Lars V: Un mundo cubierto por un velo

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Lord Morscurus y yo estábamos sentados en una de las áreas verdes de la explanada de Aratraz. No hacíamos más que relajarnos y sentir el calor del Angmar sobre nuestra piel.

Había pasado todo el día estudiando con Maese Terra, y me sentía aliviado y al mismo tiempo halagado de que Morscurus decidiera pasar ese tiempo de ocio conmigo.

Sonreí complacido y miré a mi alrededor para contemplar la escena y recordarla por siempre, pero justo en ese momento noté que un grupo de nobles que estaba ahí agachó la cabeza en cuanto lo observé. Empezaron a cuchichear y supe que estaban hablando de nosotros.

Bajé la cabeza y me entristecí, pero justo en ese momento, Morscurus me tomó bajo su brazo y empezó a despeinarme con su puño.

—¡Tan grandecito y todavía lo agarran desprevenido! —bromeó Morscurus y luego me soltó. Ambos nos reímos y me di cuenta de que los otros nobles se habían callado y pretendían no prestarnos atención.

Morscurus volteó a verme y traté de agradecerle, pero sabía que esto no era más que un gesto amable de su parte, no iba a cambiar la actitud de los demás hacia los mordares.

—No te alarmes, Lars —dijo de repente dirigiendo el rostro hacia arriba y cerrando los ojos para disfrutar la luz del Angmar—, puede que hablen mucho, pero nada de lo que hagan puede tocarte. Ignorándolos te irá mejor.

—No me preocupa lo que me hagan, am irio —respondí con cierta seriedad—. Me preocupa más como esto pueda afectarle a usted.

Morscurus rio de una forma elegante y genuina, y me sentí un poco extraño porque no fue mi intención decir algo gracioso.

—Es típico de ti, muchacho, pero no deberías preocuparte por eso tampoco. Si entiendes por qué actúan así, es más fácil sentir lástima por ellos que frustración.

—¿A qué se refiere, am irio? —pregunté intrigado.

Morscurus bajó la mirada y sonrió levemente mientras observaba el pasto reflexivamente.

—La mayoría nunca ha viajado muy lejos de Gargos y no ha visto mordares que no fueran esclavos. Por eso, creen que son mejores que todos los de tu raza, lo cual es falso. El destino es lo único que define si somos esclavos o no, y la raza no tiene nada que ver. Un farcro en Gargos es tan esclavo como un mordar en Marabens.

—Creí que en esas ciudades la esclavitud estaba prohibida —repliqué confundido.

—Más bien, está escondida bajo la superficie, Lars —contestó Morscurus sin apartar su vista de la grama—. Escapar de la esclavitud es algo muy difícil, y que tengas una marca en tu mano o no, no es lo que define si eres un esclavo.

—Perdone, am irio, pero no lo entiendo. Me parece que la diferencia entre ellos y nosotros es bastante clara. Es por algo que estamos arriba y ellos abajo.

—No te voy a quitar la razón, después de todo, está claro que hay niveles de esclavitud, pero la diferencia no es tan grande como crees. Toma a mi padre por ejemplo. Es el virrey de esta ciudad, el que está más distanciado socialmente del típico esclavo que has visto toda tu vida, pero aún así su vida está definida al final por lo que comandan los Grandes Daeces desde Marfra. Independientemente de las necesidades de su ciudad, está forzado a enviar un tributo mensual a sus dueños. Sin importar lo que él crea que es mejor para Gargos, si los Grandes Daeces lo rechazan, él debe echarse para atrás.

—Todavía me parecen realidades completamente distintas... —insistí con poca seguridad. No quería llevarle la contraria a Morscurus, pero él, en lugar de enojarse o desesperarse, suspiró con tranquilidad y sonrió con todavía más fuerza.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora