Capítulo III

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Unos cuantos días más transcurrieron antes de que Adina pudiera asistir a sus clases como era de costumbre, para su hermano Fredecirk era casi vital que ella siguiera asistiendo a la preparatoria, quería que su hermana fuera todo lo que él no pudo ser, los sueños de estudiar medicina que tenía se vinieron abajo tras el fallecimiento de su padre y aunque él se había resignado a la idea de ser solamente un simple empleado, no quería cortarle las alas a su pequeña hermana, con la cual soñaba verla estudiando alguna carrera universitaria, deseando que fuera así toda una mujer fuerte e independiente, que no tuviera la necesidad de depender de ningún hombre para sobrevivir y de que su futuro no girará en torno a atender a un marido y criar hijos, aunque ese pensamiento liberal que atesoraba en su mente era muy  cuestionado por todas las personas que conocían su forma de pensar, seguía desempeñando la misión de convertir a su hermana en una mujer que no tuviera la obligación de  refugiarse detrás de la espalda de un hombre. La mayoría de los ingresos que Frederick arduamente ganaban iban destinados para cubrir las exageradas cuotas mensuales de la colegiatura de su hermana, un  sacrifico y compromiso que la obligaban a trabajar para esforzarse más que el resto y  Adina no defraudada las esperanzas de su hermano, era la mejor alumna de su año, sobresalía en todas las asignaturas, incluyendo gimnasia, que era la menos favorita de ella. No había actividad que no pudiera realizar sin recibir calificaciones sobresalientes como resultado de su compromiso, todos los profesores estaban maravillados con la inteligencia que caracterizaba a la pelirubia y lo que más les sorprendía era que una joven cita como ella, con hogar inestable tuviera tan  excelente rendimiento.

En otro lugar del edificio educativo se encontraba Joseph, mirando el reloj de pared con u n gran fastidio, el profesor de matemáticas no había parado de hablar desde que entró al salón, observando el pizarrón repleto de ecuaciones que ya había explicado, pero que estaban reflejado en el cuaderno del joven como solamente garabatos sin sentido, no era capaz de comprender la importancia de las matemáticas y su único motivo para sólo graduarse era obtener el inmenso placer de cerrarle la boca a su padre. Él pertenecía a una familia repleta de personalidades influyentes, con miembros del gobierno, científicos y grandes doctores, todas aquellas personas le otorgaba categoría al apellido que portaba, generando altas expectativas que él sabía no podía cumplir, pero su padre afanado por las ansias de excelencia que era muy común en los hombres estrictos como él, no le exigía menos a sus dos hijos, quienes resultó ser Adler el mayor de ambos, en ser el primero en seguir los pasos de su progenitor y se encontraba estudiando Derecho mientras que Joseph aspiraba solamente terminar con buen pie el año escolar.

—Joseph Firgretmann. — lo llamo el profesor de matemáticas, deteniéndose en puesto del joven para hscer entrega de la calificación de su examen realizado en días anteriores. — debemos hablar cuando sea turno del descanso. — aseguró.

Y sin decir más, dejo el examen sobre la mesa de madera, el cual había sido reprobado con un estrepitoso F encendiendo todas sus alarmas internas, por el miedo que le genera el casi  inminente del años escolar y que en el trayecto del mismo, la mayoría de las asignaturas que cursaba, las llevaba aplazada. Las burlas y murmullos no tardaron en llegar, pero el joven prefiero no prestarle atención, lo último que necesitaba era hallarse metido en más líos de los que podía sobrellevar, la preocupación por perder todo el año escolar se acentuó cuando recordó las severas y contundentes amenazas de su padre, colocándolo en una situación en la que definitivamente no deseaba estar, era consciente que si no lograba aprobar, no vería la luz del sol en mucho tiempo y todo su verano se vería estropeado a causa del castigo de su riguroso progenitor. Analizando la situación de riesgo, intentó prestar la mayor atención posible a todo lo que restaba de clase, pero su falta de concentración jugó vilmente en su contra, empeorando aún más su situación. Al escuchar el sonido de las campanas, todos los jóvenes comenzaron a salir del aula para dirigirse a los jardines y descansar un poco entre clases, todos menos Joseph, quien con los nervios acumulados en la punta de su lengua se acercó tembloroso hacia el profesor que se encontraba revisando algunos exámenes de alumnos de otro año.

—La junta de profesores evaluó tu rendimiento y teniendo en cuenta los  problemas de actitud que presentas, llegamos a la conclusión de que necesitas un tutor para no perder el año. — habló el profesor, sin mirar cómo las emociones tomaban el control de Joseph. — se me encargó la tarea de encontrar a una persona capacitada para que sea tu tutor además de que contamos con el consentimiento de tus padres quienes están al tanto de tu estado.

El joven apretó sus puños, en clara señal de enojo que corría por sus venas, maldijo silenciosamente entre dientes, lamentando que sus padres conocieran todos los detalles de su rendimiento académico, razones que sólo podían complicar las cosas en su hogar.

—¿Y quien será mi tutor? — murmuró con cierta prepotencia,  intentando todavía asimilar la situación en la que se encontraba.

El profesor continuaba revisando los exámenes de otro año cuando se percató de la elegante y fina caligrafía de una de us estudiantes estrella, Adina Schwartzheim, la forma en la que se expresaba en público durante las exposiciones lograba cautivar a los profesores, su pulcritud y perfección casi imposible a la hora de realizar cualquier evaluación o actividad hacia realidad el sueño de todo profesor en cuanto al alumno ideal, con un rendimiento intachable y conducta aceptable, no era descabellado pensar que una persona como Adina era más que capacitada para convertir algo negativo como el joven problemático en algo positivo.

—Tu tutora será Adina Schwartzheim, aunque está en un un año avanzado, tiene casi tu misma edad así que supongo que se llevarán bien. — habló.

—¿Una mujer? — preguntó consternado.

—Sí ¿algún problema joven Firgretmann? — cuestionó el mayor.

Joseph negó y luego de una charla sobre los cambios que debía aplicar en cuanto a su conducta, logró safarse del profesor hablador, mismo que le  había indicado que a la hora de la salida, le presentaría a quien sería su tutora. Atormentado por las preguntas insaciables de sus amigos, decidió por relatar toda la mala suerte que había caído sobre sus hombros, compañeros que no dudaron en burlarse de la pobre alma que tendría el castigo de intentar enseñarle a un burro sin cola como él.

Adina se encontraba en el salón de clases, divagando y ausente sin percatarse de que se encontraba sola en la inmensa aula, de todas formas al darse cuenta su soledad en la habitación, aquello no cambiaría el hecho de que salir a un jardín repleto de jóvenes corriendo y hablando entre sí, solo acentuaba más su pensamiento que le hacía reconocer lo sola que estaba. Así que solo esperaba el final del descanso con una paciencia característica ella, el profesor Muller entró al aula, todos los maestros tenían conocimientod de que ella esperaba siempre dentro del salón y a pesar de que estaba prohibido permanecer en ese lugar cuando era hora del descanso, con ella habían hecho una pequeña excepción, permitiendo su soledad, si era lo que ella quería.

—Adina ¿tienes un segundo? — el profesor llamó la atención de la muchacha y está asintió con la cabeza. El hombre comenzó a explicar la propuesta que tenía para ella y todo marchaba bien hasta que él mencionó el nombre de dicho estudiante. — le darías tutorias a Joseph Firgretmann.

Ella miró con asombro el semblante del profesor y la sola idea de rechazar aquella descabellada propuesta comenzaba a ganar demasiado terreno en su mente.

Editado - 24 jul 2021

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now