#18 | Aquella silueta |

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La puesta de sol pintaba el cielo de rosa pastel, mi color favorito, y observarlo me hacía sentir un poco en casa... mi habitación estaba pintada de ese mismo color, la habíamos decorado y amueblado a mi estilo con la ayuda de mamá. Ahora que logré recordar mi verdadera vida en su totalidad, ahora que sé que no pertenezco a este mundo ni a la historia por la que aquí se me reconoce, extraño tanto lo mío... de repente ya no me molesta que mi padre sea desde siempre tan distante, que Fluppy rompa los almohadones del sofá, que Reno deje toda la cocina para lavar de punta a punta después de hacer uno de sus mejores platos, ni que yo sea aquella Ana sumisa e inocente a ojos de los demás. No me molestaba en lo absoluto, más bien extrañaba todo aquello como nunca, y comenzaba a valorarlo más. 

Me dí cuenta de que esa era mi vida, esa era yo, esa era mi identidad... no esta.

Yo no soy esa madre desnaturalizada que perdió a su hija, mal de la cabeza, depresiva, desequilibrada, asesina y suicida. 

Yo soy una responsable estudiante de derecho, que trabaja y vive con su pareja una relación hecha y derecha. Una ciudadana normal, con sus problemas normales, cuentas que pagar, penas, defectos y virtudes. 

Una objeción, siempre había despreciado mi vida, y todo esto tuvo que pasar para que yo pudiera tomar consciencia de lo valiosa que en verdad era. 

En ninguno de los casos era perfecta, pero era mía. Era verdaderamente mía. Y sólo comprendes lo que eso realmente significa cuando te exilian de ella, cuando te separan de tu propia historia como si de separar alma y cuerpo se tratase. Cuando entras a un lugar en el cual te dicen que tu leyenda de vida ya no te pertenece, que tu historia ya no es más tuya. Como si tu ya no existieras tal como te concebías. 

Les adelanto que la sensación es horrible. No lo intenten en sus casas. Pero debo reconocer que sin dudas esta locura esta abriendo mi mente de una manera que no parece ser tan negativa como aparentaba. 

Y así de pensativa, algo dolorida y hundida en una profunda reflexión, comencé a caminar por las calles polvorientas rumbo a la estación de autobuses. 

La sangre seca en la comisura de mi boca y el final de mi ceja derecha me provocaba picazón y ardor. Habiendo caminado un kilómetro y algo,  y llegado a la zona más urbana de Forestal Este, me encontré a un muchacho con una lonchera al hombro vendiendo bebidas.

Busqué en mi mochila. Encontré un cuaderno, una carpeta roja, una cartuchera, y un monedero. Lo abrí, tenía un solo billete de cincuenta enrollado y en otro compartimiento mi cédula de identidad. 

-Disculpe, ¿podría venderme una botella de agua pequeña?

El muchacho me miró dentro de los ojos con una expresión confusa, extrañado, como si hubiera descubierto algo inesperado. 

-Claro, sírvase.-contestó luego, sin despegar su mirada curiosa de la mía. 

Me llamó la atención, pero lo único que me importaba era beber agua puesto que estaba a punto de morir deshidratada, y limpiar mis heridas.

-¿Estas bien?-me preguntó, dirigiendo su mirada ahora hacia mi pecho lastimado.

-Sólo tuve un pequeño accidente, pero estoy bien, gracias.-comenté amable y sonreí despacio, como podía. Tomé una botella y le ofrecí el único billete que me quedaba.

-Cuesta sólo treinta, no tengo cambio. -no razoné bien lo que dijo, ya estaba muy cansada de caminar y me dolía toda la cara. 

-Ni te preocupes.- contesté suavemente, abrí la botella y comencé a beber cuanta agua pudiera.

El muchacho miró hacia ambos lados de la calle, ya estábamos cerca de la estación.

-¿Segura que no necesitas ayuda?

-No no, muchas gracias.-y seguí mi camino a paso lento. 

Cuando levanté la mirada ya me encontraba entre los colectivos que estaban a punto de partir hacia la ciudad. Setecientos seis, setecientos diez, setecientos once... ese.

Golpeé con los nudillos de los dedos la puerta de vidrio del colectivo. Esta se abrió.

-Disculpe señor, ¿usted se acuerda de mí verdad? -le enseñé mi cédula de identidad.

El hombre, grande y morocho, sobre los lentes de sol y con un cigarro en el bigote me observaba minuciosamente.

Le echó un vistazo rápido a la cédula y luego volvió a mí.

-No...-dijo al fin, serio y antipático.

-¿No? He viajado un millón de veces en esta línea, que no recuerde, irónicamente. -me quejé.   

-Puedes hablar con Ricardi, él era el viejo chofer, yo asumí hace un par de días.

-¿Dónde lo encuentro?

El hombre bufó y señaló el interior de la estación con un movimiento brusco de cabeza. 

Giré los ojos y me dirigí hacia allí.

Había una reunión de cinco conductores en el mostrador hablando a los gritos, me acerqué.

-Disculpen, ¿alguno de ustedes es el viejo conductor del setecientos once Forestal Este?

Dos señores levantaron la mirada al mismo tiempo.

-¿Quién lo busca?-preguntó uno girándose hacia mí, con cara de pocos amigos.

-Ana Walker.-le mostré mi documento de identidad, puesto que ese documento sabía presentarme mejor. 

-¿Qué necesitas?

-¿Usted me recuerda? -No sabía cómo preguntarle si me había visto aterrizar desde otro universo paralelo mientras él conducía, de la mejor manera posible como para que no sonara tan estúpido.  

Me observó pensativo, con los ojos entrecerrados, hasta que contestó.

-No... o sí, puede ser que tenga un vago recuerdo... ¿sabes cuántas personas suben a mi colectivo cada día?-preguntó irónico y asqueroso.

-Su mujer y su hija.-comentó alguien por lo bajo y los demás choferes soltaron algunas carcajadas burlonas después de tomar el último trago. 

Me di cuenta enseguida de que mi cuestionario era en vano, no valía la pena escuchar a esos tipos arrogantes que nada tenían para aportar. Así que decidí salir de la estación, desanimada y con mucho mal humor.

Dejé caer mi cuerpo sentado sobre uno de los bancos que había afuera, en donde normalmente la gente se sienta a esperar que su colectivo arranque.

No sabía qué hacer ni para dónde ir.

Habrá pasado una hora entera en la que me quedé dormitando en ese banco, pensando en todo y en nada a la vez, descansando las piernas y la mente. 

El sol comenzó a caer justo cuando lo vi, entre la montonera de árboles, encapuchado.

Era él, tenía que ser él.  

Aquella silueta oscura en el bosque, aquel día en que tuvimos que salir corriendo y escondernos en el cementerio, estaba de vuelta, frente a mí. 


El secreto de Ana WalkerWhere stories live. Discover now