LÁGRIMAS DE ORO.

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CAPÍTULO 20.

En cuanto Terry llegó a Nueva York, y a pesar de las quejas de Jefferson, Terry parecía que la vida se le iba de las manos, Corrió, corrió como nunca en toda su vida. Necesitaba verla, sentirla. Quería que Candy supiera que no estaba sola, que allí junto a ella estaban sus brazos, su amor, su protección.

¿Por qué, fui tan idiota?

Terry tenía que imaginarlo, era obvio que Candy hubiera tomado esa decisión, Terry hubiera hecho lo mismo, si supiera que Richard GrandChester iba a morir por culpa del cáncer.

Pero estúpido, deje que la venganza y el resentimiento dominarán mi mente.

Terry haría lo que fuera con tal de estar en su vida, ya no podría estar sin Candy.

Candy permanecía aterrada, está apoyada en la pared, En ese preciso momento se agachó aún con la espalda contra el cimiento frío fuera de la habitación donde se encontraban los médicos y las enfermeras con su padre y comenzó a llorar. Candy necesitaba llorar.

—¿Qué ha pasado? Pregunto el chico monitor que los asistió en el puenting, pero Candy no pudo hablar. Negó con la cabeza, y el chico monitor lo comprendió enseguida. A buen entendedor pocas palabras bastaban y, sin poder remediarlo acompaño a Candy en su dolor.

Candy quiere llorar, ahora que ya no tiene que ser fuerte para nadie . La tía Elroy soltó un quejido y las lágrimas más discretas comenzaron a deslizarse por sus pliegues. Cuando Anthony la vio entendió lo que había pasado. Anthony se disponía a ir junto a ella y consolarla, pero Elisa, que no se movió de su lado lo detuvo, Archie al comprender también lo que pasaba rápidamente camina hacia Candy. Archie la cogió entre sus brazos y la alejo de la habitación, mientras todos a su alrededor, algunos que no eran de la familia, pero si amigos y conocidos de William y de Candice se abrazaban y lloraban. Anthony, muerto de dolor, abrazó a la tía Elroy , que estaba tan desconsolada como él, mientras veía a Candy que se tapaba la cara con las manos y Archie la confortaba, pero Candy luchaba por liberarse de los brazos de Archie. Candy quería entrar en la habitación, quería estar con William. Su mejor amigo, su ángel, su fortaleza, su hermano, su padre, había muerto. Ahora ya no tenía que ser fuerte, ya no tenía que disimular. Ahora podía llorar, patalear, gritar y maldecir porque él ya no estaba. Había sido fuerte. Había sido la guerrera que le había dicho que sería, pero ahora ya todo daba igual. William, su padre, la había dejado. Candy recordaba la sonrisa que le dio antes de marcharse definitivamente de su lado, con ese gesto William le había dicho adiós. Pero Candy no quería que se fuera. Lo necesitaba.

Candy está desconsolada. Nada podía calmar su dolor. Nada, ni nadie. Anthony y Archie no sabían cómo calmar el llanto de Candy. Después de un largo tiempo y Avisados por Anthony, unos médicos se acercaron a Candy y le dieron un calmante. Eso al menos la relajaría. Pasados unos minutos, los lloros bajaron de intensidad, y Archie, guiado por una enfermera, metió a Candy en una habitación contigua y la sentó en un butacón. Candy necesitaba un poco de paz.

—¿Quieres un café? Le pregunto Anthony a Archie

—No, gracias.

Anthony cerró los ojos y, en cuanto los abrió de nuevo, preguntó:

—¿Dónde está Candy?

—En la habitación de al lado. Le han dado un calmante. Estaba muy alterada, pero ahora está sedada. Anthony asintió y, con un hilo de voz, musitó:

LÁGRIMAS DE OROWhere stories live. Discover now