Capítulo XXXII

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Atención, esa palabra contaba con ocho letras que caían al suelo con una fuerza descomunal ante los oídos de una jovencita tímida, Adina jamás había sido de esa clase de mujeres, las cuales lograban sobresalir entre el resto, ya sea por su falta de carisma o encanto, no era de aquellas personas que destilaban luz y con cada paso que daban, lograban hechizar a todos con su caminar, al contrario, la timidez y un aspecto desaliñado la hizo destacar desde el jardín de infantes como una infante corriente, su personalidad era mucho más introvertida de lo que a ella le gustaría, y sin embargo, se encontraba en frente de un espejo brillante, admirando la figura que tenía frente a sus ojos. Un vestido ceñido que dibujaba una silueta muy femenina, la fina tela escarlata controneaba delicadamente todos sus atributos y aunque no le gustará la atención, inconscientemente se había convertido en el epicentro de la misma.

Con los labios curveados y su boca entre abierta, dejaba escapar el aire de sus pulmones, mientras que un pequeño titubeo en su semblante delató lo nerviosa que se encontraba en aquellos momentos. A punto de salir al escenario que se había convertido en su segundo hogar, se había acostumbrado al reflejo de las luces en frente de su rostro que la dejaban completamente cegada, se había familiarizado con la algarabía de los presentes, un pequeño abismo que se hacía cada vez más conocido. Saludaba cortésmente a las chicas que salían antes de ella, aunque no se había memorizado sus nombres artísticos, sabía exactamente cuál era cada una de ellas.

Ahora estaba detrás del escenario a escasos segundos de salir a hacer su rutina, pero antes asomó su vista al exterior, detrás de la tela oscura, lo observó, estaba sentado en la misma mesa de siempre, con la misma botella de whisky que pedía cada día, con los ojos hundidos perdidos entre su vaso de vidrio con hielo y un poco de licor, con el mismo hombre a su lado y con el mismo desgraciado uniforme nazi.

Ver a Adler en los alrededores del jardín se había vuelto algo muy cotidiano, tanto que en el fondo, le asustaba que él pudiera saber quien era ella y estuviera esperando el momento perfecto para llevarla a un campo de trabajo. Los ojos de Adina se nublaron por unos instantes, los cuales sirvieron para recordarle todo lo que había sucedido en el pasado. Sus besos, caricias y palabras seguían tatuadas en su piel, no siquiera el tiempo ni las adversidades de la vida habían podido borrar esos recuerdos y una pregunta la atormentaba:

"¿Y si el mundo no estuviera en guerra, que haría?"

Imaginarse en los brazos de Adler en ese punto, resultaba más a un pequeño imposible, mucho más allá de un sueño o deseo, aquel hombre era un desconocido, era Adler, pero no era el mismo que Adina una vez conoció, su uniforme, sus medallas de honor, la evastica negra que descansaba en su ante brazo, él era Adler, pero no su Adler, era el Adler nazi, un Adler que ella no deseaba conocer, había decidido quedarse solamente con los recuerdos de lo que alguna vez tuvo.

La presentación de su compañera había llegado a su fin, las luces del lugar se apagaron por unos segundos, dando el tiempo exacto para que la chica saliera del escenario y Adina tomará su lugar, de espaldas hacia el público, las luces volvieron a brillar y con meramente observar la silueta de la desconocida, Adler supo que se trataba de ella.

Sus piernas no eran muy largas, pero si lo suficientemente como para lucir un vestido atrevido con un corre a un costado, sus brazos no eran demasiado largos pero sin embargo las siluetas que dibujaba al aire cuando cantaban eran sublimes, su busto no era exageradamente pronunciado, pero aún así tenía el poder de volver locos a los hombres con sólo balancearse hacia el frente, su cintura no era diminuta, pero dibujaba la curva perfecta hacia su cadera. No era perfecta, pero lo tenía todo. Era un placer observarla mientras bailaba y cantaba, con sus ojos puestos al frente, intentaba evitar cualquier contacto visual con algún presente, sus ojos parecían dos canicas furiosas y eso delataba el desapego que tenía con aquellos hombres, cosa que a Adler le agradaba. Era una de esas mujeres difíciles, un reto para él, lo había notado apenas la vio, sabía que probablemente pocos hombres habían tenido el placer de estar debajo de sus piernas, su cuerpo no tenía dueño por lo que había escuchado y aunque no la conocía en lo absoluto, él quería convertirse en Cristóbal Colón.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora