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Quería saber por una razón completamente desconocida a qué sabían sus labios, pero ¿Qué demonios estoy pensando? Me auto recriminé

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Quería saber por una razón completamente desconocida a qué sabían sus labios, pero ¿Qué demonios estoy pensando? Me auto recriminé. Lo único que tenía que pensar era como escapar de aquél lugar y no dejar que nada ni nadie me afectase en mi huida. No pensaba encariñarme con aquella niña, ni mucho menos albergar sentimiento alguno hacia ese hombre por más... lo que sea que me hiciera sentir cada vez que se acercaba. Solo tenía una misión por delante y esa era mi hermana Amara.

Cerré los ojos una vez que me deslicé entre las sábanas de aquel confortable camastro en alto al que estaba poco habituada y era tan sumamente placentera que el sentimiento acogedor me embriagó. Estaba tan acostumbrada a la dureza del suelo que no podía dejar de pensar que no estaba en casa, así que después de dar varias vueltas sobre ella, finalmente me deslicé hacia la alfombra que había a los pies y pude quedarme plácidamente dormida pensando en que pronto saldría de aquel lugar y encontraría a mi hermana.

—¿Java? —exclamó una voz que sentía lejana—. ¡Oh dios mío! —exaltó aquella voz profunda provocando que despertara y en cuanto abrí los ojos contemplé como esa mirada grisácea me estudiaba minuciosamente colocando la palma de la mano en mi frente y comprobando si tenía algún desperfecto por mi cuerpo—. ¿Estás bien?, ¿Qué haces en el suelo?

—Yo... —Iba a decir por inercia y de pronto tuve que callarme para pensar mi respuesta. Debes ser precisa y directa—. Siempre dormía en el suelo.

En aquel instante aquellos ojos grises se abrieron con estupor y algo sorprendidos.

—¿Donde vivías antes? —preguntó directamente mientras me alzaba. En ese momento sentí la calidez de su cuerpo en contraste con la frialdad que poseía el mío acumulado durante toda la noche.

—Una cueva —confesé.

—Esto es un poco... insólito. No creí que fueses tan incivilizada —dijo llevándose las manos a la cabeza como si se estuviera estirando el cabello hacia atrás—. No puedo dejarte a solas con Lisa, pero Margaret te enseñará todo.

En ese momento quise saber quién era realmente Margaret, puesto que la noche anterior, la pequeña la había mencionado como una vecina que la cuidaba y nunca sonreía porque estaba enferma. Quizá la conocería antes de lo que pensaba.

No sabía si debía responder o no, por lo tanto guardé silencio.

—Tus ojos brillan más de lo normal —musitó en ese momento y bajé la mirada para no revelar lo que aquello significaba. Ya era la segunda vez que lo decían... y yo misma lo había podido comprobar en la mujer que había conocido—. Deduzco que será porque te inyectaron la droga hace poco, será una lástima ver cómo se apagan.

«Salvada... al menos momentáneamente»

Noté sus dedos en el mentón y poco a poco erguía mi rostro.

—Mírame siempre a los ojos cuando te hable, no quiero ser tu señor, ni tu amo... ¿Entendido?

—Entendido —respondí algo absorta por lo que significaba aquella afirmación. No deseaba poseerme, ni tampoco darme órdenes... ¿Entonces qué quería de mi?

—Creo que ni siquiera te mencioné como debías dirigirte a mi. Mi nombre es Declan, puedes llamarme así cada vez que tengas una petición.

—Declan —dije por inercia poniendo nombre a esos ojos grises al fin.

—Así es. Ahora ven, te enseñaré a preparar el desayuno y me gustaría que a partir de ahora, cuándo yo no esté en casa, lo prepares tú misma, ¿Te parece bien?

Me parecía razonable su petición, así que asentí. Hasta el momento aquel hombre no me había parecido en absoluto a lo que supuestamente debía esperar de todos ellos, es más, me resultaba increíblemente inaudito que no tuviera a una mujer bajos los efectos del azambar en su casa, aunque sí que utilizaba a una de vez en cuando y probablemente era ahí donde se ensañaba, ¿no? De lo contrario, todo aquello no me cuadraba, incluso parecía preocupado cuando me despertó al encontrarme en el suelo como si pensara que realmente me ocurría algo grave.

Cocinar no parecía tan sencillo como él lo hacía, sobre todo porque no terminaba de convencerme aquel aparato que emitía calor con el que se mezclaban las cosas. Era mucho más moderno que cocinar en el fuego o las brasas como lo hacíamos nosotras y por allí ese fuego no existía, sino que el calor salía de una pieza plana y si la tocabas no quemaba, más bien parecía magia.

Al menos me sirvió para descubrir donde estaba la comida y eso era bueno, puesto que necesitaría llevarme reservas en la huida. Un ruido extraño inundó la casa y observé como Declan se apartaba y se dirigía hacia la puerta.

—Buenos días Margaret, adelante pasa —mencionó cordialmente y de pronto observé a una mujer alta, pelirroja con numerosas pecas y la mirada baja. Llevaba los brazos cruzados por delante como si estuviera en una posición de sumisa total.

—¡Hola Margaret! —gritó Lisa un poco más entusiasta y en ese momento las manos de la aludida se soltaron y acarició suavemente el cabello de la pequeña con un gesto neutro, pero que se sobre entendía el cariño que le profesaba.

—Acércate Java —pronunció aquel hombre de ojos grises y en ese momento se me olvidó reaccionar porque aún no me acostumbraba a que me llamasen con ese nombre en lugar de Andra.

Caminé suavemente sin prisa hasta acercarme a él.

—Margaret, ésta es Java —dijo dirigiéndose a la joven que me miró con aquellos ojos vacíos y entendí a la perfección lo que significaba perder el brillo, simplemente se podía abreviar como perder la voluntad de tus actos más que otra cosa—. Se quedará con nosotros una temporada y me gustaría que le enseñaras todo lo que sueles hacer aquí cuando estoy ausente.

—Si, Declan —contestó la aludida suavemente sin apartar la mirada de mi rostro.

—¿Cuándo podré salir al parque? —preguntó entonces la pequeña Lisa acaparando la atención de todos.

¿Parque?, ¿Qué era un parque exactamente?

—Te dije que esta semana sería complicado, tal vez la que viene, pequeñaja.

—¡Es injusto!, ¿Por qué no puedo ir con Margaret? —insistió.

—Sabes que está enferma y no puede —contestó Declan con voz suave tratando de ser cauto.

—¿Y ella también está enferma como Margaret? —exclamó—. Porque puede sonreír, la vi sonreír y tú dijiste que Margaret no podía sonreír.

«No, no, no» gemí interiormente esperando que aquel hombre por alguna extraña razón, no la creyera.

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