CAPÍTULO 1: BIENVENIDA A LOS ÁNGELES.

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Hacía mucho tiempo que teníamos pensado en volver a empezar de cero, me gustaba la idea de que nadie conociera nuestro oscuro secreto; esperaba que nadie lo supiera. Después de llorar horas mientras hacía las maletas y de dejar nuestra antigua casa con un dolor en el pecho, nos embarcábamos a la aventura más excitante de nuestras vidas. Me crié en un pueblo cerca de Madrid, hasta hoy en día, que tengo dieciséis años. La mayor tragedia de nuestra vida fue solo hace uno. Volvíamos al antiguo hogar de nuestra madre. Ella se crió y vivió en una antigua casa en la ciudad de Los Ángeles. Habíamos estado ahí algunas veces, pero no las suficientes como para conocer sus calles ni sus costumbres. Aunque mi madre sea Americana, y mi padre fuera Español, yo siempre me he sentido como el segundo: era lo único que había conocido, y donde más cómoda me encontraba. Eso lo echaría de menos. El cómo me sentía cuando caminaba por las calles de Alcorcón, libre y sabiendo dónde iba. Sin tener que pensar hacia dónde me dirigía, porque mis pies se movían solos. También echaría de menos a mis amigos, aunque por desgracia desde la tragedia no me habían vuelto a hablar ni a mirar como lo solían hacer. El irme no era más que una manera de volver a ser anónima. Que nadie supiera quien soy. Que nadie me juzgara por mi pasado.

Mi hermano se sentía igual. Mike no estaba a gusto con sus amigos, había dejado de jugar a fútbol por cómo le miraban. Éramos el centro de atención. Mamá notó nuestra tristeza, y sabía por lo que estábamos pasando, así que pensó que lo mejor sería volver a su antiguo hogar.

—Mamá, crees que llegaremos a tiempo para coger el avión?

—No tiene pérdida, cariño. Llegaremos a tiempo para poder conocer a mis amigos. Verás que tienen unos hijos encantadores. Nos será fácil, no os preocupéis.—Pero estaba tan nerviosa que no conseguí entender bien lo que me decía.

—Mamá no lo digo por eso, sé que será fácil empezar otra vida.

Me empecé a fijar en mi família, lo que quedaba de ella. Fiona era una mujer alta, más o menos como yo. Pero de cabello moreno, y con muy buena figura. Mike era mucho más alto que yo, y tenía unos ojos verdes que me sentía envidiada por él. Le gustaba mucho hacer deporte. Cuando le miraba, veía a mi padre.

Después de un largo viaje con nervios y altibajos, llegamos a California. Estábamos ahí, en la puerta del final del aeropuerto, cuando una mujer se acercó a mi madre, y, con una gran sonrisa en la cara, gritó:

—Fiona, Fiona, ¡te he hechado de menos! ¿Cómo estás?

—Querida Kate, te presento a mis hijos, Mike y Elizabeth.

—Oh, cómo se parecen a su p.... Perdón. No quería decir eso. Mi marido nos está esperando en el coche. Os llevaremos a vuestra nueva casa que ¡Sorpresa! Somos vecinos, como en los viejos tiempos, verdad Fibi?

—Cómo os echaba de menos, tanto a ti como a Will.

Aquella pequeña presentación me pareció bastante agradable: Will y Kate Foster eran nuestros vecinos, y los mejores amigos de toda la vida de nuestra madre. Me sonaba haberlos visto alguna vez, pero no los conocía lo suficiente como para poder entablillar una conversación con ellos. En mi mente había imaginado diferentes escenarios, tanto con expectativas altas como bajas, pero nunca pensé que la llegada a Los Ángeles fuese tan bien. Cuando llegamos a la casa me quedé fascinada de todo aquello, era increíble. Una casa blanca, enorme. No tenía ni idea de que mi madre tuviera tanto dinero como para permitirse eso. Sabía que mis abuelos habían sido grandes empresarios en la ciudad de Los Ángeles, pero toda aquella fortuna nunca había sido enseñada por mis padres. Por lo que tenía entendido ellos nunca llegaron a conocernos. No querían que mamá se fuera de allí, y al ella irse, dejaron de tener todo tipo de contacto, pero al ser hija única todo lo que tenían había pasado directamente a nosotros. La distribución de las habitaciones fue fácil; yo me quede con la habitación con balcón que daba hacia la casa de los amigos de mi madre. Empecé a desempaquetarlo todo, y cuando me iba a cambiar de ropa me detuve. Había un chico de la misma edad que yo en la casa de nuestros amigos. Durante todo el camino hacia la casa no habían nombrado ningún chico, así que inmediatamente bajé para hablar con mi madre.

—Una pregunta mamá, ¿tu amiga Kate tiene un hijo? He visto a alguien en la ventana, parece de mi edad.

—Si no recuerdo mal se llama Caleb. Tiene diecisiete años, y también tiene una hermana gemela, ella se llama Jo. Te lo he dicho antes en el aeropuerto.

—¿Kate también tiene una hija? Perdón, estoy muy agobiada por todo esto.

—Si cariño. Si quieres conocerlos no tardarás mucho. Vendrán a cenar esta noche, supongo que haremos una barbacoa así que ponte mona que empieza nuestra nueva vida. Y eso también va por ti Mike.

—Mamá no te preocupes, vamos a estar bien. —decía Mike mientras me abrazaba por detrás.

Me puse delante del espejo, y me miré. Físicamente era guapa. Tenía el pelo rubio, no muy liso pero tampoco rizado y unos ojos azules parecidos al color del mar, pero del mar cuando es reflejado por las nubes, mis ojos eran como los de mi madre. Tenía un buen cuerpo, en España muchos chicos querían salir conmigo, incluso alguna chica. Pero yo nunca quería nada. Desde la tragedia no me sentía cómoda con nadie. Mike era todo lo contrario, no tenía muchas chicas detrás de él, pero sí que tenía novia. Ella me caía muy bien, de hecho, era la única novia de Mike que me caía bien. Dejarla fue un palo duro para Mike, recuerdo que estuvo varios días mal. Tenía que pensar en qué ponerme para la barbacoa, y decidí ponerme unos shorts vaqueros y un top blanco que tenía encima de las cajas. Como sabía que iba a hacer un poco de frío cogí también mi sudadera blanca favorita. Para rematarlo todo, decidí ponerme unas gafas de sol, Los Ángeles era soleado, y no me apetecía que nadie me mirara a los ojos y viera lo perdida que me encontraba en mi nueva vida.

Cuando bajé a la cocina vi que Will y Kate habían llegado. La impresión que me causaron ahora era más informal. Realmente eran personas muy amables, mi madre tenía muy buenos amigos. De repente la puerta se abrió. Detrás de la puerta pude ver una chica. Supuse que era Jo por el parecido a Kate. Las dos tenían el pelo castaño, no llegarían más allá del 1,60 y tenían los ojos de un color verde esmeralda. Caleb era distinto. Muy alto. Más o menos 1,80. También tenía los ojos verde esmeralda, pero su pelo era mucho más claro que el de Jo. Se notaba que eran hermanos, pero parecían de diferentes edades. Jo nada más cruzar la puerta se acercó con una sonrisa a saludar. Caleb simplemente se quedó mirando en una esquina sin ni siquiera saludar, haciéndo ver como si no estuviéramos. Sin embargo, cuando mi madre vio los modales del chico decidió acercarse.

—¿Tú debes de ser Caleb, verdad?

Él simplemente asintió, aunque no con mucha gracia. Cuando de repente la puerta se volvió abrir. Para mi sorpresa era un hombre con otra chica de mi edad, a los que no había visto nunca, ni siquiera había oído hablar de ellos. Eso sí, la cara de mi madre era un cuadro. Se notó que esa llegada le había dejado boquiabierta. Me acerque lentamente a Mike para preguntarle si los conocía, cuando mamá soltó:

—Cariños, os presento a otro viejo amigo, Diego. Fuimos juntos al instituto. Esta es su hija Sofía. Tiene vuestra misma edad.

—Buenas Tardes. Espero que vuestra estancia en Los Ángeles esté siendo de vuestro agrado.- dijo el hombre mientras dejaba una botella de vino encima de la encimera de nuestra nueva cocina. Muy serio era él, no tenía la misma confianza que con nuestros nuevos vecinos.

—Está siendo muy buena. —Contestó Mike con una media sonrisa.

Se podía ver de lejos que Mike se había fijado en Sofía. Tenía el pelo rubio, no tanto como el mio, pero era preciosa y ella lo sabía. Se notaba que era muy segura de sí misma, y fue directamente a hablar con Jo, supuse que eran amigas. Estaba bastante incómoda en esta reunión. En nuestra antigua casa las cosas nunca eran así, nunca hacíamos cenas con los vecinos, ni siquiera nos juntábamos con viejos amigos de papá. Mamá solía estar sola en Alcorcón, no tenía amigas, más las pocas que hacía en yoga, pero nunca lo suficente como para invitarlas a casa. Me alegraba que ahora estuviera con su viejo grupo. A Mike también se le veía muy feliz, y por un momento pensé que podríamos volver a empezar.

INCANDESCENTEWhere stories live. Discover now