Ace VII: El día de la prueba

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El sonido de la cascada calmaba un poco mi frustración. Llevábamos días de camino y aún no tenía idea de cómo desencadenar la ‹‹ira necesaria›› de la que hablaba Neville. Decidí calmar mi sed, por lo que tomé la cantimplora que Gili me había dado la noche que salimos de Lofraus y la llené con el agua del río que recorría prácticamente todo Vratrero.

Bebí un sorbo, pero el agua estaba tan fría que no la pude tragar toda de una vez, así que la mantuve en mi boca por un instante. En ese momento, contemplé la gran cascada y la anchura del río. Casi no alcanzaba a ver la otra orilla y no podía creer que seguíamos dentro de Vratrero. ¿Qué tan grande tenía que ser ese túnel para que cupieran tantos ecosistemas dentro? Cuevas, bosques, ríos con cascadas, llanuras; todo en el interior de La Gran Serpiente.

—Ha sido un largo viaje, ¿no lo crees? —dijo una voz familiar detrás de mí. Me di la vuelta y sonreí aliviado y entristecido.

—¡Atala! —exclamé—. Creí que no volverías a hablarme.

—"Pensé que era una ilusión" —dijo burlona.

—Aunque sea una ilusión, me alegra poder hablar contigo.

—¿Qué tal la vida fuera del castillo? —preguntó Atala con interés.

Suspiré antes de contestar algo.

—No es como la imaginaba —dije con tristeza en mi voz—. Y tampoco será como la que teníamos antes de ser esclavos.

—No digas eso, Ace —dijo negando con la cabeza—. Una casa en las afueras no fue lo que me permitió aguantar todos esos años de tortura. Fue algo más profundo que eso.

—Sea lo que sea, ya no existe, Atala. Pero corregiré este error —dije con rabia en la voz y apretando los puños. Sentía que mi camino estaba trazado y debía recorrerlo sin titubear.

Levanté mi mirada buscando a Atala, pero me sorprendí al darme cuenta de que su imagen se hacía cada vez más transparente, como agua que se evapora lentamente.

—Espera, ¿¡a dónde vas!? —pregunté alterado—. ¿Qué sucede?

—Carguen bien sus cantimploras antes de partir —ordenó Lucio de repente.

Me di la vuelta por inercia y, cuando volví a buscar a Atala, ya no había rastro de ella.

Miré a los lados y me percaté de que nadie había presenciado mi conversación... si es que en verdad había ocurrido. Decidí calmarme y concentrarme. No me convenía perder la cabeza en ese momento.

Me acerqué al río y empecé a reponer el trago que había tomado mientras los atirios hacían lo mismo. Neville contemplaba el agua parado a la orilla del río con la base de su bastón sumergida en el agua y apoyada en el cauce. Todos estos días se había mantenido distante y solo hablaba cuando le parecía necesario. No buscaba conversación con nadie, ni siquiera de forma recreativa. Decidí no darle mucha importancia. Tomé una roca plana que estaba en el suelo y la lancé con toda mi fuerza en posición horizontal para que rebotara sobre el agua. Golpeó sobre la superficie del río incontables veces hasta que la perdí de vista. Tomé una segunda roca para hacer lo mismo, pero Neville me interrumpió con su mirada. Pensé que me diría algo, pero se alejó hacia una gran roca que salía del suelo y la golpeó desde arriba con una fuerza brutal que la partió en dos. Los atirios voltearon a verlo, pero no dijeron nada. Yo simplemente suspiré y mi frustración regresó de nuevo.

—¡Hora de continuar! —exclamó Lucio subido a su tangmus.

Todos se montaron en sus corceles. Sisa ya estaba sentada sobre el nuestro. Me apoyé en el animal, brinqué encima de él y caí sentado en su lomo. Sisa agitó las riendas y nuestro tangmus empezó a caminar. Regresamos al camino principal de Vratrero y aceleramos el paso.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora