Seis

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Era tarde y Alba se encontraba acostada en su cama viendo hacia la pared.

Cuando llegó a casa de su cita con Natalia, sabía que había metido la pata. A lo grande. Ella había tenido algo real con una chica intrigante y hermosa. Y luego había oído su apellido y se había encargado de arruinar todo lo que se había construido ese mismo día. En el frío silencio de la noche, que había aparecido un poco temprano, 2 am para ser precisos, Alba comprendió que había entrado en un leve shock cuando se encontraban fuera del bar. Pero en retrospectiva, ella creía que lo habría superado ya. Porque por mucho que Alba odiara a los Lacunza, estaba segura que no odiaba a Natalia. 

Había hecho que Alba sintiera cosas que ninguna otra chica la había hecho sentir y, si Alba estaba siendo completamente sincera, después de ese beso en el río ella estaba casi segura que se había enamorado.

Si no hubiera acompañado a Natalia a casa y si no hubiera visto hacia la ventana donde se encontraba María Lacunza luciendo como si estuviera a punto de echarle aceite caliente, podría haber reaccionado de una manera diferente. Pero María era la encarnación de todo lo que estaba mal con los Lacunza, y posiblemente con el mundo. Y si Alba estaba siendo honesta consigo misma, le daba un susto de muerte.

Y por eso había decidido correr. No porque haya decidido abandonar a Natalia por su apellido.

Alba estaba bastante segura de que ese sería el tipo de error que podría atormentarla en su lecho de muerte. ¿Renunciar a una persona como Natalia por cosas fuera de su control? Sabía que no podía hacerlo.

Excepto que tenía que hacerlo, ¿no? Se había asustado y huido. A toda velocidad. Y Natalia seguro se había dado cuenta que algo pasaba. ¿Cómo no iba a darse cuenta? Natalia no era tonta.

A las 2:15, Alba estaba segura de que debería haber dado la vuelta cuando llegó a su casa y caminar directamente a casa de Natalia, haber luchado más allá del dragón que respiraba fuego y haber ido a pedirle a Natalia que la perdonara por ser un bicho raro. Podría explicarlo todo, pedir perdón, pedir esa segunda cita.

A las 2:20, Alba esperaba poder corregir su error. Regresaría mañana y haría lo que fuera necesario.

A las 2:22, estaba cien por cien segura de que mañana sería demasiado tarde.

***

Alba estaba fuera de la oscuridad, escondida cerca del bar, temblando. El calor de la noche se había ido, reemplazado por un frío que parecía apropiado a la situación. Revisó su teléfono. Eran las dos y media de la mañana. ¿Era una locura? No, era... era romántico, ¿no? Alba iba a hacer un gran gesto, como en las comedias románticas. Y su disposición a avergonzarse necesitaba ser proporcional al tamaño de su error. Así sería si utilizara las matemáticas en algo como esto, decidió Alba. O lo que sea, tal vez no. ¿Qué demonios sabía realmente sobre estas cosas del amor? Ni un poco. Pero, de todos modos, ya se encontraba aquí. Era o ponerle ovarios o salir corriendo como antes.

Alba miró hacia las ventanas y de inmediato, se encontró con un problema. Ella no tenía la menor idea de cuál pertenecía a la habitación de Natalia. Si se equivocaba, iba a provocar la ira de algún otro miembro de la familia y no le hacía nada de ilusión.

Así que esperó y observó en la calle silenciosa, rezando para que no viniera nadie que decidiera asaltarla. Sí, Alba estaba empezando a darse cuenta de que incluso si vivía en un pueblo pequeño, la gente seguía haciendo cosas así y ella era una adolescente, en la madrugada, sola en la calle. Tenía que darse prisa.

Alba miró a su alrededor y encontró lo que estaba buscando. Piedras sueltas. Ella intentaría hacerlo lo mejor que pudiera. Se escondió detrás de unos contenedores de basura y escogió una ventana al azar. Si se equivocaba, podría agacharse si la persona equivocada sacaba la cabeza por la ventana.

A cualquier otra parte...Where stories live. Discover now