qué!? —exclamé incrédulo—. ¿Y cómo quieres matar a Morscurus si no vences a Lars primero?

—Vencer es una cosa, Ace. Matar es otra muy distinta.

Esa frase me hizo reflexionar muchas cosas, pero todavía no lograba identificar cuáles.

—Si fuese necesario y tuviera la fuerza, lo mataría sin dudarlo —continuó Neville—, pero no he perdido mi tiempo en enfocar mi furia hacia Lars, porque él es solo un obstáculo. Y estoy seguro de que él piensa exactamente lo mismo de mí.

—Pero tú eres el más fuerte de los atirios. Para él no eres solo un obstáculo.

—Los atirios no son una amenaza para los fardianos; son una realidad inevitable. Eso no cambiará, independientemente de si tienen un Medar entre sus filas o no. Los atirios son un ideal que seguirá viviendo aún después de mi muerte —sentenció Neville—. Por mucho que Morscurus y su tropa traten de ahogarlos, siempre volverán a aparecer, porque solo una bestia puede acostumbrarse a la esclavitud. Los seres pensantes no están hechos para esas cosas. Por suerte para nosotros, las voces atirias ahora se multiplican cada día y el ideal se hace más fuerte. Nuestro grupo es solo uno de miles que están desperdigados por todas partes. Si queremos hacerle pagar a Morscurus por todo lo que nos ha hecho, este es el mejor momento. No podemos esperar a que se apodere de todo Gefordah.

—¿Gefordah? —pregunté nuevamente con ingenuidad.

—Los planes de Morscurus van más allá de lo que te imaginas, chico —dijo fastidiado Neville justo antes de lanzarme otro golpe al rostro y derribarme—. Ya he lidiado con él lo suficiente para saberlo. Ese tipo tiene toda clase de complejos extraños en su cabeza. Ser virrey no le satisface; él no aguanta estar bajo el control de los Grandes Daeces, ¿entiendes?

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora