XVIII.

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                                   XVII.

Y a pesar de lo agradables que fuesen los labios de Finn sobre los míos, no podía hacerlo, aunque una parte de mí estaba realmente disfrutándolo cuando me atrajo más a su cuerpo, otra parte de mí, la racional, me obligó a llevar las manos a su pecho y presionar suavemente para  apartarle de mi boca.

—¿Qué pasa?—Quiso saber con el ceño fruncido mientras tan solo se separaba unos centímetros de mi cara.

—Esto no está bien, no se siente bien.—Confesé mientras mi mirada no podía llegar a la suya, avergonzada.

—Deja de analizarlo todo de esta manera.

—Es que necesito analizarlo, Finn, no puedo, simplemente, tener algo contigo así improvisado.

—¿Quieres que te avise con una notita perfumada cuando vaya a besarte?—Se burló, dolido y con su orgullo herido.

—He dicho que no quiero arriesgar nuestra amistad.

—¡Pues adivina qué, Sky! ¡Ya está arriesgada, ya nada es lo que solía ser!—Bramó y le miré mientras mordía mi labio, angustiada por la situación.

—Podemos volver a lo que era.—Me atreví a proponer y Finn se rió tan fuerte y amargamente que me estremecí.

—Estás bromeando, ¿cierto?—Dijo con diversión fingida.

—Hablo en se...—Aseguré cuando mi móvil comenzó a sonar y lo saqué del bolsillo delantero de mi pantalón mientras Finn se cruzaba de brazos delante de mí, le miré indecisa antes de contestar y él solo asintió a que lo hiciese con molestia.—Dallas, ahora no es buen momento.—Escuché a Finn gruñir y se llevó una de las manos a su pelo, pasándola por este.

—Cómo no...—Susurró más para sí mismo.—¿Sabes qué?—Mis ojos de fijaron totalmente en él, ignorando que era lo que Dallas me estaba diciendo.—Que todo vuelva a ser como antes, tú sigue siendo la misma monja y yo seguiré siendo el capullo.—Y caminó fuera de la cocina, saliendo de mi casa dando un portazo.

—¿Qué mierda ha sido eso, virgen?—Dallas habló al otro lado de la línea mientras yo me apoyé en la encimera.

—Estaba discutiendo con Finn cuando llamaste.

—Joder... ¿Qué cojones ha pasado?

—Sinceramente, no lo sé. Se arreglará, no te preocupes.

                   (...)

—¿Preparada para ponerte gorda?—Bromeó Dallas cuando me monté en su coche después de que viniese a buscarme para salir en una cena de amigos. Aquello de escaparme de casa se hacía cada vez más frecuente y fácil.

—Tengo miedo.

—Es porque eres muy fácil de provocar, siempre te dejas ir por las apuestas.

—Te has pasado medio hora presumiendo de que una mujer jamás sería capaz de comer más que un hombre, ha sido horriblemente machista e indiscutiblemente ofensivo.

—En realidad no pienso eso.—Se encogió de hombros mientras arrancaba el coche y le miraba con el ceño fruncido.—¿Qué?—Se giró a verme de manera rápida cuando sintió mi confusa mirada sobre él.—Sé cuán fácil eres de provocar, quería una excusa para salir por ahí con mi virgen favorita.—No pude evitar sonrrojarme a la vez que apartaba mi mirada de él y apoyaba la frente en el cristal.

—Aún así sabes que voy a ganarte.

—Skylar Vane, ni en toda tu vida podrás comerte todo lo que ingiero yo en una sola noche.

—Sabes que no debes subestimarme.

              

                     (...)

—¿Dónde está lo demás?—Preguntó Dallas escandalizado cuando vio mi plato, el cual antes tenía una hamburguesa con tanta carne que podría ser mi peso, ahora vacío.

—Aquí.—Llevé las manos a mi tripa, orgullosa de haber comido lo mismo que él, ganando nuestra estúpida apuesta.

—Imposible.—Miró debajo de la mesa, cerciorándose de que no había arrojado nada allí.—Cuando se lo cuente a Finn y a Axel van a alucinar.

—Lo que sea... Cumple nuestra apuesta.—Me incliné sobre la mesa ansiosa, a pesar de que mi tripa realmente iba a explotar, pero jamás admitiría que posiblemente acababa de comer más que lo que podía llegar a comer a lo largo de mi vida.

—Tenía que contarte mi primera vez, ¿no?—Mintió mientras me miraba con picardía, intentando librarse del trato.

—Oh, vamos, McCain; te toca decirme algo que pocas personas, o nadie, saben.—Esta vez fui yo quien mantuvo los ojos maliciosamente sobre él y rió, casi avergonzado de lo que venía a continuación.

—Toco el piano.

—Buen chiste, ahora, confiesa.

—Hablo en serio, virgen, toco el piano desde que tenía doce años.—Y si no fuese porque mi mandíbula se encontraba encajada a los huesos de mi cara, esta hubiese caído tan fuerte que habría traspasado el suelo.—¿Sorprendente?

—Impactante.—Afirmé.—Esperaba algo como antiguo toxicómano no esto.

—Virgen, por el amor de Dios, tengo 19 años, ¿de verdad pensabas que podía haber sido toxicómano y dejar de serlo en ese período de tiempo?

—¿Antes que tocar el piano desde los doce años? Oh, sí.—Rió ante mi comentario, echando su cabeza hacia atrás, dándome una imagen muy atractiva de él.

¡Sky!

Inconscientemente, llevé mi mano a mi anillo de castidad y comencé a girarlo con nerviosismo. Control, Sky. No podía creer como hacía un día me había besado con Finn y ahora me encontraba allí, pensando que la pesadilla de Dallas McCain era atractivo.

—¿Pasa algo?—Dallas llamó mi atención puesto que me encontraba mirando la mesa pensativa.—¿Va a darte un ataque por toda la carne ingerida?—Rió suave ante su comentario y ladeé la cabeza mientras le miraba sin comprender de donde procedía du diversión.—Intenta coger el segundo sentido a mi pregunta.—Mi fruncido ceño se acentuó y enarcó una ceja para seguido, sonreír con dulzura.—Inocente virgen.

—Inocente o no, quiero que me demuestres que es cierto que tocas el piano.—Intenté cambiar el tema de aquella conversación que me estaba haciendo sentir realmente incómoda.

—Apuesta.

—¿Habrá más apuestas?

—Arrevanchas.

—¿Siguen siendo excusas para verme?—Me atreví a pronunciar y, a pesar de que esperé que se riese en mi cara ante tal planteamiento, me sonrió de lado.

—Si ganas la proxima, te lo diré.

                  (...)

Dallas me dejó dos casas más atrás de la mía y caminé con rapidez para llegar a esta. Justo antes de entrar, observé el coche de Finn aparcado en mi puerta y palidecí, el de mi padre también se encontraba allí. Caminé mientras intentaba respirar lentamente para calmarme pero estaba consiguiendo lo contrario, mi respiración era cada vez más acelerada y el miedo recorría cada terminación de mi cuerpo. Metí las llaves en la cerradura de manera silenciosa, todavía con la esperanza de que no hubiesen notado mi ausencia pero mi subconsciente me golpeó fuertemente pues no había ninguna posibilidad de que aquello pudiese ocurrir. Cerré los ojos fuertemente, concienciándome de que ahora sí no volvería a ver la luz del sol y caminé hasta el salón de donde procedían reflejos de luz, abrí las puertas de cristal y tragué ruidosamente observando a mi padre y a Finn sentados en el sofá.

—¿Se te ha pasado ya el horrible dolor de cabeza?—Habló mi padre mirándome fríamente y nombrando la excusa que había expuesto cuando no quise acudir con él a la parroquia. Finn me miraba a su lado, mordiéndose el labio con culpa mientras sus ojos me rogaban perdón.

Pero yo estaba total y definitivamente a punto de ser enviada al infierno.

Amén.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora