Neville I: Lo que guardan los Medares

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El sonido del agua corriendo entre las rocas negras de Htrir me tranquilizaba, aunque lo que quería era justo lo contrario. Intenté concentrarme y visualizar el flujo de mi ira como si fuera la misma agua que recorría el río frente a mí. Llevaba semanas sin visitar ese lugar profundo y oscuro de mi mente, el cual era la llave para liberar todo mi poder. La soledad había sido mi mejor amiga durante años, y ahora necesitaba su apoyo. Respiré profundamente con los ojos cerrados hasta encontrarme parado en ese sinfín negro.

—Aquí estoy —dije proyectando mi voz en el infinito.

El eco de mi voz fue el único que contestó.

—¿Abuelo? —dijo la voz de una niña.

Me giré para buscarla, pero solo veía oscuridad. Daba vueltas sobre mi propio eje, pero no veía a nadie más.

—Aquí abajo —dijo la misma voz a la vez que alguien jalaba mi túnica.

Bajé la mirada y ahí estaba ella: mi amada Kiba. Sus ojos color miel resplandecían más que nunca y me invitaban a perderme en ellos. Esa mirada inocente me cautivaba hasta extraerme de la realidad y encerrarme en una burbuja. Los carnosos cachetes de Kiba brillaban enrojecidos como tomates y su cabello negro caía entrenzado sobre sus hombros. Kiba extendió su mano hacia mí y la abrió mostrándome su palma. Yo hice lo mismo y acerqué mi mano a la de ella para que las juntáramos, pero cuando faltaban milímetros para hacer contacto, Kiba fue halada bruscamente hacia la oscuridad y su grito se perdió en el vacío.

—¡Devuélvemela! —grité furioso.

Empecé a caminar desesperado y enojado en ese infinito lóbrego y desesperanzador.

—¡Te dije que me la devolvieras! ¡Déjala ir! —ordené sin obtener respuesta—. ¡Muéstrate!

Una risa elegante y limpia, pero burlesca y perversa retumbó por todas partes.

—Esto es piedad —dijo una voz soberbia.

—Y por eso tú no mereces ninguna —respondí apretando mis puños con furia.

La ira empezaba a fluir por todo mi sistema. Sentía cómo me hacía más fuerte y cómo mi poder aumentaba progresivamente. El odio que sentía era como una droga que me alimentaba violentamente y me hacía dependiente de ella. Poco a poco, iba olvidando todas mis vivencias como si jamás hubiese tenido un corazón. Ya nada importaba, solo el poder, porque solo así iba a ser capaz de matar a...

—¿No vamos a entrenar hoy? —interrumpió la voz de Ace.

Abrí los ojos y suspiré. Sin darme la vuelta, contesté con sequedad.

—Sí, dame un minuto.

—Está bien —contestó Ace sin moverse de donde estaba.

Cerré los ojos nuevamente y traté de concentrarme de nuevo para retomar mi anti-meditación, pero la presión que sentía por tener al chico detrás de mí me hizo abandonar mi proceso y ponerme de pie. Cuando me di la vuelta, vi que Ace ya tenía su vara de madera en mano.

—Conque estás listo para el combate, ¿no? —pregunté con cierta molestia tratando de tranquilizar mi voz.

—He estado practicando —dijo el muchacho sin darse cuenta de mi estrés mientras hacía unas maniobras con la vara.

—Cualquier espada que utilices va a ser más pesada que ese palo. Lo sabes, ¿no?

—Sí, pero eso no será problema.

—Ya lo veremos —dije y respiré con profundidad.

—En pocos días tendremos otra misión. No podemos perder más tiempo —insistió Ace.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora