Daria II: La oscuridad de Gargos

146 20 8
                                    

Otra vez desperté con la sensación de que no había dormido prácticamente nada. La pila de esclavos muertos aparecía una y otra vez en mis pesadillas, solo que siempre se las ingeniaba para lucir aún más repugnante y terrible.

La noche anterior, a mi imaginativo cerebro se le ocurrió que en lugar de mostrarme una pila de cuerpos individuales, los iba a fusionar en una masa sangrienta e hinchada que se movía lentamente hacia mí, mientras yo me quedaba petrificada como una idiota en medio de las alcantarillas.

Me levanté y observé a mi alrededor. Hasta entonces, no me había dado la tarea de contemplar la casa de huéspedes del castillo a la que nos había mandado Morscurus. Mientras más la veía, más me convencía de que Lars y yo no deberíamos estar ahí.

Era exageradamente lujosa, con muebles cubiertos de un material tan cómodo y extraño para mí que terminaba por ponerme ansiosa. El techo tenía bordados de oro y pinturas dramáticas de eventos históricos de Gargos en los que los Grandes Daeces aparecían realizando increíbles hazañas.

Me quedé un momento contemplándolos y no pude evitar preguntarme qué tan cercana a la realidad serían esas imágenes. La de pelo negro, piel blanca y sonrisa misteriosa debía ser Morgana; la de pelo rubio, ojos grises y profundos, seguro era Árides; y el hombre pelirrojo, mirada severa y complexión fuerte, no podía ser nadie más que Voltar.

Nunca me había tocado verlos en persona, pero la verdad es que no tenía muchas ganas de hacerlo. Con la pintura era más que suficiente.

Los Grandes Daeces... no eran vampiros, ni farcros, ni mordares, ni farcrams... pero eran más fuertes que todos nosotros. Por algo todos los farcros y vampiros habían decidido someterse a ellos; por ellos es que Lord Morscurus era conocido como ‹‹virrey›› en lugar de rey a secas.

Suspiré y salí de la cama. Me metí al baño adjunto al cuarto y tomé un ducha rápida, sin entretenerme mucho con el montón de aparatos extraños que había ahí. Me peiné, me puse mi armadura y salí de la habitación.

No había dado un paso afuera cuando vi a Lars sentado en la mesa del comedor ya completamente arreglado. Estaba comiendo distraídamente una hogaza de pan mientras veía hacia la ventana.

En ese momento, la luz del Angmar le daba un brillo particular a su cabello, y no pude evitar pensar que se veía realmente guapo. Un pequeño nudo apareció en mi estómago, pero lo ahogué como siempre y me aproximé a mi capitán.

—Veo que te despertaste temprano, ¿tampoco podías dormir? —dije a la vez que me sentaba en la mesa y tomaba un poco de agua y pan—. ¿Quién trajo esto?

—Es difícil dormir con todo lo que está pasando —respondió sin alejar su vista de la ventana—. Unos sirvientes vinieron temprano y dejaron aquí la comida. No esperaba que también nos trataran como huéspedes.

—Supongo que Morscurus realmente te aprecia, ¿a lo mejor es su forma de decir que cuenta con nosotros?

—No lo sé —dijo Lars y por fin volteó a verme—. Si soy honesto, no quiero seguir tratando de adivinar lo que piensa Lord Morscurus. Quiero ayudarlo de una manera más proactiva, y me temo que eso significa que debemos continuar solos.

—Cuenta conmigo —dije con una sonrisa y Lars se contentó.

—Entonces, ¿cuándo vamos a ir con Lupin? ¿Esta noche te parece bien?

—Por mí está perfecto. Tengo una idea de dónde podremos encontrarlo.

—Esas son buenas noticias. Aunque estoy pensando que tendremos que vestirnos de civiles otra vez y ser un poco más cuidadosos. No queremos que se den cuenta de que hablamos con él.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora