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El ambiente en el comedor del campamento mestizo era de completa normalidad, los hijos de Hermes se rían a causas de las bromas que le hacen a los demás campistas, los de Atenea estaban sumergidos en una conversación interesante sobre los nuevos avances de la ciencia, los de Hypnos estaban que se dormían encima de la mesa, mientras que los de Ares planeaban como ganar el próximo captura la bandera.
No obstante, justo casi al final del sitio una mesa más alejada de los demás semidioses, estaba el Hijo de Hades, como era ya un hecho verlo solitario cuando no estaba Hazel.
La cena había culminado los campistas comenzaron a irse a sus respectivas cabañas cuando una chica ansiosa se le acercó a D'Angelo.
El hijo de Hades ni siquiera levanto el rostro, lo mantuvo fijo en la superficie de madera, perdido entre sus propios pensamientos.
—Nico...—dijo, una voz suave y gentil, su nombre tan bajo como un leve susurro.
—¿Qué?—respondió, confundido.
El pelinegro elevó su mirada hacía el frente, allí estaba parada, una chica, alta con una hermosa figura, rubia, de ojos color esmeralda que lo observaban con tal admiración y cariño.
Una mezcla que lo ponía aún más aturdido.
—Nico...—volvió a usar aquel tono de voz tan melodioso, que cautiva a cualquiera menos a él.
Antes de que dijera algo D'Angelo la interrumpió.
—¿Quién eres tú?—preguntó, mientras que su expresión era de sorpresa.
En sus años en el campamento mestizo, había conocido a cada uno de los semidioses que allí habitan, y estaba completamente seguro de que el rostro de esa chica no le era familiar.
—Charlotte—susurró nerviosa, mientras que un ligero rosa se apoderó de sus mejillas.
Los ojos oscuros de D'Angelo, se abrieron de par en par, había quedado en completo asombro. Él no podía creer que esa chica fuera la popular hija de Afrodita por tres razones.
Uno, ella siempre utiliza mucho maquillaje.
Y la chica que estaba frente a él, no tenía ni una sola gota de maquillaje.
Dos, siempre llevaba su cabellera rubia arreglada.
Y la semidiosa que estaba frente a él, solo lo tenía recogido en una cola de caballo, dejando caer unos mechones de cabello en su rostro.
Tres, Charlotte nunca se ruborizaba por cualquiera.
Y la chica que estaba frente a él, parecía un tomate.
